Compañeros de viaje

Guy y Bruno hablan de sus cosas. Qué chiquillos. Strangers on a train (Alfred Hitchcock, 1951) con licencia cc tomada de Wikipedia
Creo que sumar años es, en parte, poder sentarte un domingo por la tarde y echar un vistazo a agendas. Mirar hacia atrás, más con sorpresa y desconcierto que con ira, a riesgo de convertirnos en estatuas de sal, en quedarnos atrapados en una tela de araña tan invisible como persistente, transparente y opaca a la vez. Qué habrá sido de aquellas chicas tan amables que viajaron contigo durante una temporada en el tren diario a Compostela. Estudiantes de música, hablaban de la alegría que supuso acceder a la biblioteca de la Diputación con su fondo de partituras, de lo caro que era un clarinete en la, de la docencia y de tocar en una orquesta. Unos mundos muy lejanos para mí, asentada ya en un trabajo organizado y mirándolas con la envidia que provoca el que tiene ese todo «por hacer» delante de sí mismo. O de F. y J., que mientras recorríamos la distancia cotidiana sobre los raíles desgranaban tanta discusión política, tanta anécdota divertida de Japón y Holanda, tantas conversaciones distintas durante mucho tiempo; triviales muchas veces, apasionadas otras, pero llenas de datos, detalles, carcajadas que hacían que los kilómetros volasen, que no fuesen tan incómodos los asientos, que esa charla de ida y vuelta fuese un ritual casi familiar, esperado y cálido. Ambos se mudaron a ciudades lejanas de las que tengo direcciones, teléfonos y correos electrónicos. Solamente me falta la conversación en el tren, que fue lo que los puso en mi vida en algún momento. Y aún me sigo acordando.
Pienso, también, en los lejanos, lejanísimos ya, inviernos de mediados de los ochenta, en una Compostela que nos parecía lo más vibrante y bohemio. Qué habrá sido de X. que se sabía de memoria el revés de la etiqueta de Estrella Galicia, de L. con quien confundí tantos sentimientos, de A. que me acompañaba en algunas horas de biblioteca cargando las dos con los tomos del Corominas. O de P. y Q., que hablaban de algunos manuales escritos por profesores de la carrera como «tochos que se llevan en el bolso para la defensa personal». De algunas ha sido más fácil saber dónde están: escriben en periódicos o son escritoras, otras están en la política, son profesores de secundaria, otros hacen lo que pueden con su vida. Los sigues desde la distancia, desde ese respeto un tanto reverencial que se tiene hacia los juguetes nuevos. ¿Sería posible ser amigos ahora, tendríamos la misma conexión, pensarán en mí alguna vez, recordarán los malos ratos también que tuvimos? Por eso cuando digo «qué habrá sido de» no creo tanto en la geolocalización, perdón por el palabro pero me encanta, como en «conectaríamos tú y yo ahora». Con algunas personas es sencillísimo: M. me llamó por teléfono, tras una muy detectivesca investigación, y tras el shock inicial-madre mía, habían pasado casi veinte años-darte cuenta de que esencialmente es ella, es la misma chica con la que te tumbabas en el campus californiano a tomar sandwiches y vaguear, con la que fuiste al Getty Museum y con la que fumabas en las escaleras de la Doheny Library bajo la mirada escrutadora de los hipervitaminados y sanotes chicos californianos. Ahora no fumamos ninguna de las dos (yo he tenido una recaída en ese tema lo que me ha dado para soñar con una vida paralela en la que fumo sin parar y en todas partes) pero fue genial sentir su risa, aquellas carcajadas rotundas e intensas. Era ella. Y tras una promesa de visita madrileña, la tengo cerca ahora gracias a los whatsapperíos y las redes sociales creadas por chicos con nombres imposibles.
Todo esto viene a cuento porque esta semana he vuelto a tener una conversación que ya empieza a ser recurrente sobre «las amistades de toda la vida». He vivido en varios sitios, en todos he conocido a personas, he hecho amigos que han sido fundamentales para mí. En lo que fui y en lo que soy. Pero creo que siempre hay un aquí y ahora. Por supuesto que hay compañeros de viaje y por supuesto que algunos te acompañarán siempre. Y hay ausencias que han dolido, por inesperadas y crueles-enfrentarse a la muerte de un amigo es una experiencia realmente brutal-otras, más mundanas, las has tomado como lo que eran: gente que pasa por tu vida en un momento y nada más. Creo que es muy sano que entre y salga el aire, que se dejen las ventanas abiertas o; simplemente, que el «amigos de toda la vida» sea una especie de convención en la que reconozcas que se evoluciona, se cambia, y lo realmente importante es lo que has vivido. En los últimos años he conocido a muchos que ahora son ahora referentes en mi vida y ojalá siga siendo así por mucho tiempo, aunque quién sabe. (F: esto es de lo que hablaba el otro día cuando hablaba de entrega y creo que no me expliqué bien).
A pesar de lo mucho que me gustan los acuarios y las peceras, algunos ecosistemas cerrados no me convencen, me asfixian de más. O eso o que ya empiezo a cultivar una suerte de misantropía extraña. Todo se pega.
«…ojalá siga siendo así por mucho tiempo, aunque quién sabe.» Dice Paulo Coelho que «nada tiene fin ni principio, la eternidad es el presente». Como es lógico no hay más que pensar en la frase contraria para dar con la clave: todo tiene fin y principio (incluso reinicios y nuevos finales) y el presente no es más que algo momentáneo, casi inexistente. Y quizá eso le aporte mucho más valor, aunque sin pasarse. Sigrid 1-Coelho 0.
Quizá los viejos amigos y amigas que aún siguen ahí, con los que puedes contar en los momentos importantes, que cuentan contigo, están todavía porque ya no nos vemos tanto. No importa si ahora mismo no coincidimos en ideas y gustos como antes. No importa, porque tenemos guardadito en la memoria todos los agradecimientos y las lágrimas y las maravillas. Y, sin dejar que crezca la hierba en el camino, vamos o vienen, para abrazarnos.
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