Anchoas y Tigretones

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Idas y vueltas

MAPA-LEON-SIMINIANI

A veces, alguien quiere diluirse, comenzar un viaje en el que perder la sombra como Peter Schemill ; abrazar un vacío, extremar lo confuso para entender las cosas.  El caos organiza y puede ser un punto de partida : tirar cimientos o, al menos, hacerlos temblar. Quizás si pudiésemos llegar desde aquí al infinito, nos ahorraríamos todos los procesos de metamorfosis y cambio que conforman, a golpe de medalla y cicatriz, lo que realmente somos.  Y, crear, así ,nuestros propios catálogos de mitos y anhelos: empezaremos a ser cuando nos desprendamos de las posibilidades de nosotros mismos que vamos construyendo. Seremos nosotros cuando tengamos unos cuantos «yos ex-futuros» que llevarnos a la boca o a la vida. Elegir, qué difícil. Asomarse a una encrucijada es asumir la belleza vertiginosa del laberinto, de ese lugar ilimitado. Y acertar al escoger.

Elegir viene, a veces, porque hay una despedida, un carpetazo previo. Hay una suerte de rito iniciático para conmemorar todo aquello  que se culmina. Siempre me han gustado las películas del día antes de marcharse, desde American graffiti hasta The last picture show, incluso, si me pongo ya estupenda Less than zero.  Ya no somos niños, dejamos el nido, dejamos de ser gregarios, de ser una pieza de un puzzle protector. Tú a un lado y yo al otro. Y pensar, casi, que estamos jugando a algo que permitirá en unos años regresar y que nos contemos las batallitas, las aventuras, que hagamos la fiesta de pijamas de la edad adulta ahora que somos eso, adultos de juguete. Mejor no saber que alguno de nosotros no volverá, mejor no saber en qué se ha convertido para cada uno de nosotros el destino, mejor seguir pensando que este recreo individual dura eternamente y no tenemos que rendir cuentas  a la pandilla. Por eso también me gustan las películas de reencuentro  desde Los amigos de Peter hasta Beautiful girls: los que se quedan y sueñan con el velado glamour de una partida. Los que se han ido y vuelven para ser recibidos como una suerte de héroes locales, aunque esa realidad, alejada y desconocida para los viejos amigos, sea tan de pintada y bloque de apartamentos, tan de soledad y estigma de fracaso como los oxidados carteles de las carreteras ya no secundarias, las de segunda división. Esas que solamente te llevan a  tu pueblo cuando vuelves siendo el antiindiano.

Y entonces ves una película en la que la partida, el viaje, es parte ya la ausencia . Veo Mapa de León Siminaini y contemplo un diario de la melancolía, es más, del proceso por el que se restaura la melancolía.  Un tejido bien trabado de un viaje que quisiéramos infinito y en la que lo primero que metemos en la maleta es la nostalgia. Y hablo en plural porque es imposible no sentirse el que lleva la cámara,sea Siminiani, sea el narrador tras el que parece esconderse en ocasiones. Este poema visual, intimista e irónico, despojado de pretensión pero con una hondura sentimental encomiable, te demuestra que a veces hay que irse para encontrar lo que has perdido, o no sabías que necesitabas, debajo de la cama, allá, en tu casa, en tu país. No sé si es un testimonio pese a suceder en época de análisis, de profetas, de testaferros. Está la India y está el 15M. Santander y Madrid.  El centro y la periferia. Pero sobre todo está el amor, el autor, y muy profundamente, la vida.  Mapa es un poema animado de lo inmediato, una película de mayúsculas y minúsculas que sitúa la grandeza en lo cotidiano, en los sentimientos que reconocen todos los espectadores, en lo doméstico y en lo universal. Una cámara que es ya una parte de ti, una voluntad de contar lo que sucede y la tentación de caer en ese testimonio que casi no lo es, es tuyo y de otros. Lo obvio, lo reconocible y familiar emerge en un mar de dignidad completa. Y todo con una sencillez desarmante: una niña bañándose en un río, las pintadas de la calle, las estanterías de tu casa y tus libros de viajes. Sencillez que que viene de la mano de unas canciones que van enlazándose con otras, de Matthew Sweet a Etta James, conformando otro nivel de discurso. Pero no teman, no hay semiología: hay esa íntima e inconfesable reivindicación de casi todos nosotros de tener una banda sonora propia, de enumerar las canciones que te ponen las pilas, que son un implacable ruido de fondo para llorar a gusto, las que te hacen dar alaridos y comportarte como una descerebrada camino al trabajo, las que son como tu firma. Rob Fleming lo sabía muy bien y en High fidelity   una de sus listas era Música para poner en mi funeral. La música en Mapa es también parte de ese legado que construimos a base de escuchas de discos, de recomendaciones, de trenzar letras y momentos. De vivir.

Y por seguir con alguna referencia a Nick Hornby habría que decir que, aparentemente, todo esto sucede por una chica.  Desde luego, las hay con suerte.

Película: Mapa de León Siminiani

Música: Hay que escuchar esto, claro

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