Sobre «Una casa en Amargura» de Elisa Vázquez de Gey
Ayer, la escritora y amiga Elisa Vázquez de Gey presentó su novela Una casa en Amargura en la librería Berbiriana, patria de las libreras Cristina y Alejandra y uno de los lugares donde una se siente como en casa, feliz. Anduve por allí haciendo algunas preguntas a la autora y, además de recomendar la novela, escribí un pequeño texto que utilicé como presentación. Tenía , al igual que Dulce, la protagonista; una encomienda: hablar de la novela y un propósito: no destripar nada ante una audiencia que escuchó a Elisa totalmente embelesada. Mis palabras no valen de mucho frente a esta historia vibrante, pero si sirven para que la leáis, pues allá van.
Una casa en Amargura es un novelón habanero del siglo XIX escrito en el siglo XXI. Es una novela en la que oscilamos entre los avatares convulsos y luminosos de las aspiraciones de libertad y autonomía de la colonia frente a España, donde las veladas de los Liceos Literarios y Artísticos y de los teatros se mezclan con el sabor de los platillos preparados por las calles, con las sombras que pueblan callejas bulliciosas y coloristas, con noches de negocios torvos y escondidos, de corrupciones y explosión artística. Es también una novela con olor a pólvora y chocolate, a tabaco y dulces, una novela con ruido de grilletes y notas de piano. Donde se intentan paliar las epidemias a cañonazos y los libros viajan de la isla al continente, del continente a la isla en cajones de madera. No es una novela escapista, donde el exotismo esconda el drama de la esclavitud o las acusaciones de masonería. Es una novela habanera y portuaria, doméstica y viajera, una novela de pérdidas y encuentros, de libertad y sometimiento, de solidaridad y alegría. Una novela de mujeres, de madres, de hijas, de escritoras, de libreras. Y una novela que comienza en el mes de febrero de 1882 en el puerto de La Habana, donde Dulce Prieto- joven huérfana, ilustrada y narradora- espera la llegada de un barco. La espera nos la entretiene con una narración en primera persona sobre quién es, sus circunstancias y qué la ha llevado hasta allí. Dulce ha heredado una considerable fortuna que incluye tierras y plantaciones, casas grandes y chicas- la mansión de Amargura, que da nombre a la novela- y una negrada de cuarenta esclavos. Y hereda, también, una encomienda: cumplir un testamento, encontrar a las hijas de Misterio del Cobre Barthèlemy, su aya y confidente, negra prieta y servidora en la casa de la «niña Dulse» y uno de los vértices fundamentales de la historia. Asistimos a una narración «a dos manos»: la de Misterio, acudiendo a quien pueda dar fe y constatación de sus avatares vitales (de la isla de Reunión como esclava a ejercer el oficio de planchadora en La Habana) y la de Dulce, destejiendo la madeja del periplo vital de Misterio, plasmado en un testamento, y cumplir así esa última voluntad. Pero volvamos a ese luminoso día en el puerto de La Habana de 1882…
Pagina web de la novela : http://www.unacasaenamargura.com