Veranos con Colajet
Imagen tomada de beachcomber26.blogspot.com
Ha arrancado un mes de julio un tanto tristón, de llovizna y niebla constante, de reclusiones obligadas y de chaqueta tempranera. El verano galaico hace que sueñes con tirantes y pantalones cortitos, con las impedimentas de las risueñas revistas de moda, de esos anuncios que proclaman que sí, que por real decreto y porque ya, el verano está aquí. Yo es que o no soy o no me entero. Me consuela, vagamente, pensar en todos los años en los que el mes de julio era una antesala de horarios pequeñitos y de jugar a las palas, de siestacas de vino y gaseosa, de conversaciones eternas y helados demasiado efímeros. Ya he hablado muchas veces de veranos, de todos los veranos que no eran «Verano azul», de los meses de vacaciones de los niños sin aldea y sin idas a Inglaterra para aprender inglés. Lo que más jodía de todo aquello era, a la vuelta, chuparte todas aquellas fotografías medio movidas, comerte las anécdotas con nombres y apellidos de gente que no conocías, que te contasen en voz queda algún que otro primer beso. Y tú habías hecho otras cosas, habías tenido un traje de baño con una ballenita pequeña, habías cambiado de talla, despreciado algunos juegos infantiles y aprendido nuevas compañías, lejos ya de la isla de Kirrin y más cerca de Julio Verne. En ese mundo urbano y feliz, en el que ya conté que cambiaban horarios aunque no paisajes, ibas a una atestada piscina que hoy te parecería el Ganges, a playas con viento incrustado en las neveras de excursión. Te apretujabas con mil primos, flotadores, toallas y cremas Nivea dentro de un coche en el que nos peleábamos por cantar. Yo juraba que sabía la canción de Pippi en sueco (yo decía «en suizo», me parecía exactamente lo mismo), la de Heidi en imposible japonés y protagonizaba el único, creo, solo cantor de mi vida. Veranos de Colajet y bistecs empanados en fiambreras, ojalá volviéseis. Sobre todo porque siempre, como con la Navidad, con las primeras lecturas, con todo lo que queda en los calendarios que terminan en un cajón para el reciclado, ese mar era mucho más azul y proceloso, más vikingo y salvaje, más aventurero que cualquier otro.
Pero claro, siempre existe la impostura, lo que da la vuelta a lo que escribimos, siempre las peores intenciones. Y pienso en los proyectos de todos los veranos, esos cuadernos de «Vacaciones Santillana» que incluían mucho más que las imposibles divisiones con decimales o la pausada ortografía entre dos cauces de líneas. Los deberes autoobligados que comenzabas con mucha aplicación y pulcritud y acababan debajo de un sofá, revueltos entre fichas de parchís y algún suplemento de periódico. Limbos estivales en los que se han quedado atrapados unos cuentos, el esquema de una novela, el billete de avión a tu casa, la convicción de que había que vivir en Berlín y quedarse allí a pasar de todo, que es, siendo coherentes, lo mejor que te puede pasar. Y aunque inverosímil y mentiroso, el sol vuelve a pedir algún que otro planazo de esos que acaricias más que cumples. Quizá sean esquemas dibujados, sombras perdidas o personajes en penumbra. Y quiero que mis Colajets me acompañen. Aunque ahora me sepan a algo mucho más domesticado.
Que ben rememoras aqueles veráns da infancia !.
A verdade é que os veráns eran ese «tempo de desconto» no que podería pasar calquera cousa, só coa axuda dunha boa dosis de imaxinación. Moitas grazas por pasar por aquí, un placer 🙂
No verán dos 60 aparecía a televisión en color: un filtro diante da pantalla que tiña arriba o azul do ceo; no medio, o laranxa do empardecer, e abaixo, o bucólico verde dos prados. Daba gusto ver a Ava Gardner, Erroll Flynn ou Robert Mitchun como hooligans que aínda non coñeciamos dun país imposible.
Alí estabamos, no bar de Murados, co adianto técnico para as noites estivais.
Bicos moitos
Penso que xa contei algunha vez, o do susto que levou o meu pai cando o técnico da tenda de electrodomésticos veu a casa e conectou a primeira tele en cor que tivemos. Saiu a galiña Caponata e o meu pai caeu hacia atrás e quedou sentado alí, no medio do salón, fascinado por aquel boneco de cores brillantes.
Emma Cohen, por certo.
Bo verán!
Os días nunca volveron ser tan luminosos nin tan longos como naqueles veráns que vde rememora: tamén eu era un neno sen aldea nin Inglaterra, e tirando tres anos en que fomos ao piso vacío da tía C. na Coruña quince días de xullo para tomarmos o sol e o salitre en San Amaro, nunca saíamos de aquí, coma o pai de Pippi en Takatukka Land.
De cando en vez unha leva alegrías como a de recuperar os comentarios do señor Kaplan. Benvido de novo e agardo que volva moitas, moitas veces máis, en verán e en inverno.