El pasado en provincias (con Verna B. Carleton y Jenny Diski)
Hace tiempo, mucho, que pienso en escribir algo recreando todas las vidas ficticias de quienes viajan conmigo en tren a diario. Observo y tomo notas mentales sobre la mujer que pudo haber sido una violinista checa afincada en Galicia por amor, del héroe de los deportes lesionado y reconvertido en entrenador de fútbol infantil, del hombre de aspecto cansado que parece leer todos los días el mismo ejemplar del mismo periódico. Conocí un proyecto precioso en Instagram que se llamaba «Passengers» y que me recomendó Marcos Pérez Pena, es de una mujer con una mirada excepcional, Aymará Ghiglione. Fue curioso: debió hacer el mismo recorrido que hago yo todos los días, habremos, sin saberlo, compartido miradas, nos habrán llamado la atención la novela tras la que se parapeta algún tímido, la explosión de apuntes y rotuladores de colores de los estudiantes, la mirada ausente o enamorada, el ensimismamiento ante la pantalla de un portátil o del ominipresente móvil. Hemos ido, quizá, en el mismo vagón, viendo el mismo paisaje ante un tren que devora veloz las copas de los árboles, los cables, las vidas de los otros. A mí siempre me ha fascinado la gente que se queda frita en cualquier sitio y me encantaría hacer un álbum a lo Sophie Calle, aunque más me gustaría, claro, imaginar lo que sueñan en una especie de Black Mirror a medida: los sueños en tránsito, el subconsciente en su laxitud, el abandono sensual y recreado de ese duermevela; pequeños cortometrajes de la intimidad de los otros para goce y disfrute de esta señora cotilla. Pero yo, como siempre, iba a otra cosa y ya me estoy dispersando.
Leo Regreso a Berlín de Verna B. Carleton, en esa bonitísima coedición de Errata Naturae y Periférica (muy fan de esa cohabitación de las dos editoriales, a pesar de algún errorcillo solventable y sin importancia). Tendríamos que hablar muchísimo de esta novela que no debe, no podemos permitirnos el lujo, diría yo, pasar desapercibida. Ese regreso del título a la Alemania de finales de los cincuenta merece un análisis pormenorizado sobre el perdón y la culpa, la manipulación y el aprendizaje de la historia, sobre las identidades rotas y reconstruidas, sobre la bondad y la crueldad. Insisto: merece un análisis mejor. Pero yo, a lo que iba, es a la primera parte de la novela, en la que tiene lugar una travesía en barco desde América a Inglaterra, se hace escala en una pequeña ciudad al norte de España llamada La Coruña (sic). Estamos en 1957. La visión de la mujer dista de ser positiva. Habla de una ciudad de ventanas cerradas a cal y canto, de una arquitectura rimbombante que le recuerda a pasteles glaseados algo derretidos en una ciudad de bello entorno, pero deslucida por la falta de armonía y cierto abandono. La narradora concluye: «España era pobre. Y España mostraba su desgracia desafiante, abiertamente». Y yo siento una cierta tristeza. Yo imagino a mi padre, un joven de veintiséis años inmerso en su rutina cotidiana y siendo objetivo del ojo observador de la mujer que desciende, con otros pasajeros, a pasar unas horas en esa pequeña ciudad. ¿Se habrían cruzado? O mi madre, acudiendo a un trabajo necesario y no escogido. ¿Qué pensarían ellos de los extranjeros que se cruzarían por la calle Real con aspecto de exploradores urbanos, con sus pecas y su piel blanquita, su ropa tan diferente? Unos, insertos en la vida que tocó, gris y provinciana, tan tiznada de Fragmentos de interior como de Calle Mayor, tan sobria y tan poco pagana, tan milimetrada y tan poco libre. Pero era la suya: la que tocó. Exenta de ficción y, quizá, sobrada de una rutina que observamos con la misma condescendencia, con la misma distancia elevada que la turista americana que se bajó por unas horas a pasear por la ciudad del norte. A pesar de reconocerles la dignidad, con un poso de admiración.
Termino esa novela y comienzo Los sesenta de Jenny Diski en Alpha Decay. Y me topo con esto ya en la primera página: el pasado como mito, como la idea que la gente se forma de él a posteriori, un territorio movedizo atravesado por algún acontecimiento (guerra, crisis, siglo) que permita detentar «una narrativa manejable». Caramba: esto es. Hay ideas más poderosas que la experiencia, dice la autora. Y en esas ideas poderosas, en esa conmiseración empática que sentimos hacia esos hombres y mujeres que vivían en la ciudad del norte en 1957, establecemos que nosotros hemos vivido mejor, desde una perspectiva del asunto que desconoce variables básicas como la felicidad o la naturaleza de lo cotidiano. Nadie niega la escasez, la falta de libertad, influyese como influyese en esos hombres y mujeres (dicho esto grosso modo, que luego se me echan encima). ¿Somos nosotros más felices? ¿Y cómo coño somos tan arrogantes de pretender extender nuestro concepto de felicidad a todo el mundo? O de bienestar, o de rigor, o de aventura, o de riesgo, o de…completen con lo que quieran.
Yo empezaba hablando de cómo me gustaría reinventar la vida de los pasajeros, de participar de sus sueños,de poder inmiscuirme ahí y reutilizar, apelando a a lo exagerado, a lo freak, a lo extraño. Cuando pienso en biografías ficticias de extraños me divierto, cuando imagino la vida pasada de aquellos que quiero me resulta mucho más difícil no acudir a una narrativa cómoda, que acaricie un poco las posibles heridas antes de tiempo, de autoconvencimiento, de tranquilidad o, también es posible, de cierto regodeo en la desgracia. No sé si soy empática o compasiva, si me dejo llevar por una poética precisa y previa, si necesito corroborar mis miedos o tranquilizar mi conciencia. Yo recuerdo las anécdotas hermosas- algunas, sí, algo tristes- de la infancia de mis padres, en un país en blanco y negro, en un país de domingos desiertos y desolados, de misa y mantilla, pero también de familia, juegos, música e imaginación en la parquedad. ¿Quién soy yo para maquillar o dejar al natural el pasado? Como no lo sé, no me queda más remedio que explorarlo, novelar o aprovechar, ahora que los personajes viajan dormidos, ahora que el pasado es una forma de que yo pueda relacionarme con mi presente.
Jenny Diski Los sesenta Alpha Decay, 2017
Verna B. Carleton Regreso a Berlín Periférica& Errata Naturae, 2017
El perfil de Aymara Ghiglione es tal cual así en Instagram. Y a Marcos Pérez Pena lo podéis leer en Praza.gal