Anchoas y Tigretones

My hands are of your colour but I shame…

Foto de Randall Honor en Unsplash.

Un palimpsesto es un lienzo que podemos reaprovechar. Un palimpsesto es una reescritura, un recuerdo de algo que estuvo antes y que sirve para una elaboración posterior. Acaba de morirse Genette, nadie se ha acordado en la prensa española. Recuerdo cómo me cambió la perspectiva de lo que yo entendía por lectura, por la historia de mi propia lectura. Habla Genette en Palimpsestes de la intertextualidad y de esa idea de cómo la literatura se superpone, (palimpsesto) de cómo unos textos llaman a otros, de la relación, de ese hilo inevitable (tan poco invisible a veces) que los va atando sin querer. No hablaré hoy de lo que alguna vez se ha entendido por apropiación retorciendo el concepto de intertextualidad, pero, para no dar la paliza de teórica de la literatura,digamos, por esta vez y sin hacer muchas más concesiones, que esa línea de unión es una permanente serendipia lectora, una teoría de cuerdas, una conexión universal. Digamos, poniéndonos ya estupendas y algo locas, que no existiría la obra plena sino un intercambio de pareceres escritores, un vago diálogo ausente (hola, Umberto Eco, qué tal), una reformulación, una mezcla variada y mestiza. Vale, me he pasado, pero es para captar la idea de lo que viene a continuación.

Hay muchos tipos de lectoras y no vamos a derivar por los caminos de la teoría aquí. Me refiero a que hay quien lee una obra como una entidad sólida y autosuficiente, completamente autónoma; no se para a oír las voces que hay dentro. ¿De qué hablo? De esa especie de hilván o de zapeo que te lleva de un texto a otro, a apuntar y destacar las referencias que abren pequeños spin-off dentro de la misma novela, secuelas y anticipos del texto que tienes entre manos o en pantalla.  Quizá alguien piense que esta es una mala lectura, la que distrae, la que completa, la que te hace pararte e ir a la estantería o buscar en catálogos de biblioteca la referencia para ver si puedes llevárte el libro a casa cuanto antes y saciar esa curiosidad; o bucear en Google alguna cita literal, lo que inevitablemente te lleva a páginas de compra online que desechas, pero que te hacen llegar a tu objetivo.

Veamos, por ejemplo. Una señora- servidúar- lee Corre, rocker de Sabino Méndez (la edición antigua, de Espasa), una genialidad absoluta que me descubre a un narrador sincero y mordaz, extraordinariamente sensible y culto, que salpica un relato fragmentario- tanto de autobiografía, tanto de crónica, tanto de purga personal- de referencias exquisitas, de reflexiones amargas y sagaces, de juegos y guiños literarios que a mí me entusiasman. Dice el narrador en un momento:

Hace tiempo que dejaste de ser yo. Eres un contorno, el héroe de cualquier capítulo primero; y, sin embargo, cuánto tiempo creímos que no había ningún alto en el camino, desde el húmedo valle hasta el páramo alpino. Estas dos últimas frases no son mías, ni lo es su bella traducción. Son de Sirin. Pero Sirin no es Sirin. Encuentre nuestro lector ocioso la figura escondida, esa mancha, esa sombra. Cuán gratuitos, estúpidos y hermosos son los pasatiempos.

Pues claro: es Nabokov, en traducción de Javier Marías. Javier Marías, escritor exquisito y al que querría invitar alguna vez a una copa de Soberano para rebajar quizá la solemnidad del momento. Javier Marías, que tiene los más shakesperianos y hermosos títulos de la literatura española y que da rienda suelta a su mordacidad y británica circunspección -sigue siendo exquisito incluso cuando no estoy de acuerdo, muy a menudo- en sus artículos, que leo con mayor voracidad de la que me gustaría reconocer. Durante mucho tiempo, esa cita semanal de su columna era una invitación a un mundo bibliófilo y elevado, no exento de una cuidada misantropía que hoy creo que es machirulismo antiguo y de su época; en aquel momento me parecía supercool. A Marías lo he visto hace nada en la Feria del Libro de Madrid, augusto y ausente, qué tío, de verdad. Pero lo que envidio profundamente de él es su derroche en la traducción (gracias, traductores y traductoras: nunca agradeceré de forma suficiente cómo llegué gracias a vosotros a esos territorios imposibles en los que fui feliz) , de Tristram Shandy a los poemas de, claro, Nabokov. Y, sí, quizá como dice Méndez en ese párrafo, los pasatiempos son bellos y fascinantes precisamente porque no sirven para nada, por su gratuidad, por la tonta y enorme gratificación que nos provoca el resolverlos. Algo parecido a esa sensación que tengo ahora, leyendo de nuevo ese fragmento y pensando en ese hilo que yo lanzo entre Marías, Nabokov y Cervantes. Sí: aquel libro (lo he perdido en la última mudanza, creo) donde se recogen los materiales, las lecciones de un curso que dio Nabokov sobre El Quijote en la Universidad de Harvard, allá por los años cincuenta (como diría mi madre, ayer fue la víspera). Seguimos tejiendo: ese vínculo con destino final Cervantes me lleva a una de mis últimas lecturas, Grandes éxitos de Antonio Orejudo, un viaje de imposturas variadas hacia la propia literatura y las literaturas de los otros, algo tan cervantino como la propia estructura y ánimo de la novela ¿? de Orejudo. Y si seguimos con el sintagma «de los otros», me acuerdo de aquel librito que pasó tan desapercibido en España y del que Zadie Smith fue editora y que se llamaba precisamente así: El libro de los otros. La autora se hacía editora y recogía distintas piezas, contribuciones de sus llamados compañeros y compañeras de viaje (había hasta algo de Posy  Simmonds, creo recordar). Y, ya cerrando, y por seguir con libros y cosas de los demás, tengo una traducción de e e cummings escrita en un folio, pinchada en un corcho que tengo en el pasillo de casa, rodeada de caritas felices de amigos en tantos sitios. Pues bien: esta traducción al gallego, hecha por María do Cebreiro, es del poema «somewhere I have never travelled». Sí: es el poema que se menciona en la escena de la librería de Hannah y sus hermanas. Cuando se estrenó esta película (cuando descubrí a cummings ) pensaba que el amor tendría que escribirse con una caligrafía pequeña y apretada, con una mano dulce y muy firme, que no pudiese tampoco compararse al tamaño de la lluvia. Y esas manos pequeñas nos llevan, queridas, al título del post, que es también algo shakesperiano y tibio, muy de Pilatos y bastante de tirar la piedra y esconder la mano.

Es verdad, qué hermosa inutilidad son los pasatiempos. Casi como la escritura, como dotarse de máscaras para escribir y luego lanzarlas bajo la cama a descansar hasta el Carnaval siguiente. La verdad, como decían los Enemigos, a mí me sobra Carnaval.

Notas:

Me he atado de pies y manos para no derivar por la relación entre el Shandy del título de Sterne al concepto de shandy que maneja Vila Matas en Historia abreviada de la literatura portátil y que recoge de nuevo Sabino Méndez en su libro. También me he amordazado para no hablar de Paterson y el boom de la poesía de William Carlos Williams, eso también es divertido. Cosas que se quedan en el tintero, casi siempre las mejores.

 

 

Navegación en la entrada única

Deja una respuesta

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Imagen de Twitter

Estás comentando usando tu cuenta de Twitter. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s

A %d blogueros les gusta esto: