Anchoas y Tigretones

Archivo para el día “mayo 22, 2013”

En un cuaderno Moleskine (28) : jugar (y perder) a las casitas.

mauvaise testes

«Sufro de angustia en los parques temáticos. Me agrede y desconcierta esa técnica visión de la diversión perfecta. Las risas descontroladas al subir a una montaña rusa y bajar, ese cronómetro de felicidad inversa, programada, que te venden con el ticket: tiene usted tantas horas y  minutos para descerebrarse, para sacar el espíritu del recreo infantil a deshora, aquel que más molaba porque tenía el sabor de una anarquía efímera. En realidad, puro pesimismo adulto, lo que hace salir mi lado más arácnido, también el de erizo o tortuga, es constatar la amenaza del final, de volver derrotada a atravesar una frontera de prosaísmo.  A la vida escracheada de neumáticos gastados, de inevitables desahucios morales, de riesgos sin primas ni padres que los conforten. Es verdad, todo esto ya lo escribí antes. Quizás sea mejor, entonces, refugiarse en un mundo a escala diminuta. La irritante perfección de las casas de muñecas: alfombritas minúsculas, porcelanas imposibles, sábanas impolutas en camas sin habitante. Ser gobernanta de esa ausencia de excesos, de unas habitaciones orquestadas, ser titiritera de una pequeño guiñol.

Una vez construimos una.  Yo prefería que la burbuja de aislamiento fuese bajo la noche, tapados por la manta, gobernando planetas de piel  y ternura. Pero te veía acodado en el borde de lo que era un jardín de tumbonas pequeñitas,  moviendo desde arriba aquellos muebles de  esquinas imposibles, de tapizados que eran un reto al buen gusto. Me mirabas desde allí y me pedías mi parte en el juego, mover por mover, hablarnos desde la distancia que iba de una esquina de la casa a otra, discutiendo por el argumento imposible de una función que no acababa.  Eran las reglas de un juego elaborado a lo largo del tiempo, con altos y bajos, discutiendo por el peso de los actores, deseando mostrar nuestra voz en medio de la función.  Nos escuchábamos alternativamente: tú dabas una línea, yo respondía. Otras veces iniciaba yo el juego, tú seguías mis palabras, alimentabas mis ficciones, nos callábamos a ratos pensando en cómo sería la vida fuera de un escenario protector. «Estamos bien aquí» me dijiste, poniendo una taza de té en la pequeña mesa de la cocina. Yo asentí, y moví el sofá con mi dedo índice, tapando la puerta del salón.  Y te quedaste callado, viendo cómo yo, por primera vez, tomaba parte en el diseño de la casa. «No quiero la puerta cerrada»-me miraste ceñudo- «No lo está- respondí-solamente hay que mover los muebles, nada está tapando a nada». Diste un puñetazo furioso contra las paredes y temblaron sin llegar a venirse abajo. Y en ese momento, en un segundo nada más, me quitaste el carnet de habitante del paraíso. Salí de nuevo a la calle con escraches y desahucios, a la soledad de las líneas inconclusas, a seguir viendo cada vez menos cola en el supermercado, a atender las vidas de los otros.  A estar desprotegida de ficciones cálidas.  Al amargo «the end» que no sabes si es «continuará».

Doy de comer a mis peces. Siguen dando vueltas con sus ojos espantados, con la expresión vacía del que vive tan atónito que es un cruce de borracho y grito de Munch. Y me arrepiento de mantener este parque temático de naturalezas medio vivas, medio muertas. Al menos yo había elegido mi parte de juego. Por lo menos.»

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