Anchoas y Tigretones

Cartas de verano (de todos los veranos)

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Llega la pirueta  de agosto, esa semana final que obliga, casi, a mirar ya de reojo los días infinitos, la pereza procrastinadora,  la siesta eterna a un sol cada vez más tímido, el verano final de todos los veranos.  Agosto tarda en despedirse, huele a Wert y creo que ya no hay Corticoles, duele la hoja del calendario de setiembre.  Aún queda un poco.  Démonos la vuelta en la tumbona, en la toalla, y cerremos los ojos pidiendo que el tiempo pare algo más.  Y vamos ya palpando en el bolsillo todas las conchas y caracolas, todas las sonrisas de arena regaladas, el hielo derretido en las copas de terraza y nicotina, lo que se iba y era bueno y aún no lo sabíamos.  Presentes que son, tarde, mucho más tarde, finales.  En agosto, las noches son de una desfachatez inaudita e insultante observadas desde un octubre displicente, envuelto en lanas y katiuskas.  Agosto, desde lejos, es un poco cabrón, poco serio y riguroso, una vez que apuras los días alejada ya de Berlín y veraneo, esperando la vuelta a lo normal. Esa imposible normalidad que son meses que no acaban.

Tuve muchos agostos de casa y playa vecina. De manga corta en el mismo paisaje avistado esos meses que reclaman la etiqueta de normales.  De tender el bañador en el mismo tendal, el mismo patio de luces,. Eso sí: la luz del día mucho más larga y lenta, mucho más deliciosa la Coca-Cola de por la tarde. Y las cartas, todas las cartas y postales que llegaban al buzón en forma de colorida sorpresa. Imágenes del Algarve y las Inglaterras, de aprender idioma inglés (y besos, y a fumar, que era a lo que se iba a Inglaterra en verano), el kitsch de los burros de Nerja, algún trocito de Lanzarote  y algo mucho más lejano con consonantes y vocales, un auténtico «far, far away». Postales apresuradas, cartas de folios cuadriculados, casi todas escritas en  lejanía bajo un rótulo de verano distinto. Yo miraba todas aquellas fotos y me decía que tendría veranos sin tasa llenos de vocales y consonantes, que no podía hacer esperar tanto tiempo al mundo para conocerme. Y pensado y repensado esto, me sentaba otra vez en mi hueco del sillón familiar,a degustar reposiciones televisivas de programas de invierno.

Creo que las cartas de los veranos son un género en sí. Los proyectos, las aventuras, las confidencias no son lo mismo en otros meses. Mi curiosidad y mi pudor, esa bipolaridad un tanto necesaria en los filólogos, me llevan a devorar siempre epistolarios con devoción y distancia, intentando entrever en esas líneas al autor que conozco casi como héroe, disfrutando de algunos detalles de humanidad y prosaísmo.  Otras, como me sucedió con Sylvia Plath, me entristecen y sacuden por igual.

Este verano de 2013 he compartido muchas horas con Dalí y Lorquito.  Y he aprendido más, mucho más.  De la genialidad de ambos, de la juventud exacerbada, del hambre de querer pintar y querer escribir, de las distancias y silencios incómodos, de los finales. De Cadaqués y la Residencia de Estudiantes.   Qué difícil ha de ser la labor de editarlas y cómo me gusta esa foto de la cubierta. Admiro profundamente el trabajo de Víctor Fernández en esta recopilación,  esclarecedor y preciso, tan sugerente como el propio epistolario.   Y, como el año pasado, echo un vistazo al triángulo genial que, en 1926, enmarca la correspondencia entre Rilke,  Pasternak y Tsvietáieva, derrochando admiración y respeto, reflexiones sobre la poesía, lírica expresa también.  Cartas guardadas en sus, imagino, sobres con sellos multicolores, los sellos de una Europa que es un polvorín, alejadas de lo contemporáneo un tiempo razonable. Y, por último, este verano han sido también las cartas de amor del tremendo Dylan Thomas, que gotean alcohol apasionado,  que se enternece en sus iracundas obsesiones.  Todas estas cartas, los corresponsales, lo que no aparece pero intuyo, me han hecho sentirme voyeur y camarada. Menudo festín.  Siendo de cualquier época, de cualquier estación, son ya, para mí, cartas del estío.

Reivindico la carta de verano. Esa en la que acabas contando mucho más de lo que quieres. Sobre todo si son cartas de amor encendidas, con reproches y desencuentros, con reconciliaciones y manifiestos. Las cartas de amor que van de norte a sur,  que brillan en el cielo de finales de agosto, efímeras en su momento, intensas en la retina como los fuegos artificiales que asustan y emocionan.  Necesitamos todos, creo, que nos escriban más, muchas más, cartas de amor.  Conste que, más que leerlas, a mí me gusta contestarlas.

Bibliografía (sin normalizar, estamos saturadas de reglas de catalogación y citamos tal y como apuntamos en los cuadernos)

Dylan Thomas  Cartas de amor  Traducción de Andrés Barba.  Editorial Siberia, 2013

Querido Salvador, querido Lorquito : epistolario 1925-1936  Edición de Víctor Fernández y Rafael Santos Torroella . Editorial Elba, 2013

Marina Tsvietáieva, Borís Pasternak, Rainer María Rilke  Cartas del verano de 1926  Traductores, Selma Ancira, Adan Kovacsics, Francisco Segovia. Edición e introducción de Konstantin Azadovski, Evgueni Pasternak, Elena Pasternak  Minúscula, 2012.

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7 pensamientos en “Cartas de verano (de todos los veranos)

  1. Sigrid, dificilmente se podería expresar mellor esta melancolía dos últimos días de agosto co mes-luns chamando xa á porta.

  2. Samizdat en dijo:

    El verano me pareció más alegre que el invierno hasta que llegué a la veintena, a partir de entonces cada año me parece más triste, más artificial, más falso que las otras tres estaciones. Llegan julio o agosto y es necesario viajar o «descansar» en montes y playas cuando, en realidad, ha sido en otros momentos cuando querías tener el mar o la montaña ante tus ojos, ha sido en otros momentos cuando has querido ver el museo Magritte o el monumento enterrado frente a la Universidad Humboldt , ha sido en otros momentos cuando querías interrumpir la cadena de producción a la que estás atado. Con los años trabajo para hacer del verano una continuación de la vida y no una interrupción y me pregunto si no estaré equivocado; el caso es que es estos asunto
    s del parecer en los que decido no seguir la norma kantiana (un aspecto básico de la libertad) me da igual estar equivocado.

    • Ay. Que da usted siempre en el clavo. Muchas veces me pregunto el ropaje especial que tienen los lugares de vacaciones, qué tristes o sorprendentemente acogedores serían en otras épocas del año. O cómo seré o sería yo decidiendo, de golpe y porrazo, que un miércoles de marzo, par example, me hago una maleta y me planto en, digamos, Copenhague. A lo loco, porque sí. O, de otro modo: paso una mañana escuchando los ruidos matutinos de un martes de marzo en casa, acostumbrándome a los tacones de alguna vecina, a que a la una llegue el cartero, a que empiece a oler a coles o a fritura a partir de las dos…. Humm, paro que me sale otro cursipost y ya van ustedes sobrados de glucosa. Muchas gracias por sus palabras y por pasar por aquí

  3. Eu considero que, ás 3 da tarde, comezo unhas vacacións de 17 horas. Deste xeito, o meu verán dura todo o ano.
    Bicos

    • Jajajajaja, iso é, don Carlos Arias, vostede si que sabe 🙂 De tódolos xeitos, non querría eu soar pesimista ou cunha certa pesadume. Co que me costou conseguir ter o traballo que eu queria, como para andar queixando. Aínda asi, o luns cando soe o despertador de novo as seis menos dez….grrrrrrr Bicos e grazas por pasar por aquí

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