Anchoas y Tigretones

Archivo para el día “marzo 21, 2020”

Recuerdos de «Casa tomada»

Los interiores de «Home» en «A clockwork orange». Pincha en la imagen para ver fuente.

Hoy, Mireya me ha recordado mi cuento favorito. No, no es mi cuento favorito de Cortázar: es MI cuento favorito y no es otro que «Casa tomada». En 2º de BUP, cuando una hora de clase se deslizaba como un caracol perezoso sobre una hoja (esta imagen  es también producto de la observación), mi profesora de Literatura, María Jesús Trillo, nos leyó a Cortázar. A mí siempre me ha costado escuchar cómo alguien lee en alto: inmediatamente empiezo a pensar en que ese tono no acompaña, que se atropellan las voces y los ecos, que no es mi texto ni para mí o que me lo han robado. No fue el caso, en absoluto: ese día fue diferente y caí rendida ante Irene tejiendo en ese tiempo perezoso también y casi detenido, dos hermanos con la aprendida rutina del vacío cotidiano, unos dulces horarios inofensivos (y don Julio emergiendo en esa visita a la librería que remata con el demoledor «desde 1939 no llegaba nada valioso a la Argentina»). Aquello era pura maravilla, una narración desconsolada y contenida, llena de pasadizos y guiños,donde un invisible enemigo va conquistando espacios y creando un nuevo valor paralelo al miedo: la nostalgia, la construcción de una memoria común, la mitificación de aquello vivido casi de oficio. Y, claro, la pérdida final: la llave que cae en una basura, ese exilio impuesto por el desconocimiento y la prevención, la incertidumbre. Cortázar rules, amigas, qué tío.

No, no hablemos más de interpretaciones, hablemos solamente de la casa. De la casa nuestra, de la casa como un nosotros. La casa feliz en la que vivíamos antes de todo esto, antes de la soledad impuesta, del acopio de víveres, del nuevo calendario. Antes, sobre todo, de los muertos, de aquella vida que era regalada y de hace dos semanas y que es ya, como la biblioteca de los dos hermanos en el cuento, una nostalgia compartida con la infancia. Los teléfonos nos traen memes, mentiras y mensajes; es una soledad la nuestra de pacotilla, de pijos mal avenidos con la frustración. Nadie nos ha arrebatado nada, solamente nos lo han congelado; está en uno de los cajones de esa nevera tan moderna que compramos hace poco, al lado de los álbumes de fotos del verano y del vestido que íbamos a estrenar en agosto. Al lado, también, del recuerdo del último abrazo que dimos antes de cerrar la puerta por mucho tiempo, antes de arrepentirnos de no haberle pedido a él que por qué no tomar una cerveza, antes de dejar de contestar mensajes por pura saturación. Antes de la casa tomada, mucho antes, vivíamos la displicencia de silenciar los teléfonos, de no ir a conciertos por no agobiarnos con la mucha gente. Antes de tener que conquistar el espacio solitario, también pensábamos en Trieste y Arizona, en bajar a comprar el pan y en ir al gimnasio, en la calle como espacio sin pesadilla. Todo era casa y volverá a serlo.

Hay que darle la vuelta a todo esto y reconquistar el espacio previamente conquistado por los otros. Porque la conquista puede ser la de la falta de miedo, la de mirar alrededor y descubrir que tienes vecinos que apenas franqueaban el portal. Porque hay quien lleva confinada mucho más tiempo y lleva el riesgo tatuado detrás de esa mascarilla que siempre la acompaña, mucho antes de que fuese un bien escaso. También que hay que vivir en la calle para no saber, no enterarse y encontrar un comedor social cerrado porque han tenido que cambiar las normas. Es pensar que todo lo invisible que te rodea te puede arañar la cara cualquier día y aparecer de golpe: esa es una invasión. Aplaquemos las fieras que amenazan no solo con tomarnos la casa. Aprendamos también que, en tiempo de tormenta, sí hay quien hace mudanza (contenidos gratuitos, marketing salvaje, donaciones de conciencia completa o parcial). La realidad cambia o se ha ido a pasearse por el callejón del Gato: qué quieren, yo antes que distópica fui esperpéntica.

Cuidaos mucho. Recordad que la casa de fuera es nuestra y nos está esperando. La casa de dentro, en la que tenemos congelados nuestros contenedores de vida, no nos la quita nadie. Cómo nos gusta jugar a la vida, esa que, a veces, nos hace trampas, como a los hermanos del cuento de Cortázar. Tomen su casa, amigas, y alégrense de tenerla. Pronto ventilaremos y nos veremos, como siempre, en los bares.

#euquedonacasa

#yomequedoencasa

#iorestoacasa

#staysafeathome

Lecturas apropiadas: Yo me haría un maratón de reinas de lo doméstico y diminuto, de las que engrandecen la vida con un rasgo de su caligrafía: Alice Munro y Natalia Ginzburg.

Banda sonora: «My favourite things».  Coltrane, what else?

 

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