Anchoas y Tigretones

Archivar para el mes “septiembre, 2017”

Minúsculo expandido

Photo by Dan Bøțan on Unsplash

Photo by Dan Bøțan on Unsplash

 

No sé qué pulsión nos llega en un momento de la vida de querer pautar el pasado, intentar explicarlo. Alguien dijo alguna vez que la gloria se da a aquellos que siempre la soñaron y eso no es cierto: intentamos explicarnos para saber si hemos perdido demasiado el tiempo- casi siempre marquen «sí»- si nos ha ido mucho peor de lo que esperábamos, si aquellas odiosas comparaciones que nuestras madres hacían con los tales hijos de fulanita o menganito (siempre brillantes, buenos hijos, estudiantes ejemplares, gloriosos, en suma) eran ciertos. Al posible afán de castigarnos, de ajustar cuentas o de autoconvencernos- «no entré en Medicina, qué iba a hacer» o «Él se marchó a vivir fuera, pues, hija, tuve que apañar»- están también esas crisis de medio siglo, esas fronteras a las que, con sus más y sus menos, nuestra vida opulenta sigue haciéndonos llegar cada vez más vitaminados, más saludables, con más círculos en los chakras y más mindfulneseiros, es decir, más egoístas, con menor sentido de la realidad y dotados de una espiritualidad new age, ecológica y, ay, escasamente empática. Nuestros ajustes de la cincuentena no pasan por sentir rabia hacia los escasos cambios sociales, sino por leernos la cartilla sobre si deberíamos o no haber tenido hijos, sobre si tal o cual trabajo habría sido mejor. Poco pensamos, en realidad, sobre lo yos exfuturos, sobre esa certeza existente de que habría para ti una existencia a  medida en el otro lado de la encrucijada, al darle la vuelta al mundo. Todo lo imaginado sobre lo que pudimos ser y a lo que no llegamos, pero que sigue ahí, latente, en una dimensión paralela, aguardando en vano por nosotros. Nosotros y las vidas que no nos hemos atrevido a vivir. Nosotros, que nos las merecemos tanto.

Veo que existe una empresa que se llama «Biografías por encargo» y me alegra y entristece a partes iguales. Pienso que sería el lugar ideal para un personaje de Paul Auster, para el Pereira de Tabucchi. ¿Qué persigue una biografía por encargo?  Imagino a alguna mujer de traje de dos piezas muy años cincuenta, entrando en esa oficina que, seguro, tiene que tener un ventilador  parado, una ventana desde la que se ven siluetas de edificios. Alguien que saca una fotografía de su padre al que quizá no supo querer o quiso demasiado, una fotografía de carnet con el resto de un sello de una academia o un clip oxidado. Merece su espacio, su pequeño tomo verde en un lugar de la estantería. Pienso, también, en cómo hilvana alguien acontecimientos que le son ajenos, los magnifica y ordena: los años de escuela, el ejercicio de una profesión (con intervención de clientes y compañeros, como en los documentales), la familia, el devenir. Todo al lado de una línea de tiempo en lápiz rojo. Qué poco se podría decir de algún llanto sin consuelo en la infancia, de los chocolates felices, de las decepciones en Navidad, de los helados del verano. Del dibujo que hacen las sábanas sobre el suelo al tenderse en una azotea, algo que siempre le hacía gracia de niño, sentado encima de una pila de ropa. O de aquella cremallera que no cerraba bien y que siempre le hacía parecer que tenía un brazo más corto que otro, o del mareo cuando el óptico le puso las primeras gafas. De las emociones de aprender a conducir, de la iniciática noche al lado de alguien que crees que amas, de las ramas secas que crujían así y no de otro modo en el patio de la escuela. De los números, de la pobreza, de los cajones cerrados, de todo lo que no llega. Y, claro, de avanzar en los años y saber que todas esas piezas van encajando en algo de lo que nunca se verá el final. Imagino al escritor poniendo fin y sabiendo que, en cierto modo, está matando a un personaje que fue persona, limando, dulcificando , sacando brillo y esplendor. Ese y no otro sería el trato.

Somos minúsculos. Nos construimos de instantes agotados, veloces.  Recuerdo aquella frase de Nathan a Claire en «Six feet under», cuando ella comenzaba a tomar fotos y él le recordaba que ese momento no podía ser capturado, ya se había ido antes de ir a por él. Y me acuerdo, más que nunca, de Pierre Michon, de su voluntad desganada de marcar el pulso de aquellas vidas minúsculas situadas alrededor en su día a día, sólidas, cotidianas, de apellidos y nombres sin tipografías escogidas; los suyos, nada más.  Y ese modo de dibujar la vida de los miércoles y los sábados, de los días sin respuesta definitiva y asaltados por lo rutinario, son el mejor homenaje, la más excelsa biografía.  Y, a la hora de la verdad, escribir sobre algo, sea lo que sea, es querer dotarlo de trascendencia, por muy paulocoelhista que quede. Es así.

Por eso quizá imagino a un escritor trabajando en esa oficina, cerrando su ordenador al final de la jornada y dedicándose a lo que más le gusta; imaginar, por placer, las vidas diminutas de los que se tropiezan con él día a día: la señora con dos bolsas de Gadis a su lado en el autobús, el hombre que se toca la barbilla haciendo crucigramas frente a la ventana de un bar en el Mercado de san Agustín, el guardia de seguridad que recorre, todos los días, miles de kilómetros dentro del mismo recinto ajardinado, vigilando, dándole vueltas a la cabeza sobre, también, la vida de una chica que acaba de pasar con una carpeta, mochila, Ipad en dirección a una biblioteca. Esa chica se sentará frente a un pelirrojo que envía whatsapps y no sonríe, pero que a su vez querría dejar de ser amigo de ese chico al que envía mensajes. Y ese receptor de los mensajes …. ¿a que de aquí podrá salir una historia? ¿Y a que quizá no esté tan lejos de nosotros?

Lecturitas recomendadas por Miss Gómez:

Vidas minúsculas  Pierre Michon Anagrama, 2002

Memoria de chica Annie Ernaux Cabaret Voltaire, 2016

Oh, y esta belleza para acompañar (Gracias, Fran, te quiero y lo sabes).

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