Momentos Brenda Vaccaro

Brenda Vaccaro, amiga.
Decía Cela que la memoria era una fuente de dolor. Es dolor cuando nos atraviesan los recuerdos que aún martillean, que forman parte de esa nostalgia desbocada o de ese autoboicot que tan bien conocemos los atormentados. La nostalgia, como la melancolía, es un bombón relleno de pimienta, algo que nos atrae sin remedio a no ser que podamos domesticarla, que podamos probar solamente un pedacito sin dejarnos llevar a un precipicio. La memoria es también parte del juego: no puedes decirle a tu memoria «no, ahora no vengas y me desestabilices con tal o tal recuerdo». Lo que es poder, puedes, pero es como la capacidad para permanecer despierta pensando en por qué no diste una contestación sarcástica e inteligente (que elaboras con rigor durante el proceso de insomnio) mientras el tic tac del despertador te recuerda que estás secuestrada por algo que no tiene sentido y que al día siguiente vas a estar muerta y muy muerta y pensando, también obsesivamente, en que eres repugnantemente obsesiva.. Es decir, no sirve para nada. La memoria, entendiéndola como una capacidad inmediata para los datos, es también una maldición. Lo he contado en algún sitio, yo fui una especie de Funes, el memorioso. Recordaba fechas, nombres, contraseñas (ay, si sigo trabajando hasta los ochenta para poder jubilarme me tatuaré todos los passwords como el prota de Memento, citas de libros, nombres, y, claro, también agravios. Tener buena memoria es admirable cuando actúas como en una barraca de feria recitando (¿os acordáis de los 39 escalones) todo aquello que te hace quedar como una niña repelente (me aprendí de memoria la poesía en el monolito a Casás solo de mis caminos infantiles a La Solana: «Gardenias y tulipanes, rosas, dalias y jazmines…). Y no, no era voluntario, era una habilidad extraña y también algo adictiva, recompensada por la admiración unánime de compañeras de clase, amigas de mis tías, gente normal y corriente que, higiénicamente, olvidaba todo aquello que tenía que olvidar. Mi tía Tere siempre decía que no quería aprender a programar el vídeo porque ya tenía la cabeza, el cerebro «muy relleno». Que para qué. A mí ese desapego hacia la autonomía y también al recuerdo me enamora, precisamente porque yo sería incapaz. Y digo bien, «sería». Ay, amigas, la vejez y la comodidad del mundo digital me han liberado de esta suerte de maldición/condición extraña. No recuerdo, no me centro, no fijo datos. Como decía la protagonista de una telenovela que me apasionaba en mis años americanos ; «muchacha, no tienes cerebro, tienes teflón». Así me siento, despojada de un superpoder porque he empleado mal mis tres deseos del genio o he perdido el talismán, quién sabe.
Pues sí, sí sé. Como decía, el mundo digital me hipnotiza con sus facilidades, con sus promesas de dato al momento. Sam Google ven a mí para recordar cómo se llamaba el protagonista de tal película, si este libro es de tal o de otro tal fulano, si tal o cual lugar tienen más o menos habitantes. Wikipedia, Google, Shazam de mis amores, me dais la vida pero me habéis convertido en una vaga redomada: no me centro. Y me quedo aplatanada por completo porque se me van los nombres y las fechas, ya no «hablo seguido» en medio de una conversación y acudo al socorrido «bueno, lo diré en cualquier momento», sinónimo de «en cuanto te des la vuelta me voy a meter una panzada de Wikipedia que me van a salir las biografías y las fechas por los poros, todos los diositos.» Es difícil sustraerse al encanto del dato al alcance de la mano; yo estoy en ello. Desde hace unos días, con poco éxito y mucha desesperación, me he propuesto ejercitar mi maltrecha memoria. Y en ello estoy: quedándome apirolada perdida, dando vueltas a una imagen y pensando «¿Cómo te llamabas, mendruga»? Sin ir más lejos: el otro día estuve intentando recordar el nombre de una actriz que comencé a ver en la tele en una serie que «echaban» (me encanta esta expresión) los domingos después de comer: era una maestra redicha y modernita en el oeste del más puro oeste. La vi en más películas, pero la recordaba sobre todo en la película que Barbra Streissand hace con Jeff Bridges en la que también tenía un papel Lauren Bacall El amor tiene dos caras. Recordaba, de forma muy vaga, que el apellido de esta buena mujer, de sonrisa traviesa, tenía alguna C y alguna V, nada más. Y ahí estuve, dándole duro a mis neuronas y se hizo la luz: BRENDA VACCARO. Claro, y de ahí ya salió el hilo: la serie se llamaba Laura, recordé verla en más telefilmes y, creo, en alguna película de la saga de aeropuertos y, sonrojo máximo, no me acordaba de ella en Midnight cowboy. Aun así, amigas, qué alegría. No solamente he conseguido despertar ese pequeño monstruo dormido y envejecido que era mi memoria, sino que me lo he pasado pirata leyendo sobre esta mujer. Pues resulta que doña Brenda ha tenido una exitosísima carrera en el teatro, se ha casado cuatro veces (¡toma!), y es, atención, an «staunch democrat and feminist». Pero, Brenda, ven a mis brazos, cómo no hemos sabido la una de la otra en todo este tiempo. Y, ole la serendipia, me pongo a buscar más y más y me doy cuenta de lo poco que sabía de esta señora tan interesante, que fue nombrada «Queen of Brooklyn» en la edición de 1992 del Festival de Cine de Brooklyn, que estuvo nominada a cuatro premios Tonys (uno por Flor de cactus, una de mis obras favoritas y que vi de niña en versión cinematográfica con una jovencísima Goldie Hawn) y que, momento salseo del día, tuvo una relación de cuatro años con Michael Douglas. Pero esta mujer es una caja de sorpresas maravillosas. Pero, Brenda, por favor, seamos amigas de inmediato y contémonoslo todo en fiesta de pijamas. Brenda, que te quiero, Brenda. Y he decidido, en tu honor, que todas las recuperaciones de datos que consiga hacer de memoria, que todos esos momentos de brillantes eurekas se llamen como tú, querida Brenda. Mis momentos Brenda Vaccaro serán esa luz en el túnel, ese regocijo instantáneo que me reconcilien con mis pequeñas habilidades, con lo que yo fui, señor, con lo que yo fui. Brenda, sin saberlo, eres un hito en mi vida. Tuya soy, de todo corazón.
Ojalá repongan Sara, ojalá, y podamos visionarla con perspectiva de género. Nada constituiría un mejor homenaje.
Leo:
Estoy ahora con Panza de burro de Andrea Abreu. Me está encantando, pero sí tiene algún «pero» que ya desarrollaré. Ah, y por si sirve de algo. soy Gente normal team (Sally Rooney) a tope. Me la sopla que haya a quien le parezca una cursilada: en absoluto. Y parad ya de dar la paliza con que si el amor romántico tal o cual. No creo que a Percy Shelley o Lord Byron les hiciese gracia pensar en qué hemos convertido la etiqueta de su descalabro magnífico.
Veo:
Una serie italiana muy inquietante, Il Processo, que me está gustando a ratos. Entra en el género de «chica desaparece y aparece muerta y empezamos a investigar y, oh, vaya, tenía una doble vida o era un poco tal y un poco cual», en fin, el rollo «Caperucita, si vas al bosque y te come el lobo, la culpa es tuya.» Pues no, es del lobo, vaya. Vabbé per imparare la lingua.
Escucho:
Lo nuevo de Jarvis Cocker en su nueva formación, Jarv-is, es una preciosidad de principio a fin.
Será posible volver atrás? Neso andamos, todos somos Brenda Vaccaro. Que seguro que en italiano tiña acento no o, non me digas…
De seguro que tiña acento, Vacaró é moito máis bonito, onde vai parar, ho. Si, andamos todos a volta coa memoria tipo teflón, pero imaxino que será «the sign of the times». Grazas por pasar por esta a súa casa, don Rubicho.