Las trampas del lenguaje

Tomada de anglotopia.net
Yo quería hablar en esta entrada del lenguaje no marcado, de poner o no poner arrobas en los finales en o y en a. O una «x» y ampliar así el género hasta lo indefinido, de lo inclusivo (e inclusiva) y también de lo transgresor y lo reaccionario. Yo quería hablar aquí de categorías gramaticales, de determinantes y de correcciones. Yo, en realidad, vengo aquí a hablar por hablar. Porque me gusta la gramática y todas sus rarezas. Lo extraño y predeterminado de los puntos de articulación, la lejanía de los acentos extranjeros, del mundo que contienen las conjugaciones. Yo quería hablar de esto pero se me va la filología hacia la lengua bífida, que es mi favorita, porque lo bueno de despotricar es eso, que te quedas como Dios sin sentar cátedra, o sí, y a nadie le importa. Generar y recoger spam, o convertirlo en acción y reacción, eso es comunicarse y el que diga que no, no ha discutido en su vida. He dicho.
Yo venía, digo, a todo eso y se me va la tecla por la tangente. Porque, efectivamente, el discurso tiene estas trampas: comenzar hablando de una cosa y terminar con otra. El intento de Macguffin generalmente sale mal porque se nos ven las costuras como a los donjuanes endomingados, por no tener no tenemos ni engaños. A mí me gustaría llevar alfabetos en los bolsillos como el que lleva post-it arrugados, esas notas que haces para la compra y que luego no encuentras, y que reaparecen-oh, macguffin feliz-cuando sacas el vaquero de la lavadora y se han desintegrado en trocitos amarillos que quedan pegados a los calcetines y las sábanas. Y te pasas un buen rato pensando en qué has hecho mal para olvidar que ese salvavidas de la memoria, ese instante de papel tan infinito, hubiese quedado arrinconado en su importancia. Y sueltas un taco, un «coño» o un» joder» da igual: enorme, rotundo y que no te libra de despegar pedacitos de post-it. Solamente te libera y vuelta al tajo. Mi vida está llena de contextos con tacos. Abigarrados y enormes, tacos de discusiones de tráfico y de peleas con la impresora, tacos de todo tipo y condición. Íntimos y a solas, a veces descarnados,enfáticos casi siempre, divertidos en medio de un relato. Son lo que son, para el momento y para los momentos. Como decía Patty Diphusa: «No tengo ningún problema en ponerme en jarras y muy ordinaria si la ocasión lo requiere». Eso es todo: la ocasión. Una y nada más.
Resulta que hay quien dice por ahí que los tacos son cosa de hombres. A mí es que esto me huele a anuncio de Veterano y a garrafón de Varón Dandy. Me huele a regalar planchas por cumpleaños, que eso sí que es lo puto peor. Y sí, digo este taco,» lo puto peor» porque, como siempre, confundimos el culo con las témporas. Personalmente me desagradan los monólogos plagados de palabrotas porque son innecesarios: el taco, la gracia que tiene es que sea apropiada. Del momento, vaya. Y yo no sé si es que estamos simplificando todo tanto que identificamos la educación con lo pacato, la expresividad con la grosería y la sensualidad con los tacones de veintitantos centímetros. Lo que creo es que, desgraciadamente, nos estamos acostumbrando a no saber cambiar de plano : la que habla con tacos no sale de ahí y ese es su único registro, ese y no otro es el gran problema. Hombres y mujeres que hemos empobrecido nuestra forma de expresarnos hasta niveles rasos. Y nos olvidamos de lo fundamental: el contexto. La escritura en redes sociales es un ejemplo claro de todo esto. Y no voy a hablar de informes Pisa, de la escasa práctica de la lectura porque no me da la gana de sentirme Rottenmeier. Ni, muchísimo menos, Higgins. Y sí, creo que existe un lenguaje de mujeres como el de hombres, que existen los idiolectos y también la paranoia de considerar que la limitación ha de ser norma. Como dice Chris Rock hablando de la palabra nigger:» It’s not the word, it’s how you say it». El contexto deshace la literalidad. Igual que si yo digo que Menganita es una cabronaza y la tal Menganita es mi íntima amiga muy querida, de la que me congratulo que tenga tan buena suerte… ¿o no me congratulo?. Eso ya es otra cosa, claro.
La lengua es piel. Y un auténtico universo. Da igual que te pintes los labios para pronunciar un sonoro exabrupto o lo hagas nada más levantarte, enredándote en las legañas pijameras. Tu lengua es tuya y tu taco también (Inciso: yo, desde que sé que Obama nos lee y lo sabe todo, me ve como factótum omnipresente y todo eso, me pongo megarremona para escribir estas cosas). Y si no lo quieres, también. Pero no establezcamos polaridades de más y de menos en la sensualidad o en la educación. La vulgaridad puede ser divertida si no es norma. Es la diferencia entre la frescura y el chonismo lingüístico.
Pero, ya sabéis, yo empezaba hablando de trampas y de lenguajes, de alfabetos propios y de post-it en los bolsillos. Y encuentro uno que me recuerda la necesidad de escuchar más que de hablar, que tengo algún número de teléfono pendiente y que hay palabras, caligrafías y escrituras que necesito. Aunque cambien de registro, algunas voces, las fundamentales quieres que sigan en tu vida. A pesar de todos los silencios. Coño ya.
Hasta aquí mi opinión sobre el tema. Si alguien quiere leer, de forma sesuda y para establecer si existe o no un lenguaje diferenciado por sexos hay un libro que me gusta mucho:
Pilar García Mouton Así hablan las mujeres: curiosidades y tópicos del uso femenino del lenguaje La esfera de los libros, 2003.
Los que tenemos mala memoria tenemos la necesidad de anotarlo todo en papelitos que nos recuerden nuestra lista de tareas, las dosis de las medicinas que tomamos, las mujeres que una vez amamos y por qué. Tenemos así la casa llena de post-it, la puerta de la calle cubierta de notas con lo que tenemos que coger antes de salir, los bolsillos atiborrados de ideas de cuentos que alguna vez escribiremos y que se van deshilachados entre el agua y el jabón de la lavadora. Si además de mala memoria tenemos poco apego por el dinero, también olvidamos algún billete en el bolsillo del abrigo que recuperamos al año siguiente cuando sacamos de nuevo la muda de invierno. La pérdida de nuestras anotaciones implica perdernos a nosotros mismos, perder nuestros recuerdos y, en cierto modo, perder lo que conforma nuestra vida. El hallazgo feliz de un billetito arrugado, de unas monedas sueltas entre la ropa es algo mucho más vacío. Un mero relleno que gastamos inmediatamente o que guardamos con el resto del dinero en un maremágnum indistinguible y del que nos olvidamos apenas ha salido de nuestras manos.
Las expresiones malsonantes también son encuentros fugaces, casi se nos caen de la boca y resbalan entre el resto de la frase sin significado, prontamente olvidadas. Son la mano en la rodilla que apoyamos descuidadamente y sin advertirlo para subir un escalón más. Acudimos a expresiones sonoras, rotundas, cuya misma definición nos llena la boca. Tacos. Palabrotas, decimos. Gros mots, les llaman los franceses. Four-letter words, palabras de cuatro letras, dicen los sajones, mucho más distantes. Y yo, que me siento un extranjero con mi propia lengua y me aproximo a ella como si fuera a quebrarla, procuro no decirlos porque me encuentro falso, impostado, como un niño resabido o un gracioso con pocos recursos que apela a la risotada cutre y salaz. Pero, ah, eso sí, cuando hablo otro idioma me dejo llevar por mis instintos más barriobajeros. Porque es entonces, al fin y al cabo, al emplear un lenguaje que no es el mío, cuando me veo desde fuera, cuando soy capaz de decir cualquier cosa porque me parece que lo esté diciendo otra persona. O tal vez sea entonces cuando más soy yo mismo, que vaya usted a saber.
Usted lo ha dicho: somos más nosotros cuando asumimos cierta impostura. En otra lengua vestimos otra piel, somos nosotros con careta de Carnaval, es el seudónimo, el libro que ponen delante los dos estudiantes en la biblioteca así, de pie sobre los apuntes para darse un beso furtivo y glorioso. Yo casi no uso post-its, me he resignado a que la buena memoria me habite de siempre. Otra cosa es el sempiterno despiste, el llevar la cabeza en otro lado. Durante mucho tiempo aguardaba el cambio de estación para encontrar algo en los bolsillos del invierno. Nunca encontré lluvia, sí algún teléfono al que debería haber llamado, muchas chinchetas clavadas en mapas de tiempo: aquella entrada del cine, el ticket del supermercado, un clip con el que abracé apuntes o escrituras, monedas escondidas.Generalmente lo que llevo encima es lo que tengo. Y lo mismo pasa con el lenguaje que utilizo. Es mi piel, nada más. A veces más oculta, a veces más al aire. Depende de las ganas que tenga de esconderme.
Yo jamás me he olvidado de algún hombre al que haya amado muchísimo.No necesito anotar su nombre.
que tonteria…
Ya ves.
Vou deixar dúas mostras que ilustran este interesante post:
1. Berlanga: ‘Si le preguntas a Azcona, te va a decir que soy un hijo de puta con ventanas a la calle, pero si le pido un guión, va a venir’.
2. Un amigo que me contaba a súa discusión conConcello por unha licenza para unha actividade: ‘O follamos todos, o la puta al río’, e engadiu un retrouso moi utilizado por el, ‘No sé si me entiendes’.
Bicos!
Jajajajajajaja, boísimas as dúas anécdotas!! Exacto, iso é, exacto. Grazas por pasar.
A pleasure!
No tengo twitter ni facebook, así que juzgo todo esto desde fuera…
Veo a la gente cada vez más infantilizada con esto de las redes sociales. Cuando in illo tempore te puteaba tu jefe en el trabajo o te aburrías o te caía alguien mal, te lo guardabas para ti y/o lo comentabas con tu familia y amigos/colegas de trabajo. Era tu válvula de escape: la solidaridad.
Ahora, si no te gusta el peinado de la presentadora de un programa que ni siquera te gusta (pero que ves), vas a twitter y la pones pingando llamándola «puta», etc. Y lo mismo con tu jefe cabrón o con ese profe aburrido. Y todos lo tienen que leer.