En un cuaderno Moleskine (32): algo sobre ti y sobre mí contado doscientas nueve veces

«Message in a Bottle» by NOAA’S National Ocean Service CC BY-2.0 Generic Pulse en la imagen para original. No changes were made.
Hojas arrancadas del cuaderno y que aparecerán, alguna vez, en una botella rumbo a Valencia:
Yo he prometido a alguien un cuento sobre algo que nos ha sucedido a los dos, es más, algo que nos sucedió juntos. Yo he prometido escribir sobre la dimensión de la confianza, sobre que el tiempo sea una montaña que deseas escalar y no terminar nunca. Instalados en un margen de distancia razonable, si es que esa cualidad podemos aplicársela al amontonamiento de días, han pasado más de veinte, la primavera da paso al verano, el tiempo se marcha de nuevo. Yo he prometido un cuento y no me sale y, mucho me temo, no me saldrá: la realidad tiene que colarse siempre entre la ficción, tienen que vérsele las costuras, hay que agarrarse a una tabla de veracidad, pelear cuerpo a cuerpo con el sentido de lo real. ¿Qué se puede contar de ti y de mí sin que dejemos de ser tú y yo, seres reales, cómo puedo convertirte en personaje? ¿Dónde empieza, por un lado, todo ese recorrido que pudimos haber tenido juntos, el que pertenece a la fabulación y al que pudimos, qué lástima de tiempos verbales, dotar de veracidad? Podría comenzar contando cómo yo sabía de ti sin habernos cruzado nunca en una esquina, sin habernos prestado paraguas y sin haber comido pipas juntos en un portal en verano; sabía de ti a kilómetros de distancia. Yo leía tus papeles que, cuidadosamente, lanzabas en botellas al mar. Era raro: tú habías encontrado las que yo enviaba, también sin esperanza, a franquear en destino. Mis botellas se alejaban Atlántico arriba y abajo, daban la vuelta, sorteaban olas y marejadas, tú las recogías, llenas de arena y lejanía. No sé cómo, en realidad sí lo sé pero no quiero contarlo, encontramos un hueco en el mapa para hablar a través de él, para contarnos cosas sobre hijas y horarios, sobre perros y viajes en tren, sobre ordenar la vida como un Lego gigante, sobre aquello que empezamos a leernos, a escribirnos, a reconocernos en las estanterías de casas desconocidas. Y fuimos tensando el hilo a veces, siempre a punto de romperse, nunca roto, es más, cada vez más fuerte. Al trazar una línea recta en el mapa, nos dimos cuenta de que teníamos que instalarnos en un nuevo relato, rebobinarnos, darnos la mano y respirar.
Tú seguías siendo tú, yo ya no podía ser yo o quizá sí lo era, quién sabe».
Lo que está claro, y eso ya no tiene que ver con casi nada, es que cuando uno tiene a alguien dentro y para siempre, sea del modo que sea, escribe como el orto, es más cursi que un guante rosa y el riesgo de chonismo lírico se convierte en una amenaza mayor.
Me ha gustado tu texto, querida Sigrid. Me he dejado identificar con ella…Un abrazo grande.
Qué alegría encontrarte por aquí, querida Mayte. Un beso de vuelta para ti.