Anchoas y Tigretones

Imposturas y sus síndromes

Lo confieso: me apasionan las películas y los relatos de timos y suplantaciones. De Ripley a Lupin, de los magos astutos de Ahora me ves.. a la sordidez de Los timadores— con una terrorífica Angelica Houston—la desternillante Nueve reinas y los atractivos malotes Newman y Redford en El golpe: me caen bien, qué le vamos a hacer. La iconografía es trepidante y poblada de nuevos pasaportes, tintes de pelo, bigotes y barbas postizas o sonrisas de ejecutivo psicópata, de todo. En el timo, en el cinematográfico que ya sé que mucha gente ha sufrido mucho pero yo vengo a contar otra cosa, hay a veces cierta justicia poética apelando a la avaricia del timado: me sigue impresionando Tony Leblanc haciendo el de la estampita, por ejemplo. Haya o no millones por el medio, tengamos a mano una Lisbeth Salander que transfiere millones a nuestras cuentas o seamos unas pardillas de preocupar, muchos ladrones de cine y literatura arrastran ese halo de héroes algo pijoaparte, ignoramos el posible drama y apartamos la ética. Lo dicho, es cierta atracción por una transgresión edulcorada, de mentira y que dejará de gustarnos cuando salgamos del cine o apaguemos nosotros la pantalla. La impostura de mentira es fascinante, convivir con la idea de que una es de mentira, o no merecedora de una verdad propia, no lo es tanto. Pongo un ejemplo: yo llevo mucho tiempo queriendo escribir sobre el síndrome de la impostora, sobre esa falta de confianza que lleva a relegarse una al cuarto de atrás, dejando ganar la batalla a la inseguridad, esa terrible compañera. Y, voilá, aparece un episodio en el podcast Deforme semanal en el que las admiradas Lijtmaer e Isa Calderón hablan no solo de esto, sino de cómo asumirlo en un mundo patriarcal, al hilo de la publicación de El síndrome de la impostora, de Elisabet Cadoche y Anna de Montarlot Y ahora, después de escucharlas hablar sobre todo esto, pienso que no tengo derecho, que qué voy a decir o aportar yo, qué desfachatez, qué osadía. ¿Es la inseguridad un síntoma de ese ambiente viciado ante algunos sanedrines que siempre te dirán que tú no, que ahí no, que quién te crees que eres? Estar fuera de lugar es reconocer que el espacio no te pertenece y es producto de una cultura competitiva ante los que se entienden como adversarios. La displicencia, el ninguneo, casi siempre esconden miedo. Y el miedo, oh, darling, es muy masculino. Siempre que tu autoestima se tambalee es muy probable que alguien esté esperando con un garrote de mentira para borrarte del mapa, como ese dibujo animado que eres. Por mucho que te repitas a menudo «¡Qué coño, aquí estoy yo!», el hormigueo impostor va llenándote otra vez. Me afectó el síndrome cuando he escrito sobre un tema que me interesa y que, quizá, no domino a la perfección (como casi todo el mundo en todos los temas). Cuando lo hice en gallego porque escribo habitualmente en castellano. Cuando impartí clases sobre aspectos de mi propia profesión porque van a alzar las cejas porque yo no soy de esto ni de lo otro. Por escribir porque sí cuando ya hay escritoras. Por pensar en algún momento que podía ser una escritora. Por creer, y eso es el problema, que podía quedarme al margen de las valoraciones que hiciesen de mí. Por pensar que tenía una voz distinta ¿Por qué? El problema es el escrutinio que haces minusvalorando tu propia capacidad, muchas veces engrandeciendo y anticipando las posibles críticas, Y si lo anticipas no es por histerismo: es que ya lo has experimentado.

Por supuesto que el miedo y la inseguridad son libres. La autoestima, un territorio de difícil conquista ante cuchillos alzados, sean verdaderos o virtuales. Pero existe un contexto previo, producto de años y años de educación nociva y fundamentalmente machista, que hacen que la mayor parte de las afectadas seamos mujeres. No he visto jamás a ningún compañero de trabajo, jamás, cuestionar su aptitud o valía para tal o cual cometido. Sí, en cambio, lo he visto en muchas mujeres, en condiciones idénticas o incluso superiores. Hablamos muchas veces de las vocaciones científicas en niñas, pero que abandonan a veces no por falta de capacidad, sino por un entorno poco estimulante. ¿Están acaso ocupando un espacio que no les corresponde siendo mucho mayor el número de mujeres matriculadas en la universidad que de hombres? ¿Por qué esta idea de no pertenecer al club?

No somos fraudes ni usurpadoras. Y paro, que esto de conquistar espacios me provoca la terrible ansiedad de saber quién me estará leyendo, qué pensará de mí, si tengo o no tengo derecho a escribir una cosa tan cuñada como un blog, yo, señora mayor en un mundo de Twitch y de cosas que, tampoco me pertenecen o de las que quedas automáticamente expulsada. Poco hablamos de la tiranía de la juventud, del desplazamiento por la edad cuando quieres acercarte a realidades que desconoces y eres algo más que una señora curiosa: huy, váyase, qué hace, qué ridícula. Guste o no, la edad es algo que se pasa, se cura y se mejora solo con el tiempo. Y ahora sí que termino: repaso mi párrafo del principio y me doy cuenta de que todos los timadores que menciono son señoros. ¡Qué bien se les da ocupar espacios a los jodíos!

Lecturas y cosas que andan por ahí

La hija única de Guadalupe Nettel

La noche que llegué al café Gijón de Paco Umbral, que era un niño de provincias que se sentía fuera de lugar, pero que hizo de la necesidad virtud. Y ocupaba espacio, caramba que si lo ocupaba. Releo este libro con frecuencia, las anécdotas sobre el ego de escritores son impagables.

He releído las Apostillas a El nombre de la rosa. Sigo pensando en Umberto Eco partiéndose de risa retorciendo y componiendo este puzzle intertextual, gótico y fascinante sobre el poder de la risa, de las bibliotecas como reflejos de aquello que hemos tenido a bien conservar. Y musitamos, siempre, la frase del ya viejo Adso de Melk cuando recuerda aquella primera aventura con Guillermo de Baskerville: stat rosa pristina nomen….

Vean dos cosas y háganse un favor: el Imprescindibles De Carmen Martín Gaite y un documental maravilloso sobre falsificaciones en el mundo del arte Made you look en Netflix. Otro día hablamos de Small Axe.

Si llegáis a tiempo de ver en cines El año del descubrimiento, pues eso, llegad a tiempo.

Y qué le vamos a hacer, me gusta el disco de C. Tangana.

Navegación en la entrada única

4 pensamientos en “Imposturas y sus síndromes

  1. Sí, todo eso lo conozco, y no hay manera de combatirlo, o no al 100% (por consolarme, ¿sentirse impostora servirá al menos para ser perfeccionista, para revisar una y mil veces cada cosa y así reducir, que no evitar – y en esta acotación me delato- las posibilidades de meter la pezuña, de meterla un poco menos -otra vez-?)
    Trato de pensar en algún hombre, familiar o conocido o colega, con el sindrome. Pienso y pienso.. (y sigo pensando)

    • ¡Hola, gracias por venir otra vez! Sí, veamos, yo tengo también esa duda que planteas al principio y, a veces, me descubro a mí misma diciendo » soy perfeccionista, qué bien, le daré más vueltas porque si no, no estaré a la altura». Luego lo pienso un poco más y, con todo lo dubitativa que soy (para publicar, por ejemplo, desde luego), me temo que hay algo más de fondo, y es la idea, consolidada desde hace muchos años, de que hay espacios que no nos pertenecen. Por eso creo, más que nunca, que hay que conquistarlos. 🙂

  2. Es verdad. Pero ¡qué trabajo cuesta…!
    En fin, gracias por expresarlo tan bien.

  3. Pingback: Tarjetas de visita | Anchoas y Tigretones

Deja una respuesta

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Imagen de Twitter

Estás comentando usando tu cuenta de Twitter. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s

A %d blogueros les gusta esto: