Anchoas y Tigretones

Archivar para el mes “junio, 2015”

Lo útil, lo necesario, lo imprescindible

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Careers ahead (Sep 7, 1939) . Imagen sin restricción de derechos de autor- The Commons, WPA álbum de LOC (pulsar en la imagen para URL permanente)

Para F. y L.

La necesidad de la escritura no puede medirse por veranos. En realidad no puede medirse casi por nada: está o no está. Una tiene cuaderno digital por algo, para aplazar algunas esperas, para entretener cuestiones de la vida. La vida de algunos va en tren a diario, encuentra señoras con madurez desordenada de Betty Boop en los asientos de enfrente. También de dobles de Neil Gaiman, de pandillas de ciclistas con pegatinas reivindicativas en el casco de la bici, de lectores silenciosos y de melómanos desconocidos, aislados en su mundo de corcheas y alfabetos mientras corre el trayecto- ahora luminoso- de la distancia entre dos ciudades, veintisiete minutos en un festín de observación. Una vida, todas las vidas, están escritas ahí: en los móviles que sostienen y teclean nerviosamente las chicas de piercing y tatuaje, en algún periódico testimonial, en una tablet molona y en el regazo abandonado de la señora recién peinada, llena de bolsas ordenaditas y pulcras gafas que antes de salir de la estación ha llamado a sus hijo para recordarle dónde quedaba lo recién planchado, las llaves de casa de la abuela, ha descrito el contenido del táper en la nevera. Tantas vidas por escribir y detenerse, el puzzle de lo cotidiano, lo  Algunos rostros familiares llegan contigo a destino, compartes a veces conversación y breve trayecto a pie. Después cada línea se bifurca en busca de un individual punto de fuga.

En dos lugares que distan más de mil kilómetros dos de mis amigos ya han comenzado su jornada también. Casi siempre, con noches de cierta angustia, de mal dormir. Buscan en su correo electrónico alguna respuesta, rastrean en las páginas de ofertas de empleo, envían currículos, esperan. Ponen una lavadora, hacen la cama y limpian el polvo, comprueban su móvil y otorgan, cada uno sin saberlo, un nuevo sentido a los calendarios. Para muchos, una sucesión de días que llegan hasta un junio, julio o agosto luminosos donde cortar con rutinas y labores. Para ellos dos, un difícil camino donde hacer, una y otra vez, cuentas y malabarismos de menús rebajados, donde necesitas que el tiempo se congele en los gastos y averías, que avance en la llegada de la ocupación laboral. Ambos comprueban sus correos electrónicos de nuevo, sus whatsapps, sus buzones de voz. Y empieza la ceremonia de los rechazos, de las- cuando llegan- ofertas ofensivas, del silencio. ¿He mencionado la edad de mis amigos? No, cierto. Mis amigos, los dos, están en esa franja que va de los 40 a los 50. La maldita franja del rechazo, de los que son mayores y jóvenes a la vez. De los que para las estadísticas existen única y exclusivamente para lamentar su suerte. De los que han trabajado toda una vida, de la generación preparada y que se iba a comer el mundo y  que han echado a los leones por preferir una difusa juventud. Porque conocen bien ambos las costuras de muchos sistemas, porque han cuestionado la legalidad de algunos contratos. Y, sí, mis amigos se han reciclado con cursos,han diversificado su perfil, han mostrado disponibilidad horaria y geográfica. El gran drama no es tanto, que lo es, la falta de trabajo. Lo es la falta de oportunidad, ese discurso subliminal que pretende dar una nueva dimensión a la inutilidad, a hacer que el tiempo que tienes por delante- veinticuatro horas son muchas horas para llenar con rechazos, con intentos, con llamadas, con angustias, con tristeza- te parezca frívolo, que cualquier actividad fuera de la búsqueda de empleo te haga sentirte culpable. Que rebajes, una y otra vez, tus expectativas. Que te cuestiones. La experiencia, la trayectoria, la edad de alguien jamás es inútil. Lo que es totalmente estéril es el discurso que minimiza la existencia del drama del paro, las estadísticas que intentan que aplaudamos con las orejas por miserables resultados de ocupación laboral. ¿Para que los que tenemos trabajo nos sintamos mejor, pasemos a otra cosa, sigamos con nuestras vidas de trenes y horarios, de rutinas entregadas? Mis amigos han trabajado, han cotizado a la seguridad social, han pagado impuestos durante muchos, muchísimos años. ¿No conocen mejor que nadie la necesidad de echar horas, de prepararse, de ilusionarse y de saber cuándo vienen mal dadas? No voy a hacer el chiste fácil de lo contingente y de lo necesario porque no procede. Hablo de visibilidad . Y de conciencia.

Comenzaba hablando de que la necesidad de escritura no se mide en veranos. La mía, desde luego, hoy la ha medido la rabia y la impotencia. Y el deseo de que de una vez por todas apartemos las cronologías, los números que limitan, las edades que encontramos imposibles. Que el sinónimo que encontremos a lo necesario no pase un filtro absurdo. Y, quizá, que dejemos de usar el dúo útil/inútil cuando hablemos de personas. Que hablemos, sencillamente, de lo imprescindibles que somos todos.

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