Anchoas y Tigretones

La bola del mundo

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CC 0 Public Domain.

Una bola del mundo es una promesa de salacots y cordilleras, de la habilidad para bautizar lo inesperado. La bola azul aparece no como ese planeta entre millones, sino como el único objetivo, la única superficie real y pertinente, la que crearemos. Nosotros jugábamos a dar vueltas y vueltas, agarrando  el pan con chocolate con la otra mano, y parábamos en seco en un país, una ciudad, un territorio. El azar. Y nos preguntábamos cómo serían las calles de Japón o México, las escuelas o los parques en Alemania y Madagascar. Porque darle vueltas a una bola del mundo tiene siempre una dimensión infantil, de universo a escala : las meriendas y los cuentos, los deberes y los juegos, serían diferentes, pero serían. Qué ajenos, entonces, a los avatares en periódicos y noticiarios que hacían que África en los setenta fuese casi un bocage diseñado con tiralíneas, que tuviese nombres que nos hacían mucha gracia como Ougadougou, que desconociésemos las fronteras y las desigualdades, los desengaños también, pero es otra historia. Eramos niños. Jugar con la bola del mundo tenía una gracia inversamente proporcional a los mapas mudos, que eran horribles: de memoria y creados de antemano, con nombres preconcebidos y sin ninguna gracia. Todo previsible y nada más. La bola del mundo no, había países de colores y la extraordinaria promesa de los mares azules que imaginábamos llenos de ballenas y delfines saltarines, de corales submarinos, capitanes y tormentas, bergantines y goletas. El desierto era risueño e infinito, las islas- cualquiera- unos deliciosos lugares de beatífica convivencia, donde vivir en cabañas hechas con hojas de palmera o pescar con unos palos afilados era algo que emular en el recreo. No veíamos, tampoco, las casas derribadas de Beirut o la infancia destejida de Biafra. Todo era lejano, la bola del mundo un ecosistema perfecto de juegos, pan y chocolate. No había drama.

Hemos vuelto a jugar tantos años después casi a lo mismo. Ajenos también a los dramas de los otros, algo que empieza a ser una costumbre, embebidos, de forma legítima o no, en nuestras propias tragedias. Ya hemos dicho que girar la bola del mundo es intentar encontrar una felicidad a escala, una necesidad de aventura, de novedad, de ruptura.  En tantas tardes de mesa camilla y vuelta obligada al hogar, hemos acompañado a quien no sale, hemos seguido soñando. Una bola del mundo asomada a una pantalla de televisión, una bola del mundo en la mano temblorosa de quien sabe que se le escapa la vida, un  futuro ofertado para quien el futuro ya, sencillamente, no es. Cuidas, acompañas,  y te detienes para intentar enseñar un país, una ladera, una montaña que vayan de la mano de historias que hagan pasar el tiempo más rápido, que la tarde fluya sencillamente, sin más. No hay lugar para planificar: es aquí y ahora. Todo aquello que vas recopilando, recogiendo en el día a día y que son muchas veces anécdotas adornadas, chistes ajenos que adaptas como propios, recuerdos enviados por alguien y que no son ciertos, porque es verdad que no hay nada más persistente que el olvido de los que no tenemos cerca. E intentas construir, a partir de lo efímero de las palabras, una realidad que ayude a tragarse los minutos, a sobrellevar el tedio, a olvidar lo inolvidable.

Y, aunque lo intentes evitar y no lo reconozcas, aunque sepas que estás donde debes; miras con una mezcla de envidia y nostalgia a ese globo terráqueo infantil olvidado en lo alto de la estantería y todo lo que lo acompañaba: el equipaje de inconsciencia y alegría de la juventud, la avidez y la persistencia por ver y conocer y, también, el egoísmo de esa construcción a medida. Porque, inevitablemente, somos la infancia que hemos tenido. Y cada uno, como sucede también con algunas familias infelices, se lo ha currado a su manera.

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Un pensamiento en “La bola del mundo

  1. Qué cosas escribes…. me encantó…. el ombligo se inventó para mirárselo de vez en cuando y recordar que, alguna vez, fuimos niños, y veíamos el mundo como tú escribes; sugieres y recuerdas tantas cosas… muáks! gracias

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