¡Viva Caitlin Moran!

Imagen tomada de versindaba.co.za. (sin créditos)
Ya dije hace mucho tiempo que no sé hacer reseñas. Quiero decir, no sé hacer reseñas como hacen los reseñistas profesionales: tragarse cualquier cosa, explicar o enumerar una serie de valores (se supone) implícitos, diseccionar párrafos, poéticas y estilos. O a lo mejor eso es de lo que se trata: escribir una reseña es situar un artefacto literario debajo del microscopio, observarlo con distancia y curiosidad de entomólogo, no sé si me entienden. A mí, en realidad, lo que me interesa es hablar de lo que me gusta y de lo que no, lo demás son penas relativas a la filología y no a la lectura. Pero del riesgo de la empatía, de los polisistemas y demás, hablaremos en otros blogs, otras voces o ámbitos, otros niveles cero de la escritura. Otras zarandajas.
Una está enamorada completamente de Caitlin Moran. Si dan una vuelta o googlelean estos mundos digitales, encontrarán un montón de referencias a Cómo ser mujer. Y todas, desde luego, infinitamente más sesudas que lo que yo voy a comentar. Me gusta la señora Moran por miles de razones, pero la fundamental es que me he reído un rato largo leyendo su libro. Y no, no estoy viendo un mal programa de chistes de los que proliferan en la TDT. No. Estoy leyendo a una mujer que, simplemente, se parte no solamente de sí misma, sino de la grandilocuencia de algunos discursos sobre cuestiones de género (no el gramatical, ese es otro) a partir de la anécdota, de tomarse tan en serio lo que dice que lo cubre de la intrascendencia necesaria como para que te haga reflexionar una y mil veces sobre cuestiones que sí son denigrantes. El capítulo dedicado a la industria montada alrededor de la entronización de la juventud que hace que miles, millones de mujeres se vean a sí mismas como unas perdedoras en lucha constante contra la edad es contundente: se hace por miedo, y todo ello hace que parezcamos unas cobardes. Y eso, como ella dice, es lo ultimísimo que somos (lean, por favor, la comparación entre esto y la dignidad que tiene una drag). Señala también lo gratuito de las críticas al cabaret que ella adora (LA QUIERO POR ESTO AÚN MÁS), aunque sí hay críticas, duras y legítimas, hacia los clubs de streptease, y un discurso interesante, de dos orillas y con dos capítulos complementarios «Por qué debes tener hijos» y «Por qué no debes tener hijos», porque vivir la maternidad (o no) no te hace ni más ni menos mujer. El retrato que pinta de su familia y de sus años de adolescencia en un suburbio inglés hace que los Freak Brothers parezcan un post de The sartorialist. Es todo muy lumpen, disfuncional y a la vez normal, de una clarísima vocación autodidacta (¡esas bibliotecas públicas británicas, madre mía, qué monumento merecen!), muy grunge y también muy brit. Pero, sobre todo y por encima de todo: muy divertido, muy disparatado y sin gramo de sofisticación ni de drama. No es Las cenizas de Angela a lo feminista : me recuerda más a la mítica The young ones. Pero lo bueno de la lectura del libro de Caitlin Moran es que es cero televisiva pese a ser crítica de televisión: me explico, no podríamos encontrar ningún perfil «a la Dunham» o, mucho menos, » a la Bradshaw» (no me la imagino, ni de coña, poniendo carita de zapato abandonado). Está lejos de un icono para, quizás, convertirse con el tiempo en uno. Pero no: no es una mujer que odia a las demás. Todo lo contrario.
Es una señora que cuenta cómo las mujeres hemos cometido, (sí, en plural, hemos cometido) errores garrafales en nuestro histórico camino conjunto, cómo, también, ella ha tenido que superar injusticias y machismo omnipresente en sus primeros años de vida laboral: ese machismo sesgado y lento, tan conocido por desgracia, alimentado en muchos corrillos y tan participativo alrededor de fotocopiadoras, máquinas de café y grupitos de fumadores y fumadoras. Y también metió el zueco. No es una heroína. Y lo mejor de todo: no me da la charla ni me culpabiliza por seguir según qué modelos de belleza (ay, Naomi Wolf, cuántos crímenes se cometen en tu nombre). Yo, qué quieren que les diga, me imagino a Catilin escribiendo y a la vez comiendo galletas de queso y siendo feliz con lo que hace o, al menos, intentándolo. Porque, prescindiendo de algunos discursos presentes en el libro y que ustedes descubrirán, nos alejamos por completo de las «señoras graciosas que escriben libritos de risa o hacen cositas graciosas, qué majas ellas» (véase este artículo Señoras que hacen ja ja). Es una mujer divertida e inteligente y que no tiene que ver, tampoco, con ese discursito pseudoprogre de la maternidad «über alles», del ascenso en el trabajo «über alles», de la hipermilitancia «über alles» (el chapurreo germano es mío). No: se sube a una silla y como ella dice: «Hay que gritar soy feminista» (lean el capítulo 4, por su bien). La Moran es deslenguada pero no pretende escandalizar a nadie, (¿o sí), a no ser que no hayas mirado a tu alrededor y hayas variado un poquito de registro. Es caústica y tierna a la vez (Dios de mi vida: Puso «Ask» de los Smiths en su boda, isn´t she ADORABLE?). Esta tía te dice, mirándote a los ojos, que estar buena está muy bien y mola, pero que si te aprovechas de ello estás haciendo el juego a los «über alles» machistas y te conviertes en un «gobierno de Vichy con tetas» (sic). Porque, eso sí: tetas, culos, masturbación, cuerpo, hay a punta pala. Y amor. Y sexo. Y entrevistados interesantes a los que tuvo ocasión de conocer de los que ofrece un punto de vista distinto.Reflexiones realistas y exentas de victimismo, aunque leamos cosas realmente dramáticas. Mucha cultura trash, muchísima, mucha cultura musical, mucha tele y mucho leído y por leer. Referencias que demuestran que conoce, y bien,al feminismo «comme il faut», y no solamente por pasar de largo frente a ese anaquel de la biblioteca o ponerse alguna chapita en la solapa. Hay, también, una reivindicación de otra forma de porno, que yo leí inmediatamente después de haber leído este artículo de María LLopis El porno que nos merecemos y que recomiendo encarecidamente, porque les dará qué pensar, especialmente si discrepan :-).
Claro que el libro tiene resbalones. Descúbranlos. Pero yo creo que una se lo pasa bien. Y no, no caigo en la trampa de decir que me siento identificada ni nada por el estilo. De eso ya se ocupan los hagiógrafos de Almodóvar (para que a algunas se nos abran las carnes, claro). Pero estemos o no de acuerdo, es un agradable tirón de orejas, una cerveza de viernes después del trabajo, una llamada de atención, una pintada en tu portal. Y es que, es verdad, hay cuestiones que tienen que ser abordadas remangándose. Aunque, a la hora de la verdad, seamos una pandilla de pijas occidentales que no tengamos en cuenta la situación de otras mujeres en el mundo, o en la oficina de al lado, o en la cola del INEM o aletargadas en su casa o, también, en eventos multitudinarios en los que seguimos siendo muy pocas. ¿O sí lo tenemos en cuenta y no hacemos o decimos nada?.
Caitlin Moran Cómo ser mujer Anagrama, 2013. Traducción de Marta Salís. Recomiendo también que sigan a la señora Moran en Twitter.
Paréceme o momento. A desorientación na que andamos os homes pode aclararse, se alguén encontra o seu sitio no novo espazo, e chegamos a un porno conxunto.
Bicos
Ay pero qué no reseña tan maravillosa! Tengo una pregunta (de pedorra). Por lo que entiendo la has leído traducida? En inglés ya tiene que ser brutal no? La pregunta sería: alguien se la ha leído en inglés y considera que es accesible y merece la pena? O mejor me dejo de gaitas y me la leo en esta traducción que parece que es muy buena? Las bibliotecas públicas merecen un monumento, sin duda, y las traductoras otro, que aunque sale su nombre nunca se llevan el crédito que merecen.
Una gran alegría verte por aquí. Pues, efectivamente, la he leído traducida por Marta Salís, no incluí el nombre de la traductora al pie. Corrijo y me tiro de orejas virtuamente 🙂 Me regalaron el libro y lo compraron aquí en librería «física» en la que,supongo, no había edición en inglés que, al menos, yo habría intentado. Pero aseguro que la traducción no me ha chirriado en ningún momento…y sí, monumentos a las traductoras y a las bibliotecarias por amor de Dios. Me acuerdo también del libro de Winterson del que hablé aquí también y su homenaje, enorme, a las bibliotecas públicas, ese aprendizaje tan edupunk. En fin: millones de temas de los que hablar. Gracias por pasarte por aquí.
Traio aquí a visión de Jonathan Dunne verbo da tradución: el opina que a versión boa é a traducida, onde unha visión externa e con sensibilidade rectifica os erros do orixinal e dálle unha nova vida. Amais, cre que a función da escrita é o intercambio, e a tradución, nese sentido, dálle unha forza enorme.
Bicos
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