Anchoas y Tigretones

La construcción de los entusiasmos

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Hanna y Adam

Del lado de acá:

Los viajes están lejos de la constatación del tópico.  No puede una, por ejemplo, guardarse el folleto turístico y esperar, una por una, que se resuelvan todas las expectativas sin sorprendernos: la simpatía y los tórridos romances en Italia, la perfecta caja de bombones parisina, la niebla circunspecta y tan british, el jazz desgastado de Nueva Orleans. No. UN viaje debe desprenderse de toda aquella construcción proporcionada por el cine, la literatura, la imaginería colectiva. Borrarse de opiniones y contrastes, lanzarse a la piscina de lo propio, aguardar con la mente virgen.

Del lado de allá:

Sí, ma non troppo: queremos que Viena tenga noria y la música de El tercer hombre, también a  Sissi y Francisco José en su imperio de tarta con nata.  Roma puede ser aperta y Pina corre desesperada o es, también y ya puestos, un paseo  por el alucinado Bomarzo. O la llegada a Ostia de Nanni Moretti tras las huellas de Pasolini.  Venezia es Mahler y Dirk Bogarde. También queremos  el Berlín de Isherwood , el Chicago de los Intocables y la Philadelphia de Katherine y Cary. Por no hablar de la tele y sus Sopranos, el mar bañado de alcohol bajo el ceño de Buscemi a orillas de Atlantic City (que es muy Burt Lancaster). O meterse una carrera imposible, arf, arf, tras Ewan McGregor, quién lo pillara, por Princess Street  por Edimburgo adelante, escuchando a Iggy Pop de fondo, y con la declaración de principios más nihilista del mundo. Qué grunge me suena :» Choose life, choose a job…».

¿Qué queremos al viajar? ¿Comprobar nuestras intuiciones y verificarlas o bien asumir la posible sorpresa? ¿Qué equipaje hemos incluido de antemano además del inevitable chubasquero: expectativas, posibles decepciones, optimismo a priori? Un viajero, lo sabemos, tiene siempre abierto el billete de vuelta. El turista cierra todo. ¿A qué viene todo esto? A que después de los viajes del verano, hablamos y hablamos, de vuelta en nuestras ciudades provincianas-más grises que antes, mucho menos asumibles- de lo que esperábamos y lo que encontramos. Lo que esperamos, siempre, es una mezcla alucinada de literaturas y cines, de las opiniones de los otros, una papilla audiovisual y escrita de  tantas citas e imágenes.  La ciudad de las filias y fobias, de la fascinación y la mueca displicente es Nueva York.  Hay tanto de ella en nosotros, tanto fotograma y tanto Woody, que es imposible no reconocerla, si no palmo a palmo,sí en gran medida. Ese y no otro es el «problema»: las ciudades, los lugares que son ya tuyos antes de conocerlos, que son la  propia construcción de tu entusiasmo, víctimas, sin pretenderlo, de una suerte de «cinematrografismo literaturizado».   A lo mejor, aunque quieras encontrarte con Lena Dunham o flipes tanto como yo con algunas escenas de Erase una vez en América, a lo mejor, y sólo a lo mejor, no necesitas ir.  Y no porque te decepcione en un sentido estricto de la palabra sino porque quizás veas un parque temático y no una ciudad. No es mi caso, repito, no he tenido esa sensación nunca. Pero construir el propio entusiasmo, como digo, es una tarea privada e independiente.  Y que depende del baremo que queramos utilizar.

Creo que es legítimo ser dueño y señor de los lugares que magnificas o que, incluso, borras de tu barra de favoritos. Vas cambiando también con los años, como en todo, aunque lo que te sorprende una vez puede seguir haciéndolo más veces. San Francisco me ha fascinado siempre  y bajar en coche por la calle Lombard una obligación que, ojalá, pueda repetir alguna vez.  Y, qué demonios, me encantaría bañarme en la Fontana di Trevi mientras Marcello me observa fascinado.  Y acepto, como espectadora, como viajera, el final del espectáculo como lo que es: una salida del cine, guardar una entrada de la película , hacer álbumes y coleccionar recuerdos.  Un pacto de principio a fin, tan valioso como el de la ficción, tan sobrio como un acuerdo entre partes.

Mientras sueño con nuevas mochilas y aeropuertos, paseo por la ciudad que visito a diario.  Donde la piedra se viste de lluvia, recóndita y amable, triste e introspectiva, que es a veces parque temático y otras un castillo propio en un mundo  que lleva mi nombre. Y, como dice un buen amigo, entrar en un bar y observar las vidas de otros es una forma de viaje. A partir de ahí se construye la literatura.  Desde el primer párrafo a este último, creo que hemos recorrido un curioso viaje de ida y vuelta. Abrir los ojos, encontrarme con los tuyos, la forma más hermosa de salir de casa.

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11 pensamientos en “La construcción de los entusiasmos

  1. Samizdat en dijo:

    Entrar en un bar y observar las vidas de otros es la única forma de viajar que conozco, se aprende todo sobre la Historia viendo cómo se comporta el personal. Por eso cuando me voy lejos me gusta fijarme en la gente y en lo que la gente hace con, en y de sus sitios y participar de ello (si es posible, si no, al menos ejercer de voyeur discreto y mimetizado hasta la invisibilidad), más que recrearme con piedras labradas o accidentes naturales que se ven mucho mejor en las fotos.

    • Hace años teníamos un juego divertido : la construcción de las biografías ficticias. Era de lo más creativo a lo que he jugado nunca. Y tiene usted razón: servidora, cuando viaja, es también de pateo y de calle. Las piedras, los tesoros expoliados a países indefensos y las obras maestras de la pintura cada vez me interesan menos, al convertirse los museos en lugares donde la grosería y la mala educación campan por sus respetos. Ir en el metro observando, ver a la gente sentada desde un banco en la calle, adivinar los gustos para menú del caballero que tengo enfrente…es lo mejor. El resto, son htmls de internet y la necesidad de decir que estuvimos ahí. Por cierto, gracias por estar aquí (vuestro impulso nos hará seres eléctricos, cantaba Miguel Ríos)

  2. Aí andaba Hopper, que xa vía as vidas alleas a través da cristaleira.
    A min gústame viaxar en plan Hernández y Fernández. A primeira vez que fun á Habana, nunha delegación oficial, merquei un chapeu de Yarey para pasar desapercibido. Cando lle comentei a meu irmán, á volta, que non me servira de nada, e que as ofertas de puros, sexo mercenario, etc. se multiplicaran coa medida, contesteume que, máis ou menos, mercara unha gaita para pasar desapercibido pola rúa dos viños de Lugo.
    Bicos

  3. Pois eu voume hoxe para Madrid a ver cadros; espero non voltar defraudado e con poucos folletos no peto. Saúdos

    • Nada de defraudarse! Ai, eu sonlle moito, cando vou a cidades que xa coñezo, de ir as exposicións que teñan lugar no momento. Ir a ver a O Bosco ao Museo del Prado é, para min, case un ritual madrileño. Disfrute moito e sempre cun ollar novo!

  4. He descubierto tu blog por casualidad. Palíndromos, corticoles…?? La tristeza y la alegría de septiembre. Ya ni me acuerdo qué estaba buscando cuando he dado con tus textos. Y qué descubrimiento!! Me has encantado… No dejes de escribir!! No tengo blog pero te sigo 😉

    • Me encanta que pases por aquí, que lo que encuentres te haga gracia, te guste, te conmueva y, sobre todo, que vuelvas a pasar. Muchísimas gracias, Anuskha. Bienvenida hoy y siempre.

  5. Los mejores recuerdos l0s guardo de las ciudades y los paisajes que visité (1) sin haber preparado antes el viaje y (2) sin esperar encontrarme algo extraordinario.

    Pienso también que lo mejor para conocer una ciudad y sus gentes es visitar sus mercados. En ellos podemos ver cómo se comportan e interactúan sus habitantes. Ver de qué hablan y qué comen. Eso también es cultura, además de la de los museos, donde te la encuentras enlatada y catalogada. De todas maneras, lo mejor de un viaje es poder interactuar con la gente, no de «turista» a «vendedor», sino de igual a igual, pero para eso se necesita tiempo.

    • Totalmente de acuerdo con lo de los mercados. Cuando era pequeña, en Coruña, siempre me fascinaba que los extranjeros visitasen el mercado, que se quedasen sorprendidos con la fruta, la carne, con el modo de comprar y vender…a mí me parecía mucho más bonito ir a Riazor o a la Torre de Hércules, y no comprendía bien qué pintaban aquellos señores y señoras, tan altos y rubios, comiendo un tomate a palo seco y viendo a los cochos abiertos en canal. Años después, me reconocí a mí misma en mercados de Marruecos y Holanda, e, incluso, en supermercados norteamericanos que son como parques temáticos. Gracias por pasar por aquí.

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