Anchoas y Tigretones

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Otro invierno

Señoras elegantes que viajan en invierno

La vida digital tiene sus puñaladitas de paso y una de ellas es la sección «recuerdos» de alguna red social. Hoy, hace tres años, yo estaba en el aeropuerto de Barcelona rumbo Bologna y Ferrara. Que el mundo se haya convertido en una permanente hibernación alimenta, no de forma muy sana, nuestras nostalgias y rasgamiento de vestiduras. Hace tres años yo me quejaba de pasar un control exhaustivo en el aeropuerto pero, claro, abrazaba a quien me daba la gana, entraba y salía con tranquilidad y mi máxima preocupación era colocar bien las preposiciones al aterrizar en Bologna. No sé si estas nostalgias no estarán alimentando una futura sensación de venganza al mirar atrás, al mirar a todos estos meses medio vividos. En cualquier caso, empieza un nuevo invierno y es cuando echo más de menos el trajín, porque yo, señoras y señores, soy una viajera de invierno.

En invierno las ciudades son mucho más auténticas. Esa luz que se escapa tan pronto en el centro de Europa hace que tengas que aprovechar al máximo, arrebujada en bufandas y lanas, tus jornadas y paseos. Esa pálida luz que bañaba Ferrara un viernes de mañana, en el castillo Estense, cuidado por voluntarios mayores que te acompañaban para que no te perdieses. Hermosa es la llegada de la noche a Viena en noviembre, con aquellos mercadillos de Navidad donde se bebía la única guarrada bebestible que no soporto, que es el vino caliente con canela y miel. O refugiarnos de unos timidísimos primeros copos de nieve en Torino, buscando la casa de Natalia Ginzburg, viendo cómo iluminaban la Mole Antonelliana de morado y los transeúntes se paraban, fascinados, a ver el espectáculo. Y aquel enero lleno de barro en Haworth, donde fuimos Emily Brontë un ratito y Charlotte otro poco. El invierno, con paseantes casi esquivos y el viento helado de cara, es esa estación poco amigable para muchos, pero que es una pequeña cajita de bombones para unas cuantas. Y ojalá una travesía en un tren hermoso y decadente.Todos esos ojalás, los congelo y me los guardo en una caja de futuro.

Qué poco sabíamos del frío solitario de otros inviernos: de los confinamientos, de las cifras, del desconcierto y la incredulidad. De vivir en zapatillas y castigados sin postre ni recreo. ¿Os acordáis de cuando no salíamos un sábado porque nos daba pereza? ¿O de tener entradas para un concierto y no ir porque «ya los vi y total, ya da igual»? O esas llamadas que no cogías porque «no era el momento». Bueno, quizá sea cierto que ya bastante rasgamiento de vestiduras hay en el mundo para que venga yo a dar por saco, pero es verdad: la idea de la inmensa fragilidad del tiempo, ese delicado y ya casi quebradizo equilibrio entre melancolía y rabia es el estado mental que nos ha dejado a la mayoría de los privilegiados (ni contagiados ni con pérdidas muy cercanas) toda la locura del virus y su consecuencia. Planear, añorar y ajustarse siguen siendo las tareas, casi las únicas, que podemos hacer a diario para protegernos, aunque sea de forma ficticia, del constante sobresalto, del miedo, de esa realidad a la que le faltan ya demasiadas piezas, a que nos confiemos y volvamos atrás, como ya ha sucedido.

Yo he puesto un mapamundi (me chifla esta palabra, es maravillosa),que me regaló Paula Neira hace años, en la pared, enmarcado. Es un mapa en el que tenemos que ir rascando los lugares ya conocidos. Yo he preferido dejarlo tal cual, como una promesa en blanco de un futuro mucho mejor que este presente maltrecho. Mientras tanto, arrebujaos en vuestros abrigos de invierno, poneos la mascarilla y mantened la distancia de seguridad. Y, si no os queda más remedio que salir a la calle a diario porque no podéis(no os dejan) teletrabajar, recordad, al menos yo así lo hago, la belleza de las ciudades en invierno, especialmente de todas aquellas que no conocéis. Porque mucho me temo que la supervivencia pasa por crear esa nueva categoría que es la nostalgia del futuro.

Mucho ánimo, y como dice la gran Lidia García, the Queer cañí bot, cuidad y cuidaos.

Para entretener cualquier espera:

Yo recomiendo el escapismo de los libros, las películas y las series de televisión ahora que no podemos darnos a otros placeres más mundanos. De lo que he visto últimamente, me ha encantado All the creatures great and small, que podéis ver en Filmin. Como dice la gran Patricia Portela, «si es que nos dan un prado inglés y ya somos felices». Factura BBC muy clásica para las aventuras de este recién titulado veterinario en un pueblo de Yorkshire a finales de los 50. Humor y alegría, también costumbrismo y conciencia. Una joyita.

He visto Veneno y me he emocionado mucho. El lado en zapatillas y bata de casa de Cristina, de su infancia difícil llena de indiferencia y desapego familiar, de su «aquí estoy yo», de su llegada a Madrid siendo ya quien ella quería, de la voracidad de la televisión y de la perversidad de la fama efímera. Y, sobre todo, de abrir camino a base de tacones torcidos, mucha palabrota y bastante dolor. Y mi amor absoluto por Valeria Vegas, que está detrás del libro en el que se basa la serie y que aparece también como personaje. Porque sí, necesitamos siempre referentes.

Sigo degustando Borgen, que ojalá viesen Pedro Sánchez y Pablo Casado alguna vez. Voy poco a poco, como buena señora tardía.

Recomiendo muchísimo el documental Trump in tuits, así como The loudest voice y The Comey Rule. Lo digo para no tener que comentar los resultados de las elecciones ni por qué Hillary no gustaba, ni siquiera a los demócratas.

He terminado Lo que queda de luz de Tessa Hardley y Conversaciones entre amigos de Sally Rooney. De la primera: majestuosa escritura la de esta señora de vocación tardía y prosa sensacional. Y de la Rooney soy fan aunque, en contra de la mayoría, a mí me gustó más Gente normal. Y ahora estoy empezando Vestidas de azul, el libro de Valeria Vegas sobre transexualidad en España, que me está interesando muchísimo y que me sorprende a cada página con detalles de la legislación española que yo desconocía. Y empiezo ya, con mucha ilusión, Luces de varietés de Manuela Partearroyo, porque un ensayo sobre la relación de Valle-Inclán con Fellini tiene que tener un lugar de honor en mi modesta memoria.

Y escuchen muchos podcasts, que hay mucho talento suelto. Y yo llevo en bucle con esto el día de hoy.

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