Anchoas y Tigretones

Daniela y Gloria, Angélica y Catalina

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«German antique doll» by gailf548 – originally posted to Flickr as German Doll. Licensed under CC BY 2.0 via Wikimedia Commons –

 

Ya he contado muchas veces, si es que hay alguien que pase por aquí a menudo, que no sé exactamente qué es una reseña.  A mí me gusta hablar de lo que leo sin más. Y dado que un blog se supone que se escribe para mantener cierto grado de conversación con los lectores, pues aquí queda esto, por si alguien quiere echárselo a la mochila o a los anteojos. Vamos.

La Transición española es un sintagma, o eso era, que da a la vez algo de hastío y respeto. Para algunos es caspa y necesidad de cuestionarse muchas cosas, para los que la vivimos sin saberlo- casi como el personaje de Molière que hablaba en prosa sin ser conocedor de ello- la Transición fueron una mezcla de propaganda electoral, las siglas de partidos políticos tachadas una sobre otra, las pintadas y los mapas de territorios, el miedo y la muerte del tiro en la nuca, funerales con gritos de todo signo, el aire entrando por la ventana. Antes, y algunas cosas siguieron siendo después, eran también la inestabilidad política, las huelgas, la cautela ante los nuevos tiempos, el recolocarse y entenderse. Los mayores lo tomaban como un alivio de luto,los  primos mayores, en la universidad, como el principio de una revolución hecha a alarido limpio en asambleas luciendo parkas coreanas, ponchos de colores vivísimos y con bandas sonoras de Pacos Ibáñez que galopaban; también con algún recuerdo de guitarristas torturados.  Yo recuerdo una tipografía enorme en los periódicos, la palabra «libertad» pronunciada en casa con ilusión y con prudencia, y, también, que no fuimos al colegio varios días cuando murió Franco. Bueno, eso no fue Transición, es verdad, fue el principio pero tampoco lo sabías.  Y la insistencia de tu madre en que abrieses bien los ojos y las orejas, que todo aquello era historia y que tenías mucha suerte en vivirlo. Y luego vinieron muchas cosas ya lejos, con bolas de cristal y edades de oro, con erasmus y ser europeos, pero eso ya fue después, cuando la ilusión nos hizo sacar pecho y ser soberbios. Y todos los recuerdos se soban irremediablemente en series de televisión tan eternas como anacrónicas, con niños narradores como Carlitos Alcántara, que no es más que un Joselito niño cantor pasado por el rebozado del aggiornamento. Dejemos la teoría y práctica de la Transición y sus mentiras, está el libro de Victoria Prego y las hemerotecas. Y vayamos al libro de la señora Sanz, mucho más interesante que todo eso.

Daniela y Cata, Gloria y Angélica viven esa época en la que  te quedabas mirando furtivamente a los kioskos, cuando empezaste a ver tetas en todas partes, cuando se hablaba de destapes y necesidades del guión, de lo que las abuelas llamaban «guarrerías» y que otros defendían para quitarse la boina y la caspa poniendo la etiqueta de «intelectual» y «libertad» a lo que era, una vez más, otra forma de patriarcado. Daniela y Gloria son actrices estupendas en la intimidad de su leonera, una vez dejados fuera los deberes del cole y los calcetines, una vez que el cuerpo empieza a ser agorero  y se resquebraja ese límite de la infancia que pica y molesta como los verdugos de lana del invierno. Daniela y Gloria, Cata y Angélica, se codean con la belleza algo pepona de Blanca Estrada, con los morritos nada inocentes de Victoria Vera, con la belleza suicida, dicen, y trágica de Sandra Mozarovski, la ambigua y potente sexualidad de Bárbara Rey. Ellas, claro, ven el maquillaje y glamour de mujeres en primera persona, de sus caídas de ojos y mohínes coquetos. Y de su vertiente gore y apocalíptica, de los colmillos sanguinolentos de las vampiras setenteras y de los juegos de rendición que prometen. Fuera de la leonera hay un mundo de pescado con tomate, de obligados horarios y de rigores de familia de tres. Hay amores platónicos, hay familias que siempre nos parecen mucho más sexies que la nuestra, hay admiración y envidia, eso hay.

Pero Daniela Astor y la caja negra es, sobre todo, la historia de Sonia Griñán. Es la historia de tantas mujeres que, como ella, no solamente buscaban la igualdad de oportunidades ante los hombres: buscaban ser como otras mujeres que ya conocían y que sí que empezaban a visibilizarse en la Transición y no eran las de la portada del Lib.  Mujeres que ya eran sociólogas o abogadas, que no tenían que morder el lapicero con borde de goma a horas intempestivas para sacarse el graduado o un título para acceder a la Universidad. Mujeres que ya venían estudiadas de casa burguesa y que no soportaban los rigores del cuádruple rol: amas de casa, madres, trabajadoras y estudiantes. Las menos, sin duda alguna. Y esas eran las otras, las Sonia Griñán, y querían estar ahí. Y decidir sobre cuerpos y futuro. La historia de Sonia es una de las historias más silenciadas de la entonces joven democracia española : las  mujeres que sufrieron cárcel, ostracismo y escarnio público con la excusa de la vida, de aquella que a ellas no les regalaron. Porque cuando alguien a principios de los ochenta se iba de fin de semana a Londres, no iba casi nunca a ver el Big Ben. Y hubo que esperar a 1985 para que dejasen de ser las apestadas de un entorno social que no solamente no las entendió: las estigmatizó casi de por vida. Con rechazos laborales, con susurros de vecinos, con solidaridad compasiva por parte de las amigas sociólogas o los confortables manifiestos «Yo también» de las musas del rojerío.  Sentir la soledad del símbolo.  Y aquí, en esta novela tan documentada, la joven Daniela, ya para siempre Catalina, aprende también ese ejercicio no buscado de la soledad y del ostracismo como daño colateral. Del padre no presente, de entender, tiempo después, una decisión de su madre que no sabe, tocada para siempre por el dolor, si fue un acto egoísta o de heroicidad extrema. Esa es su caja negra y con ella tendrá que vivir. A veces no hay respuestas, solamente datos.

En Daniela...caes de pie en una época realmente interesante del cine español, muy denostada en algunos momentos, pero que retrata muy bien aquellos años veloces y lluviosos. En la novela de Marta Sanz hay un impagable ejercicio de documentación que podría ser ficticia o real, pero que, al menos para esta lectora, funciona como un  paraíso kitsch y de pan con chocolate. Me apasionan las referencias a amantes de la realeza, a las ídolas caídas reconvertidas en estrellas de programas de cocina, a las traiciones de los deslices nocturnos ante millones de espectadores, a la etiqueta de «juguete roto»- que me encanta, narices- y a las entrevistas pactadas en las que «valgo más por lo que callo que por lo que digo». Enmarcaría el artículo de Rafael Reig sobre Amparo Muñoz, mi ídola guapísima. Cuando hoy le dices a alguien de otra generación que existió una película como «Me siento extraña» donde Bárbara Rey y Rocío Dúrcal hacen de lesbianas amateurs, creen que te ha sentado mal la medicación. Pero existía. Y también muchas pelis de vampiras torturadas, mucho cuchillo y tortura pulp, un cruce imposible entre soft porno y Ed Wood. Un cine secundario y en serie,   de una originalidad increíble y voluntariosa, como siempre tiene que ser el arte. Y la reflexión imprescindible sobre lo que creían las actrices que estaban haciendo, del desnudo como acto de libertad necesaria o como cosificación. Actos reflexivos individuales, claro está, porque a la vista queda, con la frontera de los años, que allí hubo de todo: desde necesarias «intelectualizaciones» hasta zafiedad persistente, alguna muy cómica. Pero contextual. Era así.

La Transición  tuvo trastiendas y telarañas.  La trastienda iba más allá del poblado vello púbico  de María José Cantudo. Iba más lejos de las buenorras del Lib, de las tetas entrevistas y furtivas, de la desencajada mandíbula de Susana Estrada y la circunspecta mirada de Tierno ante su cremallera respondona.   La trastienda se quitaría la caspa en lo que tuvo que llegar mucho más tarde. E imagino a las Sonias Griñán hoy en día asistiendo atónitas o con un rictus de cansancio a algunos debates recurrentes. Porque algunas luchas, algunos símbolos, sí que tienen que ser respetados. Especialmente el de las mujeres cuyo delito, cuyo único delito, era querer tener las mismas oportunidades que otras mujeres.

Marta Sanz Daniela Astor y la caja negra Anagrama, 2014

Bonus track: A principios de los ochenta se emitió en Vivir cada día un reportaje sobre reclusas en Yeserías. Me acuerdo perfectamente de una chica procesada por aborto, contando su historia. He buscado en la web de Rtve y no lo encuentro. Si alguien lo localiza, por favor que me lo haga saber.

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2 pensamientos en “Daniela y Gloria, Angélica y Catalina

  1. pedr0q en dijo:

    Lo emitieron un día doblemente señalado en el calendario.
    http://elpais.com/diario/1982/02/23/radiotv/383266803_850215.html

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