En un cuaderno Moleskine: Doppelgänger (2)
Ya había escrito otra vez sobre dualidades, bilocaciones, la gemela maldita. Ya sabía lo que era pensar en un otro, la otra mala, que fuese un brazo ejecutor, el poder de la imaginación sin paliativos, ajena a fronteras de lo correcto. El doble dexteriano, harrysuciaco, chucknorriseano que pusiese las cosas en su sitio, en el lugar perfecto de marcos de fotos y jarrones con peonías. Y parece que sí, que se le van las teclas y el ánimo hacia un salón sureño, de cortinas gruesas y echadas, con la elegancia de los pianos cerrados y la sobriedad de las baldosas entrelazadas. Pero no. Va a dejarlo y volver hacia la niña mala que quiere ser la otra y dejar de serlo. Más amante de la simetría que del doppelgänger, encontró estas líneas en el cuaderno:
«Aunque yo ya me lo esperaba, él tuvo que enunciarlo, que escribir la fórmula con palabras para dejar libre la mesa de la conversación de todos aquellos molestos rotuladores que podían transformarse en grafittis innecesarios. Lo dijo bien alto y lo escribió también para que pudiésemos leerlo a la vez, sin atenazarnos la garganta, con claridad: «Os parecéis muchísimo». No me importó que él reconociese que a veces, me confundía con ella. No importaba, a fin de cuentas jugamos siempre a la sinceridad machota de contárnoslo todo. Y repetimos, casi como un mantra, que no nos debemos nada. Que entre nosotros todo es así, irracional y de buen rollo, de distancias infinitas y de próximas cercanías. Y ya estaba. Pero mientras él enseñaba todas las cartas, yo, por debajo de la mesa, apretaba con fuerza un rotulador edding, de esos gordísimos, hasta que casi me saltaron los nudillos. Y deseé, con fuerza, que mi doble maldita, la mala, justiciera, cogiese de una vez el tipex, la tecla de delete, cualquier cosa que ejerciese una selectiva limpieza étnica de afectos . Y actuase. Pero de verdad : cargarse a aquella otra, a la tercera gemela, » a la que te pareces mucho» pero que llegó antes. Nada de memeces resueltas con etiquetas de desván del tipo «otro momento de la vida». A eso ya habíamos jugado. Yo quería que no hubiese rescoldos, ni huellas. No quería más recuerdos rubios, lejanos y escépticos. Nada. De cualquier forma, fuese como fuese, aquellas eran mis coordenadas de espacio y tiempo. Y, en aquel momento, él tiró por la ventana el reloj y me dijo que nunca más volvería a superponer siluetas, a establecer paralelismos y simetrías, a determinar lo que sobraba y lo que no. Me miró y dijo mi nombre, paladeando las sílabas y asegurándose muchas miradas de mi futuro. Cogimos, ahora sí, los rotuladores y empezamos a emborronarnos las paredes, los cuerpos, los silencios y las almas. Y yo pienso en la maldita manía de anticiparme a las cosas. Y también, claro, me arrepiento de ser tan cabrona a veces. Especialmente cuando intento consolar a mi doppelgänger, y le acaricio el pelo, su cabeza en mi regazo, hastiada de tanto aburrimiento.»
Sospecho que la autora vive esa trilateralidad (realidad-Sigrid-doppelgänger) con mayor satisfacción de la que aparenta 🙂
No crea usted todo lo que lea en los blogs. 😉
Vivo na casa dos rotuladores, das ceras, das pinturas. Cando abro a porta, encontro tres ou catro aos meus pés; cando sento nunha butaca, creo que me resultaría estrañísimo que non aparecese algunha cousa dura que debo apartar, e ante a que unha voz decidida di ‘Ah, o amarelo teno papi. Trae’. No baño aparecen papeis de vistosísimo colorido polo chan, acompañados polos cilindriños cos que os confeccionaron, por se queres completar algo. Se durmo a sesta, aparece un ser pequeniño, ou dous, que me ofrecen debuxos para encher e déixanme o instrumental na cama, porque, se agora non queres, ao mellor dentro dun pouco apetéceche. Na cociña, claro, á parte dos habituais, temos os lapis con imán pegados á neveira, e sinto o mundo da cor que nada discretamente se instalou na nosa casa, cunha luz que se expande, e que nos invita a vivir.
Bicos en tecnicolor