Los seres extraviados

Amazing-Grace style lost and found sign. Fotografía con licencia cc de Alex Pang (askpang) en Flickr
Siento una incondicional fascinación por los seres extraviados. El extravío, creo, es un límite difuso entre la excentricidad y los mundos paralelos, los planetas con gramáticas propias, diminutos y lejanos, abrazados a un sistema con más de un sol. Hay a quien le sobra el corset de lo normal, de lo pautado, quien tuerce las líneas y hace palíndromos por voluntad propia. «Salta Lenin el atlas» se lee igual del derecho que del revés. Sólo que hacerlo del revés es mucho mejor, te obliga a forzar la visión de una semántica distinta. Muy parecida a la que sientes cuando hojeas libros en lenguas que no son la tuya y que no comprendes, esa disposición de los fonemas, qué habrá detrás, tendría yo que sonreír al leer esto o emocionarme, no sé. Me pasa también algo parecido con los prospectos de las medicinas. Decir, por ejemplo, «antidepresivo» no conlleva la misma música de un inhibidor selectivo de la recaptación de serotonina. Qué va. Tampoco un modernito es lo mismo que un hipster o sí ; ni los creadores de opinión de los diarios españoles son lo mismo que escritores que interesen o, afinando más, el lugar en el mundo en el que te dejan sobrevivir no es lo mismo que tu país, entendiendo por este una construcción común. Pero no nos extraviemos y volvamos a la esencia del extravío.
Leer blogs, noticias sueltas, hace que una vaya conformando una especie de ensalada digital, un collage, un patchwork -me encanta esta palabra tan extraviada-y llega un momento en que no sabe ni dónde ni cuándo ha empezado su interés por un hilo, por un tema en concreto. Leo sobre los Modlin, la familia más extraviada del mundo, habitantes de un mundo hermético y lleno de alas a la vez, fascinantes e intimidadores. Leo y no veo el documental que no sé cuándo ni cómo encontraré. pero el resumen de su vibrante historia es el siguiente: aparecen un montón de fotos y papeles en unos contenedores en la calle del Pez de Madrid. Alguien los encuentra y reconstruye, a su propia bola, la historia de este clan, de esta familia. Qué tremendo. Y en una de estas fracturas de Internet, leo el post que escribe Agustín Fernández Mallo: leyó, también, sobre los Modlin la primera vez en un periódico (igual que yo, creo que fue en El País, hace un montón de tiempo) y que tanta fue la fascinación por estas personas-personaje, que los incluye en Nocilla dream. Y de cómo se pusieron en contacto con él a través de esa inclusión quien halló todo el material y finalmente nace un documental que ha ganado un Goya. Literatura, vida, realidad. Personajes y personas mezclados en un cóctel absoluto de ficciones que echan la lengua desde el espejo. Cojonuda historia y happy end.
Pero yo no sería lo suficientemente extraviada ni los que lean esto tampoco,si no pensásemos en qué sería de nosotros y de nuestras construcciones futuras de ser hallados restos de nuestra intimidad tardía en la basura. Supongo que existe un porcentaje altísimo de deshechos/desechos comunes: las latas de conserva, los huesos de cerezas. Ahora que todo lo cotidiano puede ser abandono en distintos contenedores-amarillos, verdes, azules según todo lo que vayamos desprendiendo a lo largo del día y de la semana-sería un trabajo ímprobo, y un gran estímulo imaginativo, reconstruir esos bacalaos al pil-pil, esas pizzas domingueras y de partido de fútbol. Inlcuso la nada en la basura es el reflejo contemporáneo de la nada en los bolsillos: no consumo, no desprendo, no tiro. Pero hay otro tipo de limpiezas, otro tipo de biología necesaria, tanto o más que las células que se van día a día, que se regereran, más allá del pelo que crece y que te cortas. He tirado a la basura principios de historias, novelas absurdas que no eran nada y nada serán. Algunas, condenadas al limbo digital del delete. Pulsar y borrar. Otras veces he bajado, a cualquier hora del día, y escupo cartas en mil pedacitos, alguna fotografía, regalos que fueron y ya no eran en forma de pendientes o dibujo. He de reconocer, como ya he dicho, que el digitalismo ayuda a una asepsia que solamente exige respirar hondo y pulsar un botón: toda esta carpeta de aquellas vacaciones a la papelera virtual, todos aquellos mensajes fuera de aquí. Y nada más.
Pero todos tenemos un pasado analógico acumulado en cajas, señalando páginas en libros, momentos cautivos en un tiempo que fue tuyo. Guardo hasta notitas que me mandaron en clase algunas amigas, aquellas fotos de fin de curso donde todos nos deseábamos un buen verano y un mejor futuro, cintas grabadas que fueron bandas sonoras permanentes de momentos, señaladores de días distintos. La primera que me grabaron de los Smiths, con la voz de Morrissey mucho más gatuna y empezando ya a ponerse tirolés. ¿Que dirían de mí y de mi futuro yo ficticio de ser encontradas así, descontextualizadas y huérfanas de sentido, abandonadas a la vista de un desconocido? ¿Qué pensarían de aquella niña en un álbum de fotos, de la universitaria, de la amiga en distintos escenarios?. Pisos compartidos, cenas hasta las tantas, sonrojantes modas ochenteras, aquel chico que parecía que sí iba a quedarse en todas las fotos…y la urgencia de la desmemoria.
Y una última pirueta: pensando en los Modlin veo una película que conlleva un proyecto: Your lost memories (mejor el proyecto que la película, a mi juicio). Películas caseras encontradas al azar, en anticuarios, en chamarileros, en lugares de segunda mano. Se cuelgan en una web por si alguien las reconoce como suyas o puede identificar a los actores. Imágenes de fiestas de cumpleaños, de baños familiares en la playa, de risa que imaginas sin sonido. Es el cine Exin al revés, es el antidocumental, lo excepcional, lo no cotidiano. El día en el que todos actuamos ante una cámara, sostenida por un orgulloso papá o un novio enamorado. Vidas extraviadas que buscan etiqueta: una oficina de objetos perdidos abierta las veinticuatro horas por arte de magia e Internet.
Si alguien lee este post hasta este final que me ayude a concluirlo. O quizás, solamente quizás, el extravío no sea simplemente el patrimonio de los excéntricos. Y menos mal.
No dejamos restos de nuestra intimidad tardía, sino de nuestra intimidad temprana, inmediata. Con el transcurso del tiempo (¿dos, tres segundos?) esa intimidad ya no es nuestra, no nos pertenece: ella ya no tiene nada de nosotros, somos nosotros los que nos hemos quedado con improntas marcadas por ella (improntas que admitimos o no). Yo no podría vivir si no pensara cada día que soy otro, alguien nuevo, alguien que tiene cosas que hacer y que si encuentra algo ya hecho lo atribuye a otro Samizdat distinto del que es ahora que tuvo la deferencia de adelantar el trabajo. Rechazo todo lo que he dicho y hecho desde la hora anterior y sólo admito lo que sigue siendo mío por elección. El resto es un reino que conozco muy bien: el reino de la culpa, con su remordimiento, su tristeza, su angustia y su inmovilismo. Un reino imposible que nos destruye.
PD: quien quiera revolver en mis desechos (físicos o morales) tiene mi permiso para hacerlo, pero que luego no intente atribuírmelos cuando los recomponga en una narración, ese ya no soy yo.
Creo que, efectivamente, somos construcciones inmediatas de nosotros. Aun así, los que construimos a partir de la estrategia del pasado, o algo semejante, fantaseamos con ese «otro yo»: es cierto, no nos pertenece, no es de nuestra autoría, es apócrifo y diferente. Aunque vista nuestros ropajes. Por eso creo en la idea de la intimidad tardía. A ver, filósofo, relacióneme esto con Parménides 🙂 (es broma). Gracias por pasar.
Fácil. Vamos dejando escamas que eran nuestras pero ya no lo son, son del comensal. Y son las vivencias quienes nos las separan de nuestro yo para bien (si mereces la pena) o mal de los demás. Tú, mientras tanto, herido tantas veces, procuras ir envejeciendo-madurando lo mejor posible y dependiendo de tu carácter te sigues dejando rallar o no. Sólo que hay días que mandarías al hipocentro de la sepsis al mozo del rallador.
http://www.designperlacasa.com/it/designers-a-c/bianco-37031
Con respecto al extravío: nadie sabe si es rallado para bien o para mal; o si hace bien no dejándose rallar; o qué habrá en la corteza cuando lleguen al final las cuchillas.
Por se che apetece ler Nerón:
E Lorena Nero le
Bicos
Compruebo que la vida es un tránsito con fecha de caducidad revolviendo entre las ropas y pertenencias que ha dejado un familiar, fallecido recientemente. Aquellos pijamas con que nos recibía en sus últimos meses, en casa.
Otras memorias perdidas. Aquella foto que nos hicieron de la que no nos acordábamos y que, treinta años después, vemos por primera vez, y en la que no nos reconocemos. Aquella carta de amor, timorata, que enviamos cuando creíamos que el mundo se acababa en aquella muchacha o en aquel muchacho.
A veces, durmiendo en un hotel, tengo la sensación de que hay como una permanencia en el ambiente de todos los pensamientos, divagaciones, preocupaciones, anhelos, etc. de las personas que pasaron la noche en ese mismo lecho.
¿A dónde van todos esos momentos de pasado? ¿Dónde está el cronovisor que haya filmado nuestras vidas, lo que pensábamos, lo que decíamos, nuestros errores y aciertos?
Pingback: Vivian Maier y el extravío voluntario | Anchoas y Tigretones
Pingback: De memorias y olvidos, otra vez: “Esquece Monelos” | Anchoas y Tigretones
«Your lost memories» ya no funciona. Qué lástima.
Textazo, aquí me tiene releyéndolo, porque yo soy de los que guarda enlaces para la eternidad.
Eu tan agradecida de que me lea vostede que non quepo en min de gozo, oiga don Ru. Grazas por gardalo e lerme!
Pingback: Deshacer la casa | Anchoas y Tigretones