Anchoas y Tigretones

Archivo para el día “marzo 2, 2020”

Amigos de toda la vida

Four women drinking wine, talking in living room (B&W)

La memoria, el recuerdo, tiene parte de inventiva, de construcción. Quiero escribir sobre amigos- la estructura de la confianza, la pérdida, el desinterés, la recuperación- y me vienen a la cabeza dos títulos que no tienen nada que ver entre sí a excepción de que comparten la palabra «amigos»: Amigos que no he vuelto a ver y Los amigos que perdí. Si tuviese que escribir una historia de la literatura a partir del tema de la amistad,no creo que compartiesen ni párrafo, ni página ni siquiera capítulo; que autores tan diferentes como Bayly y Vidal-Folch naveguen por sus títulos sobre el mismo tema y con el mismo trasfondo (la orfandad del vacío o de la ausencia, sea o no buscada) es una de esas coincidencias como que yo, ahora mismo, en lugar de centrarme en la amistad, esté pensando en escribir una historia apócrifa de la literatura a partir de las grandes enemistades literarias, o una totalmente inventada, como esa maravilla que es La literatura nazi en América (que, dicen, generó también enemistades. La vida, que es muy rara).

Yo recuerdo la primera amiga que hice en el colegio. Esa sensación gregaria y a la vez poderosa que te hacía no desear nada más que llegase el día siguiente para verla,para sentarnos juntas en el bus del cole, para mirarnos con algo de arrobo en las clases de párvulos. Esa es la primera amistad : infantil, exigente y comprendida con exclusividad, con entrega absoluta, con  ese neón brillante que poporciona la novedad. La vida, por desgracia o fortuna, te lleva por una infancia con primeras decepciones, alguna que otra traición (que si fulanita y que si menganita dijeron), sufrimientos estos como puñales con cursillo para aprender a curtirse incorporado, pero en nivel A1. La adolescencia es mucho más jodida, caramba, que ahí las confidencias las carga el demonio y los préstamos de jerseys o faldas son cuestiones de estado. No sé cómo habría sido yo a principios de los ochenta con redes sociales, imagino que tendría un Instagram algo nerdie y pedante, pero con su público. Las películas de los ochenta nos enseñaron muchas cosas, entre ellas que el frikismo es muy cool, que las chaponas se acaban convirtiendo en tías buenas (esa es la parte más innecesaria, joder con las vueltas que le damos al mito del patito feo) y que aunque tengas un perfil picassiano como Jennifer Grey puedes ligarte a un malote que no lo es y, de paso, marcarte una reflexión sobre el derecho al aborto, todo ello entre sudores y camisas reprietas, justicia poética y se baja el telón.

Algo que nunca he entendido es por qué aplicamos esos parámetros de la amistad, los aprendidos en la infancia, a la edad adulta; esa exigencia de presencialidad, de atención constante; de que si incorporas a alguien a tu vida en calidad de amigo ya le debes un vasallaje absoluto. Ay, mira, no. La vida, entre universidades y mudanzas, entre primeros trabajos precarios y círculos de expatriados en ciudades carísimas, va estableciendo sus complicidades; a veces duraderas, otras, producto de la casualidad. Y no pasa nada: los momentos son magníficos o no tanto, pero eso es lo que cuenta. He vivido en varias ciudades, me he llevado amigos de casi todas. Muchos de ellos forman una especie de limbo invisible que me acompaña: se activa cuando podemos vernos, muy de uvas a peras. Tengo, también, necesidad y morriña constante del humor de algunos que alimentábamos a diario, de las afiladas respuestas de otros, de las reflexiones disparatadas de aquel.  Echo de menos cierta cotidianeidad, pero también me beneficia la distancia. Porque quizá, y solo quizá, lo que llega a unirte en un momento es la reconstrucción de un pasado común, mitificado por lejano, algo que se reactiva con beneficios mutuos de vez en cuando ante una buena cena o un café. No es mi intención hablar de esa nostalgia impostada  (las redes sociales, amigas, las redes sociales) de exalumnos de tal o cual cole a los que te puede apetecer ver una vez, pero que, quizá,no te apetezca repetir porque, y esto es una cruel realidad, no tenéis nada que ver. No hablemos tampoco, claro, de los equipajes que venían con algunas parejas y se convirtieron en un halo de silencio y humo cuando se rompió el amor (ojalá que de tanto usarlo, aunque no suele ser el caso). A veces, y me siento afortunada, de esos naufragios sí han quedado supervivientes con los que has estrechado lazos, has construido otro tipo de relación de autonomía. Otras personas- por desinterés o por realismo: no les interesabas- desaparecieron, como ya he dicho,  por los sumideros de la vida. Y tampoco pasa nada, claro. Otra cosa es cuando dando un portazo o haciéndose el avión (el ghosting del que tanto se habla ahora) desaparece quien sí era lo que tú creías un asidero firme. De eso sí una tarda en recuperarse.

¿Y qué de los amigos que sí has vuelto a ver? ¿De los que, aunque no veas a diario (las parejas, los hijos, la vida laboral) sí son ese equipaje enriquecedor, solidario y firme, que necesitas y sabes que están ahí? Pues a lo mejor, tú, que también tienes tu vida, deberías levantar más el teléfono, organizar más para veros, hablar más. Y también entender, y esto es para mí muy importante, que el silencio puede reforzar los lazos. No comparto esa idea de que los buenos amigos son para toda la vida, lo son para los buenos momentos : la vida es larga y llena de baches y mucha gente, por diferencias de cualquier tipo, se queda en el camino. No, no tengo los mismos amigos de cuando tenía cuatro años; algunos sí, pero no todos, empezando porque no soy la misma persona, y siguiendo porque he vivido, no me he quedado plantada en un bancal. He ido incorporando, enriqueciendo mi mundo, a veces llevándome palos gordos que me he llevado también con amigos de mucho tiempo. ¿Nos está diciendo, señora, que la amistad es algo sobrevalorado? No. Lo es la idea, impostada y absurda, de que la amistad es indestructible y que la lealtad no se tambalea : por cuestiones ideológicas, por diferencias vitales, por enfoques opuestos, que sí ponen a prueba la tolerancia. Y, a fin de cuentas, vamos a ver:¿ si tú conocieses hoy a esos amigos que dices conservar de la infancia serían, de verdad, tus amigos?

 

Al hilo de lo que hablaba antes de entender la intimidad como un privilegio, me interesó mucho este artículo de Héctor Barnés. No, no pienso tomarme un café contigo: a favor de las relaciones superficiales

 

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