Anchoas y Tigretones

Archivar para el mes “mayo, 2014”

Dos que van en coche

 

sally and betty

Fumando con mamá en el coche

 

La literatura es un espacio protegido.  Es el que nos permite hablar desde lejos, desde un desván con juguetes en domingo, desde esa trinchera de la guerra del catorce, es ese otro lugar. Un soportal, quizás, para esperar que escampe; un agujero en la pared o un árbol desde el que espiar la casa de enfrente : esa casa con sus vidas, sus muertes, sus golpes y felicidades, con su locura y aburrimiento a domicilio. Esa vida.  Este refugio improvisado es especialmente útil en la impostura  de la primera persona, o en la autobiografía que coquetea con la autoficción . Parapetándose tras una cortina algo agujereada, la escritura surge con la ambigüedad suficiente que permita al lector entrever que alguien se ahoga, pero que tiene un flotador a mano. Que lo que leemos es algo más  que una purga innecesaria, un escupir al suelo por fin, una necesaria limpieza de fondos.  Que es literatura, al fin.

Un hombre y una niña suben a un coche. La niña lleva, quizás, una maleta pequeña, improvisada, casi infantil, una maleta de despuntar a la vida. Algún jersey, ropa interior de algodón, quizás un cuaderno o un libro. Una maleta de quien no viaja mucho, o que todavía no sabe que en una maleta caben tanto los lazos del pelo como las decepciones, los cuadernos y quizás las primeras lecciones de manipulación.  Podría ser Lolita. Pero es la niña sin nombre de Una semana de vacaciones. Una niña que no escoge y obedece, una niña sexualizada y obligada, una niña que, creo, cuenta a través de alguien una adolescencia sin decisión propia. El sexo descarnado, con sus nombres y sus recomendaciones, desasosiega porque es entendido de forma desigual por los protagonistas: para el adulto es dominio placentero, para la niña es el pánico a no agradar.  La invitación al silencio con el pacto del amor, ese discurso que aparece inscrito en tantas historias de incesto.  La autora se cuela en casi todas las líneas, incluso cuando la construcción del relato ha prescindido de la primera persona. Esto no es Nabokov, no es Humbert Humbert. Es la constatación de que los monstruos pueden vivir en casa e, incluso, sacarnos de paseo a nosotros.  Un viaje terrible, infeliz y desgraciado.

Viajes en coche por carreteras extrañas, con sus paradas y sus moteles, con la sordidez de las sábanas sin domesticar, con las risas compartidas de televisiones que no funcionan, o cuartos de baño muy kitsch, o recepcionistas extravagantes a los que quieres inventar un turbio pasado (esa frase pertenecería al campo de la autoficción, o que se creen ustedes, que yo no sé autoparodiarme, ja).  O con la ilusión salvaje de que volver es solamente una posibilidad, de que no tenemos por qué dar la vuelta, con la constatación de que las fugas (vuelvo a escribir sobre fugas, seguro que  me traigo algo entre manos) duran lo mismo que la pasión cuando esta es pasión, cuando es insomne y únicamente hedonista. Me gusta la sensualidad franca y delicada de James Salter en Juego y distracción. Me encanta el título de esta novela. La pasión es juego entregado y distraído, son cartas encima de la mesa, son la fantasía de la campesina francesa y el pijo neoyorkino.  Lo improbable llevado al «carpe diem»,a ese «mientras dure», a  ese «pero qué coño». Son amantes que se adivinan en una distancia respetuosa y a la vez íntima, pasional, de sexo joven y cotidiano, nuevo y firme, posponiendo la realidad, que es siempre tan aplazable. La realidad y las tragedias son siempre aplazables, quizás porque formen parte del mismo fragmento de futuro.

Leer viajes tan distintos en tan poco tiempo hace que recuerde, en forma de imágenes, otros que he visto recientemente y que me  han gustado. Me gusta Sally Draper fumando un cigarro con su madre en silencio, volviendo del internado. Su primer cigarro como invitada. Me gustan Hannah,Shoshanna y Adam yendo en coche a buscar a Jessa a ese extraño centro de desintoxicación. Me gusta el coche de Ted Mosby en el que siempre tienen lugar conversaciones descacharrantes. Y me sobrecoge Rust Cohle haciendo apología de la no existencia ante un atónito Martin Hart. Los viajes, cortos o largos en coche dan mucho juego.

Es una pena que me guste tan poco conducir y que me encante el avión.

Angot, Christine Una semana de vacaciones Anagrama, 2014

Salter, James Juego y distracción Salamandra, 2013

 

Nostalgia del futuro

 

 

 

 

 

Los años pasan a veces apresurados y salvajes, sin dar tiempo a la memoria a dar cuenta y razón, te envuelven como un torbellino o te capturan al modo de Godzilla, no pisas ni el suelo, vas en volandas, todo es una sucesión de imágenes a cámara rápida y con banda sonora invasiva. Años, ya lo dijo alguien, apresurados, para beberse de penalty y pasar a por el siguiente, desbordando intensidad y soberbia, citas a pie de página, apartando lo asumible,  postergándolo todo para no pensar; años de conversaciones y muchos paraguas compartidos, de alcohol y experimentos, de correr hacia adelante y no mirar hacia atrás nunca.  Yo no sé si hay un intermedio justo después, si una pausa o quizás un necesario silencio. O te hagas mayor, que todo es posible.  O comience esa necesaria resaca que es la madurez o lo que es solamente acumular cumpleaños. El futuro siempre era vago pero te estimulaban a él desde el nacimiento: come para crecer, estudia para terminar, trabaja para conseguir. Estímulo, respuesta, causa y razón. A mí me gustaba más jugar a «verdad y consecuencia» y alejarme  de los mañanas esbozados con forma de Betty Draper que ya intuía en algunas. Pero la curiosidad era otra cosa. Y te llevaba a ejercitar la prospectiva a partir de de latas de conserva que guardabas cuidadosamente en la despensa, cuando todo lo que sobrepasase los fines de semana eran llanuras infinitas, inmensos territorios inexplorados. «Caduca en 1992», recuerdo nuestras carcajadas aludiendo a que tendríamos que comernos ese atún en aceite al mismo tiempo que se celebrasen las Olimpiadas en Barcelona, algo que sabíamos que sucedería, pero que entraba en el terreno de lo «improbable por lejano». ¿Dónde estaremos, qué sucederá antes, cogerá alguien mi mano mientras veo la ceremonia de apertura, viviré entonces aquí o mucho más lejos?. Hojeabas rápidamente, también, los calendarios que te regalaban a finales de un año para el siguiente. Yo era capaz de mirarlos con la contradictoria nostalgia que provoca el futuro sin hacer y me preguntaba qué sería de mí, si podría reconocerme en esa vaga y difusa figura del yo sin articular, deshecho en piezas. Es lo contrario, exactamente, de esa conocida del pasado a la que miramos con algo de condescendencia: inocente, parviña, qué poco sabías tú de la vida en aquel momento.

Podemos ser implacables, tolerantes, cariñosos con esa mujer que eras tú y sonríe desde la foto de una orla queriendo comerse el mundo, repleta de maquillaje ochentero y restos de acné. O la sonriente que lleva mochila y botas de montaña en un viaje por el centro de Europa. O aquella, también, que enviaba postales y cartas, recibía otras de amigos que no ha vuelto a ver pero que guarda en la misma caja de galletas de recuerdos dulces y alejados. Cambiaban las amigas en las fotos de cumpleaños,  empezabas a guardar también fotos de chicos que conociste y te conocieron, hay lugares del mundo que ya llevan un nombre de pila para siempre y sonríen o guiñan el ojo desde distintas esquinas del mapa que todos dibujamos en la cabeza.  Hablan y sonríen a la mujer que hoy ordena papeles y cosas en la cada vez más oxidada caja de galletas. Esta niña, aquella mujer, lo que seas en este momento. Mantengo con mi doppelganger de mi futuro inmediato una relación de cordial extrañamiento. Esta frase tan grandilocuente me la permito por millones de razones, entre ellas mi edad provecta y el hecho de que este blog sea gratis, no tenga publicidad, usted pueda irse cuando le dé la realísima, y yo estoy en mi día festivo. Lo de la edad provecta es verdad, una ya entra en una dinámica que ese futuro es imaginable a partir de las fechas de caducidad de yogures, bueno esto es un poco exagerado, digamos entonces que por cartones de leche o revisiones de la ITV. Esa revisión en la que acabas siempre pensando para tus adentros  «es imposible que hayan pasado dos años» y todos los tópicos sobre el paso del tiempo, lo bien que vivíamos antes, lo mal que viviremos mañana, etc. Pienso en los futuros en pequeño, en dosis abarcables para que se conviertan, paradójicamente, en un lienzo inmenso e infinito. Para que no me dejen abandonar mi asombro, o mi sorpresa, o, también,mi cabreo de antemano . De ahí la extrañeza que quiero guardar hacia esa mujer que seré, a la que ya conozco, pero que quizás me pueda sorprender. Por eso ya tengo cierta nostalgia de ella y de su futuro.

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