Anchoas y Tigretones

Hijos (6)

Steve McQueen and his daughter, Los Angeles, 1964— Imagen tomada de Vintage Point, en Facebook, copyright free.

Me acuerdo, sí, me acuerdo. Muchísimo, del olor a sopa desde las escaleras del segundo piso de la casa de mis padres. De los viejos carnets de biblioteca que mi madre guardaba, de las fotografías de cumpleaños, de los vestidos con manga globo y nido de abeja planchados con mimo. De las sorpresas y de los abrazos en el pasillo por cualquier motivo, de los cuentos y de aprender a hacer lazadas. De los libros de Cuchifritín y de los zapatos heredados de primas. Me acuerdo, como Perec, claro que me acuerdo. También de los castigos y las riñas, de los desencuentros, de las incomprensiones, de ser de otra galaxia antes de tiempo, de contar mitades y medias mitades, de no aceptar. Y una se acuerda de otros comienzos que, lapidariamente, hablan de familias felices o infelices en función de su libre albedrío y de las santísimas ganas que tengan en establecer una anarquía de afectos. Los hijos somos intrusos y guindas de pastel, somos una jirafa en medio de un palacio veneciano, un Conguito de chocolate blanco.  Y es tan nocivo el exceso de amor como la indiferencia. La familia viene en el pack, éche o que hai, pura lotería, puro azar. Y dentro de un círculo concéntrico de casualidades, no has nacido en Afganistán, no has pasado hambre en tu vida, no sabes lo que es la enfermedad. Y, dentro de esos parámetros, la mayor o menor felicidad es también una posible construcción estable.

Y dentro de toda esa verdad de las ficciones, está la literatura. Y muchas veces lees sobre hijos y familias, dramas, pérdidas, vacíos. Todo tan lejos y a la vez tan cercano. No lees, tampoco, sobre disciplinas y castigos. Lees sobre padres que se quedan e hijos que se van. De empezar el camino de la adultez y de comer soberbia a cucharadas, de pensar que te vas a comer el mundo y miras con displicencia el hogar familiar, el pueblo, la ciudad de provincias, de dónde has salido. Tú vas a ser de otro modo,porque tú eres mucho mejor. Y castigas el recuerdo de unas vidas que te parecen tan grises, con ambición de cenas frente al televisor y conversaciones de bar, con rutinas de paseos y calcetas, con celebraciones de cumpleaños y cambio de armarios en temporada. Qué poco cool te parece todo. Qué agresivo te vuelves contra esa falta de ambición y de coraje, con ese acomodo, con ese sitio tan reservado frente a la película del jueves. Qué condescendiente eres en esas vueltas a casa, qué poco han cambiado y tú cuánto has crecido. Qué poco saben ellos del mundo, lleno de oropeles y pose, qué poco, ellos, tan provincianos y escasos, tan poco abiertos a lo moderno. Qué crueles y desconsiderados, qué desagradecidos podemos llegar a ser. Y qué osados.

Hay quien vuelve a casa de los padres como refugio inevitable. Vuelves a tener dieciséis cuando casi vas a cumplir cincuenta, víctima de una realidad y un contexto que te queda grande y pequeño a la vez. Te alimentan y no preguntan, vuelves a escuchar el ruido de la cuchara en los platos a esa hora tan rara y ordenada, las dos de la tarde, mirando hacia abajo con vergüenza y sacando las púas. Que no te pregunten, que no te indaguen, que no quieran saberte. Aprietas los dientes y sigues adelante. Tu madre va a seguir en silencio, tu padre también, tu familia va a ser leve y tú vas a encabronarte. Con la extraña idea del triunfo que hemos mamado en los ochenta, soñabas con volver de otra manera. Sonriente, triunfador, dadivoso. Qué poco hemos comprendido del trabajo de los padres con nosotros. Y qué poco de que su preocupación por ti, su papel, es para siempre.

Leo tres historias totalmente distintas. Dos novelas, un cuento. La vuelta al hogar, el hijo que se encierra, la madre triste y silenciosa preparando comidas favoritas nunca agradecidas. La vanidad, la egolatría, la soberbia abofeteadas en la vuelta al pueblo, en el intento vano de escribir la novela del siglo,  en una tarjeta del INEM. En constatar que podemos ser crueles con nuestros padres y que nuestra bandera de subversión la hemos echado a lavar porque quizás apesta. O intentemos sonreírnos en el espejo intentando desterrar la nostalgia o abrazándola, para demostrar que tenemos memoria. Esa que nos hace reconocernos mejor en el espejo. Escribir y garabatear cronologías, plasmar los recuerdos, indagar. Caminar en silencio bajo el sol de agosto para sentir el silencio de la compañía de tu padre. Hilar un recuerdo de ese silencio que te acompañará toda tu vida y hará que así lo recuerdes.

Es muy posible que la historias familiares sean un género en sí mismo en la literatura. O la literatura, única y exclusivamente,sea un ejercicio de genealogía recreativa con los pertinentes aderezos de la retórica.

José María Conget  «Domingos de verano» Bar de anarquistas Pre-Textos, 2005   O de cómo una rutina de caminos en silencio establece el lazo, más que sólido, del amor.

Llucia Ramis  Todo lo que una tarde murió con las bicicletas  Libros del Asteroide, 2013  No hay que tener nostalgia sino memoria. Aunque sea una fuente de dolor, es la única forma de comprendernos.

Juan Soto Ivars  Siberia  El Olivo Azul, 2012   Me centro en un episodio concreto: la vuelta al hogar como forma, imposible, de expiación. La sombra de la culpa y sus muchas dimensiones.

Yo he venido aquí a hablar de mi blog y he escrito sobre hijos más veces: Aquí, aquí, aquí, aquí  y aquí. 

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10 pensamientos en “Hijos (6)

  1. tal vez otro día lea todos los «aquís».
    hoy me parece ya mucha miga para asimilar tan temprano. me lo parece. como hija ególatra y agradecida demasiado tarde. como madre (un poco menos silenciosa) preparando comidas favoritas, sabiendo. sabiendo.

    un saludo.

  2. Jake Finn en dijo:

    En una nota mucho más ligera, leí una vez un libro escrito por Bill Cosby, aquel cómico afroamericano, que dicen los cursis, que nos bendijo dándonos a conocer a Lisa Bonet en una de sus series de televisión. Ese libro supuso una isla de calma en unos momentos muy espesos para mí. Tan bien redactado como suele ser habitual en todos los estadounidenses con sentido del espectáculo (casi todos ellos, ¿verdad?), en él Cosby, a pesar de tener ya una camada de hijos, se preguntaba qué le había llevado a querer procrear.

    Más allá de los tópicos del impulso por perpetuar la especie y del símbolo de la comunión del amor de la pareja, en realidad no hay nada. Uno acaba preguntándose si el que probablemente sea el paso más serio en la vida, no será en realidad más que un capricho egoísta apenas meditado: el querer ver una versión en miniatura de ti correteando por ahí. Cualquier padre sensato se dará cuenta pronto, en el mismo momento del nacimiento seguramente, de que ahí hay un ser independiente y que se pertenece a sí mismo. Que no tenemos ningún derecho sobre la vida y el destino de nuestros hijos. Que su vida no puede ser vivir por nosotros lo que no pudimos vivir. Sólo podemos limitarnos a intentar no repetir los errores de nuestros padres e, irremediablemente, cometer otros nuevos, los nuestros propios.

    Sabes que lo has hecho bien cuando tu hijo te abraza y te consuela en los momentos en que lo necesitas. Y así tu hijo se convierte en tu padre y en tu refugio. Child is father of the man, según Wordsworth. Pues no hay derrota en volver a ser hijo, en regresar a los brazos de los padres buscando protección, siendo otra vez el niño que puede olvidarse que existen los problemas, que no sabe lo que son las responsabilidades, y que deja las cosas de los adultos a los padres. Porque, al fin y al cabo, lo único que queda de todo este galimatías, lo más triste, es que llegará un momento en el que sólo puedas ser padre porque ya no puedas ser hijo. Y entonces te sentirás muy solo y no tendrás a dónde ir.

  3. Tiene muy mala prensa la nostalgia, demasiada, diría yo. La mayor parte de las veces es un encuentro con uno mismo mucho más auténtico que cuando crees estar viviendo con plena consciencia y, en realidad, mueves un yo que no eres tú, un yo profesional, seguro, reforzado por mil lecturas y anodizado en un baño de brillante madurez… Un yo que parece haber salido de las entrañas de Isengard, creado ya adulto y que ignora o elige ignorar los hules sobre la mesa de la infancia, el olor a Joya o Varón Dandy, lo provinciano del suelo que pisarás toda la vida o el beso a la tía abuela. Yo uso el segundo yo para comer todos los días pero reconocerme exclusivamente en él sería vender mi alma y confío en poder mantener mi alma fuera del mercado hasta que, como todas las almas, pase de ser alma a no ser nada, o a ser un recuerdo en algunas personas.

    También se puede mirar uno en la nostalgia de cosas que no han pasado y que sientes como parte de tu historia. Esta nostalgia duele más pero no la cambio por el perfil aséptico sin historia y hablar de ella sería demasiado largo y demasiado personal.

    Y el exceso de amor, si es amor*, sólo es nocivo para el que lo siente, bueno, más que nocivo, mortificante. Lo que no es obstáculo para ser dadivoso y estar sonriente, sin triunfalismo.

    He disfrutado mucho con esta entrada, por lo que dice y por lo que despierta. Gracias.

    __________________
    *Sólo si es amor.

    • La nostalgia se interpreta siempre como forma de debilidad. Yo prefiero siempre, por eso, hablar de memoria. Quizás porque no quiera, en cierta medida, reconocer la propia debilidad…pero eso ya es otro debate. Muchas gracias por pasarse por aquí, como siempre.

  4. Magnífico artigo.

    Hai un refrán que di: «Un pai pra cen fillos, e non cen fillos pra un pai.»

    Os pais son a nosa única conexión coa vida, e a súa importancia vai medrando a medida que nos facemos vellos (e nos convertemos, nós, en pais) e nos decatamos de que podemos perdelos.

  5. A principios de novembro, ocorréuseme ir falar cun grupo de alumnas e alumos dun instituto. Quería dicirlles que, ao longo da vida, fun descubrindo cousas que me viría moi ben que alguén me dixese cando tiña 14, 15 ou 16 anos. Entre outras, que nós, os pais, chegamos a un mundo no que, para falar por teléfono con Bilbao, marcabas o nove nun cerello con disco, dicíaslle á telefonista da central ‘quería falar con Bilbao’, e, ao cabo dun pouco, soaba o teléfono e podías falar. Tamén utilizabamos papel carbón para as copias dos escritos, e as máquinas había que golpealas con dureza para que estampasen os caracteres.
    Temos moi boa intención, en xeral, pero a nosa realidade está noutra parte. Creo que os fillos parten de onde chegamos os pais.
    Bicos

  6. Pingback: Hijos (7) : la geometría rara y las tartas de cereza | Anchoas y Tigretones

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