De los lazos y las desabotonaduras

Agosto es siempre lento y desubicado para quienes no gozamos de veraneo y ruptura de rutinas. Cuando todo se interrumpe- las suscripciones a las revistas, los horarios continuados en nuestros lugares favoritos que pueden ser tintorerías o cualquier otro donde reparar lo externo-solo queda observar y abrazar pausas con las persianas algo bajadas, gozando del silencio. Este paréntesis nos sirve a las lentas, a las dispersas, a repasar o recuperar lo que no ha dado tiempo a hacer: a llevar al zapatero aquellas botas que dejaste de usar en abril porque total, ya viene el verano y para qué; a recomponer el orden y desconcierto de la despensa; a repasar correos y borrar whatsapps que ya adquieren ese punto deliciosamente camp por desconocedores, su lugar en el tiempo, de todo lo que vendría después, qué ingenuos, qué conmovedora inocencia. A mí, además, ese tiempo de minutos espaciados más de lo normal- aquí debería ir la explicación de cómo la soledad del verano convierte los meses en gominolas alargadas en su sabor-me sirve también para recuperar podcasts guardados. Me gustan los que no dependen de lo inmediato, que pueden ser conversaciones de hace tiempo, también del futuro. Hablan Javier Aznar y el entrevistado Pedro Zuazua de amores gatunos, de veraneos en otras ciudades, de los amigos que entran y salen de la vida de uno. Contaba como, hacía muchos años, en una de las excursiones con la pandilla del verano, a la vuelta, se separaron para volver a casa en una bifurcación de la carretera. Los vio alejarse, en la distancia física y de la vida, sabiendo que aquel día se terminaba algo que no había llegado a ser completo, que no tenía ese don de la búsqueda de lo complementario, una pandilla de verano que es la tuya porque está ahí, nada más. Apareció otro grupo más afín, más apetecible para ese tiempo de ocio. Y allí, en la lejanía de aquellas bicicletas pedaleadas por los examigos, cada vez más extrañas y ajenas, nace un recuerdo borroso, de foto que nadie conserva, que no importa.
Leo en el tren Dos vidas de Emanuele Trevi, un homenaje a dos grandes amigos, diferentes, únicos, ricos en discrepancias y construcciones comunes: Pia Pera y Rocco Carbone. La amistad puede ponerse en pausa en algunos momentos de la vida, por desencuentros, por saturación, por desequilibrio en el interés del uno en el otro. Pero no tiene por qué terminarse, no es un portazo. Es un marcapáginas en un libro hermoso y dejado a medias : no es el momento (sin ir más lejos, a mí me ha pasado este año con el fascinante El último hombre blanco de Nuria Labari : magnífico, pero sin don de la ocasión para mí cuando me lo regaló Alejandra. Me observa desde la estantería sabiendo que nos recuperaremos el uno al otro algún día, eso es). Creo que la amistad, por ponerme algo estupenda, es una habitación entreabierta. Es normal y lógico, aunque a veces duela un poco, que algunas entremos y salgamos, en ocasiones de forma sigilosa, otras, de modo más notorio. Tengo compañeras y compañeros de viaje de siempre, muchas veces salvada la relación por el cariño, pero no conservo, ni de lejos, a todos mis amigos de la infancia ni de las pandillas primeras. Muchas amistades, alimentadas con el fervor gregario de la adolescencia, se han diluido y no en la deslealtad, puede ser en los distintos territorios o en la falta de common ground. Me gusta que me llamen o que me envíen whatsapps solamente para saber si estoy bien; en otras ocasiones casi me resulta irritante ser ese foco de atención. Biorritmos, capricho, quién sabe. Pero lo que sí sé es que estoy siempre en ese lugar que he construido a medias con alguien para dramas, alegrías, desahogos, desenfrenos, confidencias imposibles, datos fiables para un trabajo de una hija, teléfonos de señores que arreglan cortinas, psicólogas recomendadas… ¿O no es eso de lo que se trata? Hay una excepción a la disponibilidad: cuando tomo ese camino de refresco del que antes hablaba o si me encuentro yo misma ese hueco vacío que se ha ido forjando poco a poco entre un amigo y yo, entre alguna llamada necesaria sin responder y el silencio, entre la falsa dignidad de dar ese primer paso. Una de mis series favoritas (y que por alguna deslealtad del destino dejé de ver en algún momento) contenía una buena definición de lo sobreentendido, del apoyo silencioso que también es base de alguna amistad. En Mujeres desesperadas, le decía Bree van der Kamp a Gabrielle Solís que cómo, siendo buenas amigas, no le había pedido auxilio dada su situación económica. Y Gabrielle, que tiene más calle que todas esas juntas, le responde algo así como :»Tú lo has dicho: eso es lo que haría una buena amiga. Yo prefiero pensar que somos grandes amigas, capaces de pasar por encima de esto, resolverlo de algún modo y que parezca que no ha pasado nada». Toma ya, la Gabi que parecía otra cosa.
Y como concluía la Ginzburg: é stato cosí. Mis whatsapps, mi teléfono, mi mail siguen abiertos para quien sigue agazapado en la distancia, quizá en un refrescante silencio o pausado entusiasmo. Quién sabe. Ya hubo quien dijo, mucho antes que yo, que el mundo era ancho y ajeno.
Referencias:
El episodio o capítulo o no sé cómo llamarlo de Hotel Jorge Juan es, como dije, la conversación con Zuazua y titulada «Días para ser gato». En un mundo de gritos y cancelaciones, conversar tranquilamente me parece el mejor de los planes, por eso este podcast es de mis favoritos: hay que poner de nuevo la conversación en el centro y dejar de lado el espectáculo. De los últimos que he escuchado (ya digo que voy a salto de mata), destaco las que han tenido lugar con Fernando Schwartz, Guillermo Solana, Milena Busquets, Quim Gutiérrez, Juliana Abaúnza. Un valor añadido es la recopilación de referencias (literarias, artísticas, musicales) al final de cada entrega. Lo dicho, un remanso de paz en medio de un mundo gritón.
E stato cosí (Y esto fue lo que pasó) es un inquietante tomito (qué delicia de palabra, ¿verdad?) donde el dolor da paso a la venganza; la crónica negra a un contexto previo aún más negro, dándole voz y pluma a la mujer que puede ser cualquier mujer que un día dice «hasta aquí». Está traducida por Andrés Barba al castellano y publicada por Acantilado.
Dos vidas de Emanuele Trevi, está, como ya dije, editado por Sexto Piso y son apenas 150 páginas de gran literatura, de conseguir exponer- con la emoción adecuada – el devenir de la amistad, sus idas y vueltas, la irrupción de aquello inevitable, la celebración de la vida y la compañía. Dan ganas de abrirse una buena botella de vino y llamar a personas maravillosas para conversar sobre esta lectura.
Mujeres desesperadas la podéis ver, creo, en Disney+.
De las otras cosas que no salen en el post pero que he llevado en el bolso:
He prometido un comentario-la palabra «reseña» es,casi siempre, un engaño-de Agua y jabón que aplazo, de momento, para darle tiempo y que asiente mi apasionada lectura. Este divertimento de Marta Riezu es un pequeño catálogo de afinidades, de la pausa ante lo involuntariamente hermoso, evitando caer en esa trampa de definir «lo elegante». ¿Hay mayor estilazo que entrar en un ascensor con un abrigo de Max Mara oversized ante la atónita mirada de dos vecinas? Ya os contaré más.
Pesaba mucho para mis bolsos de trabajo, pero valió la pena El césped de manzanilla de Mary Wesley (Alba editorial, colección Rara Avis). Cornualles y una casa familiar repleta de primos jóvenes y la irrupción de la Segunda Guerra Mundial, ese rapidísimo aprendizaje del desencanto y el miedo tan presente en los novelones brit que tanto nos gustan desde Brideshead a la saga de los Cazalet o esa maravilla que yo descubrí en su versión para la tele que es Una danza para la música del tiempo . Hay algo, a mi juicio, maravilloso en la novela de Wesley y que, creo, no debe pasar desapercibido: la conciencia de las mujeres protagonistas de su libertad sexual, de que, en un mundo que se hunde, la reputación es una entelequia, por lo que pueden y deben ser dueñas de sus cuerpos y disfrutar, amigas, disfrutar mucho.
Solo para tus ojos:
Estoy de acuerdo con Miguel Anxo Fernández en que Voy a pasármelo bien es la comedia del año, sea lo que sea esa etiqueta. Divertidísima y a ratos conmovedora, ese chaval fascinado por las letras de los Hombres G y su pequeño mundo de amistades inquebrantables, malotes, solidaridades y primeros amores. Y unas coreos absolutamente grandiosas.
He visto La peor persona del mundo de Trier, que me parece una buena película, interesante- sobre todo el tratamiento del paso del tiempo- pero sin compartir el exacerbado entusiasmo de la crítica. Y estoy deseando empezar The sandman, la segunda temporada de Solo asesinatos en el edificio y- ojalá- alguna plataforma recupere íntegra Parks and recreations.
Ay, qué gustito pa mis orejas:
Os recomiendo un episodio de Tema libre (está en Spotify) con un diálogo entre Lucía Lijtmaer y Cristina Morales. Sobre el poder, los hábitos de escritura y algunas cosas más. Oh, y me ha gustado mucho esto de Amaia y Rigoberta Bandini.