Anchoas y Tigretones

Un calendario en un pañuelo

Rosebud, Rosebud

Teníamos un armario antiguo por el que navegaban manzanas y trozos de jabón. No es mentira: en casa se guardaban en cajones y armarios para darles ese falso perfume del otoño, un aroma doméstico creado porque sí, porque ponía en fila y hermanaba nuestros gustos, dándole un sello familiar. El jabón y los trozos de manzana seca- en unas bolsitas de tela bien cerradas- convivían en la oscuridad de lo durmiente con medias, calcetines, «mutande» (para qué decir «ropa interior» que es feísimo si podemos decir «mutande»), en esa familia silente que son la ropa y los objetos a los que no da la luz, que reviven al abrir las puertas. En un cajón del armario, mi madre guardaba pañuelos, de señora y caballero, distribuidos en varias filas muy bien organizadas: los de mi padre, con su inicial y su posterior aroma a Atkinsons; los de mi madre, festivos y sesenteros, que irían a oscuras en un bolso con una gotita de Royal Ambrée. Mi madre tenía un pañuelo que me encantaba porque era loquísimo: un calendario de 1971. Sí, mi madre me ha sonado los mocos en una imagen de 1971, amigas, quiera decir eso lo que Freud o las psicólogas contemporáneas crean que quiere decir. Ribeteado de azul y verde, los 365 días de aquel año eran diminutos, iguales en su tipografía, pequeñitos. El pañuelo de 1971 nos acompañó muchísimo tiempo, alterno, claro está, con otros mucho más anodinos y aburridos, de flores y bordados en relieve, cosas que tenía todo el mundo. Años después me regalaron un lápiz que era también un calendario: imposible ver los días, convertidos en un enjambre de números diminutos, iguales todos entre sí. Lo único que podía hacer con él era resolver sumas y restas, multiplicaciones, corregir faltas de redacción que entregaba luego siempre con miedo de no estar a la altura. Parece mentira, ¿verdad? ¡Con el poco síndrome de impostora que yo tengo!

Ese lápiz y ese pañuelo me han recordado mucho a 2021: un año pequeño, que parecía crecer a veces y se encogía casi siempre. Fue un año entre Sísifo y Penélope, de hacer y deshacer planes porque una realidad coñazo y alarmante se imponía. Vacunada, sin contagiarme, sabiendo que vivo en un privilegio enorme. Sin casi viajes y mucho estar en casa, echando de menos a amigos que desaparecieron porque están también reacomodándose, leyendo mucho, escribiendo poco. Fue un año de destellos breves de alegría, pequeños y escurridizos, de sensación de rutina invasiva. Hice merendolas en casa, aprendí a bordar y conocí a personas que, ojalá, se queden mucho rato. Otras se han ido por el sumidero de la memoria, merecidamente, viene bien desatascar. Escuché música, cociné platos riquísimos, fui de pícnic y de excursión, hice kilómetros andando y en tren, conduje hasta pequeños oasis de alegría: me perdí alguna vez, no se puede confiar en Google a ciegas cuando no sabes cómo dirigirte al suroeste porque solo ves una casa marrón. Es así. Hice compañía, cuidé todo lo que pude. Fui al cine con Toni y María, nuestros domingos de cine, qué importantes fueron para mí. Y a pesar de ser un año poco productivo, me he reído bastante, he paseado al borde del mar casi todos los días- con Jove, con Meli, con Jose- me ha sobrecogido Hervé Le Tellier y me ha emocionado hasta el infinito Sara Gallardo, me he agotado escuchando podcasts- cuánto edadismo en el jiji jaja-, he ido a conciertos sentada, he visto teatro y danza, viajé a Marte con Patri desde Barcelona, eso no lo puede decir cualquiera. No he besado a ningún guapo desconocido, eso se lo dejo a Merce Corbillón- que además lo cuenta estupendamente- porque la mascarilla me confunde mucho. Pero sí me dieron alegrías los amigos : el premio a Xesús Fraga fue como una explosión de luz en un momento muy malo, Inma se descubrió como una gran poeta, la Bande siguió abiréndonos los ojos sobre las mujeres silenciadas de la posguerra, Isabel Parreño nos hará viajar por la Italia soñada, Lucía sigue siendo incansable difusora de tantas cosas. Y me hicieron, no puedo olvidarlo, el mejor de los regalos: fui personaje de una novela, ni más ni menos que A vida secreta de Úrsula Bas de Arantza Portabales. Hay ahí una bibliotecaria habladora y rubia, que escribe un blog como este, a la que le pasan algunas cosas interesantes (la novela es magnífica, no podéis parar de leer en cuanto empezáis y, en castelán ou galego, deberíais leerla si no lo habéis hecho ya). Gracias, Arantza, por ese momento influencer que tuve este año y te deseo todo lo mejor, de corazón.

No sé si desear feliz año, creo que lo mejor es desear que 2022 sea mejor que 2021, que veamos el fin del maldito bicho que tanto se ha llevado por delante, que sí besemos mucho más, que no nos olvidemos de cuántas personas nos quieren, que no fumemos aunque la vida se empeñe en intentar hacernos caer en la tentación, amén, y que todo aquello que nos gusta- libros, hombres, música, comida, rocanrol- se dé sin tasa, locamente, sin parar. Que si años después reencontráis entre vuestros papeles, vuestro imprescindible desorden, algún que otro calendario viejo de 2022, algún pañuelo de madre milagroso o un lápiz que reúna estos futuros 365 días, el recuerdo sea grande, magnífico, deslumbrante. Que sea un año mágico y potente. Y, como me dijo alguien una vez recordando a la malograda Petra Kelly, sed siempre tiernos, pero subversivos.

¡Nos vemos en 2022!

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5 pensamientos en “Un calendario en un pañuelo

  1. Que teñas un 2022 tan completo coma o 2021 canda menos! Ser personaxe nunha novela non é mui habitual que digamos… e que dos malos tempos fagan papel de váter!

  2. Veño dun sitio, onde me falaron da Sylvia (Plath), e xa lle comentei que pasara por outro, onde me deron dúas páxinas dela para ler (inacabadas)…e agora me falas dunha muller alemana non cuadriculada e activista verde, que nin puido sucidarse… canto costa ter unha habitación propia (por moi boa pinta que teña o macho ou femia que te acompaña)… e aínda máis encher os petos de pedras e sair a paser cara míticos edenes… nada, que pasaba por aquí…

    • Ter unha habitación propia, e máis nestes tempos de incerteza, é case un unicornio. E si, hai quen non atura a vida e decide irse por propia man e quen é borrada da súa por mor da maldade. Moitas grazas por pasar por aquí!

  3. Pingback: Un calendario en un pañuelo — Anchoas y Tigretones – Ismael Mayorga

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