Jugar al parchís
Qué candor tienen los aniversarios. Me avisa WordPress, este cuaderno de prestado digital en versión básica y gratuita, que hoy hace once años que estoy con ellos, huyendo de una posible hecatombe en otra plataforma. Con mi escasa, aún hoy once años después, experiencia digital, me sentía como empezando una nueva partida de parchís, avergonzada del atrevimiento, sin comerme las fichas de nadie y la cabeza gacha, igual que cuando las niñas mayores te invitaban a fumar y tenías que encontrar el fiel de la balanza: ni chula y sabihonda ni tampoco bebé que tose y que no sabe nada. Estar de prestado con las mayores es igual a ser una escritora de juguete: es aprender a pasar desapercibida pero dejando un recuerdo de agua de colonia al pasar. Escribir de prestado y gratis es como poco práctico, de promocionarse poco, en esta épocas en las que recibimos tantas invitaciones al like que acabamos perdidas en un bosque de súplicas digitales. Siguiendo con el parchís, he esperado muchas veces tener un seis para salir a contar algo, también he pasado turno, algo habitual en aquellas que habitamos o rondamos los territorios de lo descreído. Es posible que ya no se vendan juegos de parchís en casi ningún sitio y que los que sobreviven sean carne de webs de segunda mano, cosa que sucede con muchos libros infantiles que nadie quiere conservar. Hay algo de perverso en eliminar esos vestigios de la primera infancia, de la lectura a trompicones, de todo lo que es maravillosamente imperfecto y dulce. Pobres libros de Wallapop, seríais más felices criando polvo encima de una estantería donde alguna vez, años, muchos años más tarde, podría rescataros la nostalgia. Pero eso, como solemos decir, es ya otro asunto.
Comencé hablando de lo que pasó hace once años, cuando parecía que aquella plataforma que albergaba estas redacciones de fin de semana se iba al guano. Qué poco sabíamos de apocalipsis en 2011. Lo que sí recuerdo es que tenía el corazón algo encogido por si algo desaparecía en esa madriguera de Alicia, poblada de amenazadores píxeles y otros monstruos, que es el ciberespacio, esa palabra tan antigua. Pero no: cambiamos y recuerdo hablar de mudanzas y acarreos, sin mayores consecuencias. Y todo siguió así, en un cuaderno prestado, lleno de anotaciones. Este cuaderno tuvo grandes compañeros de viaje, fue abandonado en ocasiones, a veces observaba como quien escribía despotricaba, se abría en canal, aporreaba teclas, no sabía muy bien por donde salir. Lo bueno, lo mejor de todos los espacios de libertad, es que no obligan a nada, pero no están menos expuestos que otros. No llevas una libreta en el bolsillo, estás en ese «mundo líquido» (qué espanto de expresión) que permite retorcer, cortar y pegar (esto hay algunos que lo hacen de maravilla, qué cara tienen), crear un estereotipo ajustado o no a la realidad de la persona, real, muy real, que está detrás. Sean cuales sean las máscaras que exhibas, haya más o menos verdad, estás siempre ahí asomando, de una manera más obvia o menos, como un maquillaje de Carnaval a las tres de la mañana. Creo que las ficciones de identidad, y más aquí, son muy difíciles de mantener, es más, a mí no me interesan: jugar entre esos dos mundos es lo que me gusta de este espacio.
Por eso, y solo por eso lo mantengo. Porque no espero nada más que escribir aquí sin ningún tipo de vergüenza. Algunas redes sociales han sustituido espacios como este porque, se supone, hay que evolucionar. A mí la evolución me la sopla bastante, qué queréis que os diga. No creo que sea más efectivo (¿qué quiere decir esa palabra?) ni más visible (eso me importa también muy poco), ni, lo más importante, mejor. La plataforma me da igual, es más, me parece un coñazo leer en Instagram, no digamos en Facebook y los hilos de Twitter, a partir de cinco posts, son ya directamente invitación al abandono.. A mí, tengo que deciros que me agota la falta de autenticidad, la displicencia de quien decide qué es o no es moderno, es que me da igual. Es más, me la sopla también mucho si ser moderna es leer en diagonal. Me hace gracia cuando a veces me dicen, con un punto de compasión, «es increíble que sigas manteniendo un blog cuando ya nadie los lee». Es posible. Pero no me paro a defender nada, solamente a recordar que todo aquello que escribimos puede pasarse a limpio. Que ser columnista o escritora de juguete (para mucha gente esto es ser escritora de juguete) no le quita capacidad a lo que escribas. Que sí, que todo esto es refilón y notas desapercibidas, pero también mucho de lo que va en papel a veces acaba, sin leer, en el cajón del reciclado. Y eso sí que es tristeza.
Por lo tanto, y si a alguien le apetece, seguimos iniciando partidas de parchís. Contando diez, intentando no comer a nadie, recorriendo casillas para pasar el rato. Y llegando a un final, solo por divertirnos.
La verdad es que ir contra corriente es ser moderna. Aunque ser modernas nos la sople.
Leo:
El amor, violento, desigual, en La parcela (Caballo de Troya) de Alejandro Simón Partal. El amor que se sitúa en el centro de cualquier abismo, como un aprendizaje de uno mismo en el otro: y un aprendizaje en un contexto desequilibrado, donde el tedio es normalidad para unos y aspiración para otros. Mundos en tensión que se observan desde lejos, se aproximan y alejan, un lenguaje poético superior en una novela extraña y maravillosa.
A pesar de tensarme muchísimo cada vez que se baraja el posible género «maternidades», tengo que decir que Os seres queridos (Xerais) de Berta Dávila es una novela extraordinaria sobre diversos aspectos minimizados y poco tratados como son la depresión post parto y, sobre todo,los planteamientos taxativos y excluyentes acerca de la maternidad: ¿es ser madre aquí y ahora lo que realmente quiero, ser madre por encima de todo, no serlo por encima de todo? ¿Puedo querer no serlo si ya lo he sido, es ese instinto o necesidad lo que sobrevive siempre o no?
Tenéis que leer las Notas de suicidio de Marc Caellas. Es necesario hablar sobre el suicidio, sobre la posibilidad y esta recopilación de notas de despedida es cualquier cosa menos una frivolidad. En la presentación en Berbiriana, con el autor conversando con Julián Hernández, faltó tiempo para terminar el coloquio, para hablar de muertes avisadas y otras inesperadas. Impecable.
Acabo de leer este artículo sobre Molly Ringwald y por qué desapareció de la comedia adolescente de los ochenta, su particular cruzada contra los «otros Weinstein» y me parece de lo más apropiado para señalar la existencia de una violencia machista estructural. Ya, es de perogrullo lo que digo, pero creo que nos olvidamos a veces (o nos lo intentan quitar de la cabeza, como el señoro que me dijo que por culpa del Metoo un amigo suyo ya no trabajaba, que el pobre, blablabla).
Podcast: El episodio de «Buenas maneras» de Deforme semanal y, sobre todo, la exquisita entrevista en «Hotel Jorge Juan» a Martín Torres (¡qué hombre, qué hombre!), director de la editorial Superflua.No hay nada más natural y elegante que su relajado cosmopolitismo. Maravilloso.
Y las Ginebras, siempre:
«Yo sigo siendo la misma y tú
Sigues siendo un gilipollas
Quieres parecer Alex Turner
Porque sabes que me mola».