Extrañas orfandades

La imagen. sin título porque no hace falta, la he encontrado en Pinterest. Pincha en la imagen para ver el enlace
Hubo un momento en la vida, tú no eras consciente, en que el ecosistema era perfecto. Como todo lo perfecto no se hacía notar, era tan sencillo, tan íntimo y salvaje como respirar a diario, como respirar con ansia tras bucear en el mar de agosto, como respirar de nuevo tras el cigarro una noche de verbena, era respirar y todo venía al momento. El aire no se cuestiona, está ahí, es tuyo y existe, nada más. Es aire y está ahí por descontado. En el pack de lo que viene por defecto en la vida. O en lo que era la vida.
De ese aire tuyo en el que no reparas están hechas las horas que se tejen también porque sí, porque son parte de lo inadvertido, de lo que es ausente por obvio, de lo que viene contigo. Los días y las horas son siempre gatos huidizos en esquinas, algo en lo que no te fijas, algo que no te hace resoplar. Son las calles que recorres a diario, ese letrero algo torcido, esa mesa sin orden en la que algún objeto querría chillar que le hagas caso, es la llave con la que abres la puerta de tu casa y de tu despacho, es la cucharilla del café a media mañana. Es también ese botón a medio caer que lleva tu amiga desde siempre en la trenka, es tener que quitarte el cinturón de seguridad porque, si no, no sabes aparcar y qué tontería, pero es así. Ese aire inadvertido es también un táper con croquetas de sobras del domingo, o un mensaje whatsappero de alguien que siempre envía los mensajes al momento. Son las cifras de un teléfono que marcas casi como una letanía, como ese orapronobis que tanto te hacía reír en aquellos rosarios de la infancia con tu abuela, mirando los santos de la iglesia y teniendo miedo de ellos, tu abuela teniendo miedo de no volver a ese rosario, pero, claro, tú no lo sabías. Aire es también la ropa que aparece en al armario tan planchada y ordenada, la costumbre, lo que es así, lo que es ideología sin querer. Tú vives y las cosas suceden, es así, es el aire de los calendarios.
No es que el aire desaparezca, es que los ecosistemas se alteran. Cambian paisajes que eran asideros: la librería de tus amigas ya no está y con ella se va no solamente una era, se van algunas tardes amarradas a las sorpresas que tenían las cajas, a los pitillos apurados en la puerta, a discutir sobre la señora Munro y el lugar de la novela en los suplementos literarios. Se va ese aire necesario del libro apilado y expectante, llamándote desde una estantería, con las manos de Silvia y Begoña regalándote tiempo y palabras, dedicándote las letras impresas de otros, escuchando tus desvaríos, riendo sobre lo que dan los años de amistad y la confianza. De hablar de guapos y guapas, de enfermedades maternas, de pérdidas y de hallazgos. Se ha ido también la panadería de Bernarda, las risas hablando de política municipal y de pasteleros caraduras, de recetas sofisticadas y de panes de toda la vida. ¿Cuándo volveré a encontrar ese pan de cebolla, aquel maravilloso pan de miel y de pasas? No entiendo cómo no se puede hacer una biblioteca de olores y sabores perdidos, de esos que nutrían los ultramarinos que eran cuevas de Ali-Babá en la infancia, con sus hojas de bacalao en la puerta y sus galletas al peso en una lata. Se van también, y esto es ya otra cosa, el aire que llevaban los fines de semana con la intensidad del cronómetro, la falta de excusas innecesarias, las agendas repletas de posibilidades disparatadas, la soledad como una lejana extrañeza desconocida, la lentitud como una bandera. Respiras un aire que ahora te paras a reconocer y paladear, quizá por miedo a que la próxima bocanada sea peor que la anterior, ese aire que se ha ido llevando parte de ese ecosistema del que hablábamos al principio, parte de esas amarras y esos asideros, parte de ti y de todo.
Me gustaría encontrar una palabra distinta a la orfandad, pero no la encuentro. Quizás me asusta porque me parece aún, por fortuna, extraña y espero que lejana, grandilocuente y desvariada. Pero voy llenando mi diario de orfandades diminutas, pequeñas pérdidas que van también en los amigos que están lejos o solitarios, a aquellos a los que no llegas o no te llegan porque su vida es una lucha en guerras complejas y no escogidas. Aquellos a los que el aire común debería regalar una máscara antigas, amigos y amigas que no saben que tú enfrentas otras guerras también como todos y en intensidades idénticas, que el cansancio no nos ha hecho más sabios, pero sí- al menos a mí, pero sigo en plural mayestático- más cínicas, más escépticas y a la vez mucho más lloronas. Y resistentes. Pero mucho más conscientes de todo, especialmente del valor de las manos tendidas, de tender las nuestras, incluso cuando son inesperadas. Joder, me estoy dando cuenta de que soy mucho más cebolleta de lo que creía y que derivo a la moralina de columnista dominical. No temáis. Solamente dejo estas palabras para que las lean todas aquellas, todos aquellos que creen que nos olvidamos: sentimos la orfandad porque no estáis en aquella parte de nuestro ecosistema, no porque hayáis desaparecido. No, no sois olvido. No lo seremos, por mucho que sea un buen título de alguna elegía ya escrita.