Anchoas y Tigretones

Archivo para el día “febrero 9, 2016”

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Female Nude (Barbara Gittings and Kay Tobin Lahusen Gay History Papers and Photographs collection) (Pulsar en la imagen para enlazar con su ID en la NYPL)

 

He leído no sé en dónde- los dispersos nunca sabemos dónde está el origen de casi nada- una cita de Flannery O’Connor que dice algo así que no escribía lo que pensaba, sino que escribía para saber lo que pensaba.  La hija de un amigo decía el otro día, luchando con las palabras para componer uno de sus primeros cuentos, que no le salía contar lo que ella quería, sino lo que veía.

Hoy es una tarde algo tristona de febrero, carnavalera de lluvia y viento silbante, y me pongo ante la pantalla después de mucho tiempo, algo que empieza a ser una costumbre. Un blog ha de tener cierta continuidad, son apuntes apresurados que sacan pecho, que quieren hacerse algo mayores. Quizá, y solamente quizá, lo que sucede es que ya no te sale con tanta frescura, te da cada vez más pereza porque ni entiendes lo que piensas – o te da mucho vértigo descubrirlo- o tampoco sabes con total certeza qué es lo que ves delante. Bueno, esto último es una exageración: si algo hacemos es observar, observar sin medida. Lamento no tener una vida tan poética como alguno de mis contactos en redes sociales: me pasan cantidad de cosas al día, algunas muy divertidas, otras no tanto, pero no tengo esa necesidad urgente de compartirlas. Pero sí que observamos, registramos, casi siempre dejamos atrás inicios de cuentos y novelas por pura falta de autoestima y una permanente sensación de Bartleby, nos llenamos los bolsillos de pequeñas notas. Creo que ya lo hemos contado: los blogs atemáticos como este- no soy trendy, no soy youtuber, solo soy apuntadora- son lo más parecido a las personas que pasan a nuestro lado en una calle atestada: miramos, no vemos. Echamos la vista encima con poca ambición, extremando la gama de grises que otorgamos a, quienes como nosotros, tienen tristezas, preocupaciones y pensamientos.  Uno de mis sueños recurrentes cuando era niña era que se descubría- mediante un rústico prompter, subtítulo o un bocadillo de tebeo- lo lo que yo pensaba, que aquella monja que me abroncaba sabía que, ajena a aquella lectura de cartilla, lo único que me importaba era  que me estaba aguantando el pis, o en que a la monja se le veían amarillos los dientes de delante, más amarillos que los otros.  ¿Y si todo el mundo sabe lo que pienso cómo voy a poder vivir?- me decía yo a mí misma, sublimando ya la paradoja que, de ser cierta aquella transparencia mental, ese pensamiento que era una conjura completa al realismo y a las teorías de espacio-tiempo, se hacía visible para cualquiera.  Esa es la clave del asunto: ser demasiado transparente, exhibir de más sin pretenderlo, confundiendo los lenguajes y los límites, algo común en unos tiempos en que todo es inmediato y  sin misterio. Trasladado a la escritura pienso por qué y si es necesaria esa forma de expiación, de hurgarse y rascarse las tripas buscando algo o encontrando momentáneo alivio, de volcarse, de dejar algo de ti. ¿Compensa dejar este rastro que ya nace desvanecido? Veamos: si publicas tus post en redes sociales, por ejemplo, son más virales, hay más posibilidad de que…¿los lean? ¿les den a «me gusta» por pura cortesía, cariño, inercia, aburrimiento? ¿Te premien con una galletita, como si fueses una mascota, y te hagan un retuit? (elija la opción que proceda).

Cada vez pienso más que el medio natural de los cuadernos en cualquier formato es el bolsillo. Este que usted lee ahora, si es que alguien todavía se detiene por aquí, es tan persistente, y a la vez tan efímero en su apreciación, como esta desencantada y permanente lluvia compostelana que nos acompaña. Mis notas y apuntes se quedan aquí, en este medio: no se alteren, yo no voy a promocionar mi novela, mi libro de relatos, mi crowdfunding, ni mis cursos para subir la autoestima. Lo único que hago es ejercitar las teclas y mis imaginaciones. No perder el hilo, enhebrar, apuntar historias más largas, desenredar madejas.  Y leo cosas que hacen tambalear estos pequeños principios o, es posible, los reafirmen: en una entrevista de 1972, Alejandra Pizarnik, ante la inevitable pregunta de por qué escribir, respondía: escribo para que no suceda lo que temo. Y puede que sea así: escribir para nadie pueda leerte, de forma equivocada, los subtítulos inconscientes que emites sin querer. Y, aunque ello sea imposible por el querido principio de la libertad interpretativa, chica, al menos tú has tomado la primera persona y la sostienes. Y eso, ni más ni menos, es tener una voz propia.

 

 

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