Apuntes y escrituras (1)
Reflexionar sobre literatura es una trinchera ideal. Diseñar itinerarios de ataque al texto, de análisis en su sentido más químico, proporciona esa habitación, si no propia, prestada o casi legitimada por esa voluntad. Imagino siempre esas escenas de estrategias bélicas en las que un montón de militares, alrededor de mapas y maquetas desplegadas sobre una mesa, dan vueltas, comentan, mueven soldaditos, rodean con un círculo una ciudad que quizás nazca ahí para alguna historia, bien para la que se escribe con mayúsculas o bien para la que quiere ser borrada. Al final, muchas veces y solo al acabarse la película, habremos olvidado los nombres de las batallas que vendrían en fotogramas posteriores, casi su resolución, los vínculos con las historias principales. Recordaremos, con mucha antipatía, el brillo de los galones, los recios uniformes, los teléfonos sobre los mapas. Con antipatía, quizás por ajeno o por efímero, como la condición de lo ficticio, que arrastra completamente el prejuicio del espectador, del lector. Que lo sacude, lo integra o también lo expulsa de determinados reinos, sintiéndose non grato en algunos cotos de caza privados, participados por muchos públicos, en el que somos el que camina al revés, o el niño con gafas que mira con primaria nostalgia a los inalcanzables deportistas, aunque realmente se la sude correr detrás de un balón. No serán nuestros, quizás. Seremos de otros. Pero tendrán siempre para mí el sabor a herrumbre de lectura fracasada. ¿Del lector, de la obra, del momento? Todo esto lo apunto en los márgenes de mi frustración. Aunque, muchas veces, apoyada por un oxigenado alivio. Y reconfortada, humana al fin, por futuras conversaciones en las que quizás encuentre refrendo.
Muchas de las reseñas me desconciertan. Algunas llevan el bisturí todavía colgando. Otras prescinden de la propia lectura para centrarse en todo lo paratextual. Por eso, me gusta más que, simplemente, la gente escriba sobre literatura sin limitaciones formales. Hay autores que son capaces de agarrar la literatura de los otros. Y, sencillamente, leer y reflexionar sobre lo literario en sí mismo. Ofreciendo, muchas veces, una creación más interesante y completa. Recortando los márgenes con lo reseñado. Construyendo algo paralelo. Pensando en autorías, digresiones, verosimilitud. En máscaras, espejos, personajes. En voces tan escurridizas que no sabemos dónde se han metido al terminar la lectura. En otras que se quedaran a vivir para siempre. A las que volveremos, creando un álbum familiar de gustos para recordar los principios.
Ojalá yo fuese capaz de hacer algo así al hablar de la literatura que siento como mía pero que habito como intrusa. Pero como no sé si soy capaz, o lo seré en esta serie que hoy comienzo, me permito recomendar a Zadie Smith y su Cambiar de idea. Y en el margen de un blog siempre hay cabida para otro. Y esta reflexión sobre la última novela de Auster me atrapó.
Y un guiño, que no todo es solemnidad 😉