Bildungsroman al revés
Cuando Pip Pirrip vuelve a casa se dice a sí mismo que nunca preguntará a nadie por qué vive donde vive, por qué ama el lugar que le vio nacer y, sobre todo, por qué permanece allí. Y lo dice mientras contempla ese extraño paisaje alejado del paraíso, paisaje dotado de una calma extraña en su soledad acompañada de bandadas de pájaros que visitan la niebla, lugar de luz desacompasada de atardeceres y tedio. Veo la adaptación de esta novela de Dickens que ha hecho Mike Newell- ¿cómo es posible que yo no sea británica de nacimiento con TODO lo que me gusta su televisión, sus libros y sus cantantes de Manchester?-y pienso en esa vuelta a casa, en su rehacer de recuerdos y recortes del pasado. Pip y su sentido de culpa por aquello que se ha perdido y también en su vuelo a la feria de las vanidades; tapando con jabón de lavanda el olor previo a jabón Lagarto, a pulir las uñas y los zapatos de charnego, a iniciar la metamorfosis que es más un vuelo de Ícaro, breve y desordenada. Pero me gusta sobre todo Pip después de la moraleja: eres quien eres y el vínculo, el necesario, el que te acompaña, es a donde perteneces. Había una cursi canción de los ochenta que hablaba de hacer tuyo el lugar donde cuelgas el sombrero. Es cierto: no es tanto delimitar espacios con escuadra y cartabón, no es la firma de una hipoteca, no es la propiedad. Es la idea de todo aquello que te ha creado y es tu eterno equipaje.
En El bar de las grandes esperanzas, el pequeño J.R. habla, desde la perspectiva del adulto, de criarse en una clásica taberna americana, con su música y desbocado anecdotario. Historias que inyectan en la mente y la imaginación de un niño atento y admirado aquella pléyade de poetas, policías, boxeadores y gente común, la más difícil de retratar en literatura. J.R. inicia su viaje en la vida entre humos y alcoholes, con historias de exageración y de muy pagana verosimilitud. El bar Dickens- no podría llamarse de otro modo- es el lugar donde cuelga su sombrero este niño observador y solitario, tan necesitado de ficción con la que llenar ausencias, de alimentarse de las vidas de otros para ir diseñando a lápiz, en un papel arrugado, un futuro itinerario que, como es natural, nunca sale como se espera. Y esto, por fortuna, es así.
Y también Totó necesitaba llenarse de aventuras en India y de pistoleros del Oeste, de romances de perfume y carmín, de lo remoto y lo soñado. En Cinema Paradiso, la consigna es la emoción ante lo extrordinario, la evasión medida y consentida en el metraje de películas que llegan en bicicleta al sofocante calor siciliano, el mundo en una cinta de pulgada. Pero Totó, como parte de ese borrador que es la infancia, recibe un consejo que dará carpetazo a todo lo demás: no vuelvas una vez que te vayas. Llévate todo este equipaje a cualquier otro lugar, guárdalo en un arcón; ventila de vez en cuando tu melancolía, pero no vuelvas. Pisar de nuevo estas calles en cuesta, el blanco cegador de las casas apiñadas, todo aquello volverá a darte la morriña recobrada, esa sensación de no haber estado donde tenías que estar, esa culpa de nuevo por perderte un ramal del camino, esa idea de que otra vida te esperaba y escogiste la más luminosa. Pero volvió. Y se encontró con el tiempo detenido en parte, que es la peor forma en la que puede atizarnos la nostalgia. Y es la peor, porque lleva siempre unos cuantos átomos de culpabilidad.
¿Por qué cuento todo esto? Bueno, en primer lugar porque me da la gana. Pero también porque creo que es necesario que todos emprendamos un viaje de vuelta hacia aquello que es imprescindible. No hablo de familia- ¿hay que recordar la cita de Ana Karenina?-sino de un vínculo mucho más extraordinario, sutil y permanente. En la vida se abren puertas y ventanas, entra el aire, se llena de humo y a veces de lluvia, pero siempre queda lo fundamental. Pero esa esencia, por decirlo de algún modo, no tiene que ver con tedio. Noto en la escritura, en la prensa, incluso en las pintadas de los muros, un tufo a saturación y a déjà-vu- me encanta decir déjà-vu- a impostación y a falta de originalidad. A repetitivo. A dar en el palo del gusto a una audiencia entregada de antemano. Puede que yo no tenga mucha autoridad moral porque no soy escritora, no sé la dificultad de crear todos los días y ofrecer originalidad. Pero sí sé bastante de lecturas, de innovación y de ensimismamiento. Y mucho me temo que estamos perdiendo el espíritu crítico ante los fuegos artificiales indies, ante la invasión de la «extimidad, ante el exhibicionismo y ante la entronizacion de lo efímero. La banalización – y la saturación editorial, todo hay que decirlo-hace que no demos abasto a absorber propuestas para, posteriormente, darnos cuenta de que muchas son puro humo, refrito, encargo hecho aprisa y corriendo o, mucho peor, sin entidad propia. Hablo en general, que es lo que se puede hacer desde los blogs de provincias, hablar en general.
Creo que hay que irse, poner distancia, saber si tenemos algo que decir o comentar y volver cuando sea propicio o nos apetezca. No hablo de nada más que de cómo nos relacionamos con lo que leemos. A la literatura, con los legítimos resbalones de calidad en la trayectoria de alguien-nadie es infalible- hay que volver cuando tienes algo que contar. Y, como Pip, no preguntar nada, asumirlo: me voy porque, a lo mejor, no quiero irme pero no puedo quedarme. Necesito distancia. Y nada más, que de esto no ha muerto nadie, al contrario: han nacido muchos escritores de verdad.
Lo mismo sucede con la extimidad antes mencionada y con la exigencia de la prisa. Yo estoy desconectando digitalmente, volviendo atrás, reconstruyendo muchas cosas de forma analógica. Y si tuviese que hacer mi propio bildungsroman, sería en estos momentos un bildungsroman al revés, algo como lo que hizo mi hijo pródigo favorito, Reginald Perrin: salir, crear, subir, ser otro y desde ahí o dar cortes de mangas o pasar de todo. Reginald recreaba desde lo punk, otros quizá podemos hacerlo desde la necesaria barrera de la nostalgia, pero alejados de ruidos y cantos de sirena, de cacareos y de excesiva ansiedad o insistencia.
¿Lo ven? Gran Bretaña de nuevo. No tengo remedio.