Anchoas y Tigretones

En un cuaderno Moleskine (28) : jugar (y perder) a las casitas.

mauvaise testes

«Sufro de angustia en los parques temáticos. Me agrede y desconcierta esa técnica visión de la diversión perfecta. Las risas descontroladas al subir a una montaña rusa y bajar, ese cronómetro de felicidad inversa, programada, que te venden con el ticket: tiene usted tantas horas y  minutos para descerebrarse, para sacar el espíritu del recreo infantil a deshora, aquel que más molaba porque tenía el sabor de una anarquía efímera. En realidad, puro pesimismo adulto, lo que hace salir mi lado más arácnido, también el de erizo o tortuga, es constatar la amenaza del final, de volver derrotada a atravesar una frontera de prosaísmo.  A la vida escracheada de neumáticos gastados, de inevitables desahucios morales, de riesgos sin primas ni padres que los conforten. Es verdad, todo esto ya lo escribí antes. Quizás sea mejor, entonces, refugiarse en un mundo a escala diminuta. La irritante perfección de las casas de muñecas: alfombritas minúsculas, porcelanas imposibles, sábanas impolutas en camas sin habitante. Ser gobernanta de esa ausencia de excesos, de unas habitaciones orquestadas, ser titiritera de una pequeño guiñol.

Una vez construimos una.  Yo prefería que la burbuja de aislamiento fuese bajo la noche, tapados por la manta, gobernando planetas de piel  y ternura. Pero te veía acodado en el borde de lo que era un jardín de tumbonas pequeñitas,  moviendo desde arriba aquellos muebles de  esquinas imposibles, de tapizados que eran un reto al buen gusto. Me mirabas desde allí y me pedías mi parte en el juego, mover por mover, hablarnos desde la distancia que iba de una esquina de la casa a otra, discutiendo por el argumento imposible de una función que no acababa.  Eran las reglas de un juego elaborado a lo largo del tiempo, con altos y bajos, discutiendo por el peso de los actores, deseando mostrar nuestra voz en medio de la función.  Nos escuchábamos alternativamente: tú dabas una línea, yo respondía. Otras veces iniciaba yo el juego, tú seguías mis palabras, alimentabas mis ficciones, nos callábamos a ratos pensando en cómo sería la vida fuera de un escenario protector. «Estamos bien aquí» me dijiste, poniendo una taza de té en la pequeña mesa de la cocina. Yo asentí, y moví el sofá con mi dedo índice, tapando la puerta del salón.  Y te quedaste callado, viendo cómo yo, por primera vez, tomaba parte en el diseño de la casa. «No quiero la puerta cerrada»-me miraste ceñudo- «No lo está- respondí-solamente hay que mover los muebles, nada está tapando a nada». Diste un puñetazo furioso contra las paredes y temblaron sin llegar a venirse abajo. Y en ese momento, en un segundo nada más, me quitaste el carnet de habitante del paraíso. Salí de nuevo a la calle con escraches y desahucios, a la soledad de las líneas inconclusas, a seguir viendo cada vez menos cola en el supermercado, a atender las vidas de los otros.  A estar desprotegida de ficciones cálidas.  Al amargo «the end» que no sabes si es «continuará».

Doy de comer a mis peces. Siguen dando vueltas con sus ojos espantados, con la expresión vacía del que vive tan atónito que es un cruce de borracho y grito de Munch. Y me arrepiento de mantener este parque temático de naturalezas medio vivas, medio muertas. Al menos yo había elegido mi parte de juego. Por lo menos.»

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5 pensamientos en “En un cuaderno Moleskine (28) : jugar (y perder) a las casitas.

  1. usas «escracheada» … que rápido nos facemos cun novo verbo. Non bromeo, eh. Que o post non é de bromitas.

  2. Minha Senhor belida tíñalles fobia ás montañas rusas. Como ás pequeniñas lles encantan, encargábame eu de subir con elas, ata o día no que a miña compañeira decidiu probar.
    Nunca vin unha transformación tan drástica: converteuse en adicta, e agora, cando hai algunha montaña rusa cerca, non ve outra cousa.
    Bicos

  3. El parque temático es una de las metáforas de la vida moderna.

    Es el centro de vacaciones en Marina D’or con pensión completa, el paquete turístico en Benidorm o en Marbella (con visita guiada al puerto de lujosos coches y yates), es el Chiquipark donde monitores adolescentes temporeros organizan el divertimento de los niños para que los papás puedan relajarse tomándose una caña, es el surridente payaso de McDonalds ofreciéndole al niño un menú Happy Meal infantil bajo la atenta mirada del papá divorciado que aprovecha los domingos por la tarde para la custodia de sus hijos, son las monitoras de la residencia de viejos tratando de que los viejos muevan los músculos faciales, es el Tranquimazin o el Orfidal que promete el sueño y el relax a quien soporta mal el dolor, es la visita al bingo de aburridas cincuentonas sin religión desencantadas de los maridos y de los hijos, es el Reiki que nos promete cuararnos del cáncer sin tener que pasar por la quemazón horrible de la quimioterapia, son los frascos que venden en las farmacias que nos aseguran la eterna delgadez de la juventud…

    Ya lo dijo el poeta:

    ¿Qué voy a hacer?. ¿Ordenar los paisajes?
    ¿Ordenar los amores que luego son fotografías,
    que luego son pedazos de madera
    y bocanadas de sangre?

    • Has escrito un post mucho mejor que el mío, sin duda alguna 🙂 Yo tengo miedo al payaso de MacDonalds aunque es cierto que me encantan las montañas rusas y todos los cachivaches que me permitan dar alaridos sin tasa, participar por instantes de lo histérico. O, al menos, solía gustarme, porque ahora sí que es cierto que ya hace mucho que no visito ninguno.

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