Empatía y olvido

Texto de John Donne en el Pinelawn Memorial. Imagen tomada de http://www.shunammite.com/idea/?p=510
En los años de la soberbia, llevabas una lista de lecturas que tenías que ver, al menos que hojear, que saber que existían. Volúmenes que palpabas en la biblioteca con cierto nerviosismo, con la buena o mala idea de que la literatura-cualquiera que habitase en un canon universal escrito por un teórico- tenía que ser leída en diagonal, olisqueada, al menos intuida. O poder hablar de ella. Llegabas a Hemingway, por ejemplo. Y todo lo que rodeaba, o había rodeado al escritor de jersey de cuello alto y barba redonda, de señor suicida cantando el «Pobre de mí» y abuelo de esplendorosas modelos, era al inicio de una novela, una cita que hablaba de islas y pedazos de continente, de que somos parte de algo, que las campanas no doblan solamente por uno sino por todos. Daba igual que no leyeses al americano, por mucho que un personaje de Javier Cercas se empeñe en convencernos de que la displicencia con Hemingway es un gran detector de idiotas. No lo sé: lo que sí sé es que era grande escogiendo paratextos.
A mí aquella cita de John Donne, aquel redoble de campanas, siempre me ha hecho pensar en la empatía. Dice el diccionario de la RAE que la empatía es «la identificación mental y afectiva de un sujeto con el estado de ánimo de otro». Sentirse parte del dolor de otros, por ejemplo, me parecen palabras mayores. Sucede una desgracia mayúscula y nos aterra ese desgarro al que asistimos como espectadores u oyentes. Un tren descarrila, empieza una cifra mortal, confusión infinita, lo vemos en la televisión y la pantalla nos protege, somos empáticos por minutos, somos buena gente porque lloramos el dolor de los otros, porque valoramos nuestras lágrimas como el que más, somos buena gente que lloramos y nos compadecemos. Nos emociona conocer detalles de las vidas de los fallecidos, sus nombres propios, a qué se dedicaban, a dónde iban. Paso de puntillas por las fotografías innecesarias, por la justificación informativa absolutamente banal y ofensiva, por la guerra para poner rostro a un verdugo o verdugos. Encendemos velas, guardamos silencios de respeto, escribimos cositas en las redes sociales. Las intervenciones afortunadas, aquellas que lo son menos. Me quedo, única y exclusivamente, con el dolor. Ese dolor de los otros : familias, parejas, amigos. Dolor cercano y de lejos. Las cámaras, los periodistas se van. Se queda, para siempre, la toponimia que da escalofríos al mentarla, las sillas vacías en el comedor familiar, el drama, también, de los que sobreviven. Y de los que habitan en aquel lugar, los que pusieron sus manos, sus mantas y su tiempo. Los que fueron porque quisieron ayudar de cualquier modo.
Han pasado días, dos semanas, creo. Escucharemos mucho más sobre seguridad, sobre tristezas, sobre las culpas. Se hablará de ogros y de política. Seguiremos con el oxymoron de las biografías anónimas : todas tienen autoría. Las flores se marchitan, las velas van apagándose. Y nos vamos disolviendo pacíficamente, cada uno en una dirección, camino de nuestras propias muertes. Los escalofríos son efímeros porque nos han tocado de lejos a los observadores.
La empatía tiene fecha de caducidad. La solidaridad, no. O no debe tenerla. El tiempo es lo que convierte una en otra. Eso creo que quería decir John Donne.
Inoportuna, maleducada y totalmente en contra del colofón: la empatía no tiene fecha de caducidad porque se renueva en el recuerdo, podríamos decir aue en el sentimiento. Es la solidaridad la que se nos cansa. Claro que yo no considero empatía eso de «nos emociona conocer detalles de las vidas de los fallecidos, sus nombres propios, a qué se dedicaban, a dónde iban», eso es cotilleo y morbo, la empatía es ese vuelco en el estómago al saberse -por ejemplo- pareja de una mujer que falleció en ese tren y eso, si sientes verdadera empatía, siempre ocurrirá.
La empatía , al menos para mí, es momentánea, dura más o menos, muchas veces en función de la exposición a la misma que tengamos. Del mismo modo que puede confundirse con cotilleo, morbo o, incluso, con el aliento al plañiderismo vacío. Sentirse solidario es otra cosa, para mí, de mucho más calado. Y digo sentirse cuando, en realidad, debería ser «ser solidario»: que el sentimiento no caiga en el olvido. Gracias por el comentario y por pasar por aquí.
Muchas veces llamamos empatía a la mera compasión, una emoción contra la que no tengo nada pero que es a la primera como el cariño al amor, un grado inferior y quizá con distinta raíz de algo que parece muy similar. Uno disfruta de amigos a los que tiene cariño y quiere a otros, quizá pueda explicar el porqué del primer sentimiento pero es imposible explicar el del segundo si es auténtico. La empatía es seria, sincera y difícil; sobre todo, difícil. Es un don innato que puede desarrollarse pero que tendemos a reprimir para no sufrir demasiado. Si los periodistas y supuestos periodistas que cubrieron la noticia del tren la hubieran experimentado jamás habrían salido a la luz ciertas imágenes o informaciones que causaban miedo, horror, pero no despertaban empatía.
La solidaridad, mera acción fuera del rango emocional, necesita fundamentarse en estos sentimientos y será más beneficiosa, más oculta y efectiva, cuanto más esté motivada por la empatía. Es, por definición, racional y temporal aunque puede ser sublime.
solidaridad.
(De solidario).
1. f. Adhesión circunstancial a la causa o a la empresa de otros.
No se lo creerá usted, pero me está dando la razón. En cualquier caso, yo creo que la empatía aborda muchos más aspectos y no todos negativos ni reducidos a la mera compasión. La empatía es el proceso inicial, estoy de acuerdo, pero no reducida a los aspectos más banales, que es de lo que yo hablo. En cualquier caso, reitero el agradecimiento por pasar por aquí.
El anterior comentario es el de un cansino, me doy cuenta ahora. Borradlo si os place. Fin de la cita.
Jajajaja, qué va. Mola mogollón, hay que darle vidilla a los blogs y las definiciones, claro que sí. Los blogueros son muy suyos, ya lo sabe usted. Fin de la cita 🙂
A min dóeme que haxa quen tire o accidente á cabeza do rival. Loitas de poder, oportunidades de subir ao estrado.
Bicos
En un comentario ya extemporáneo (hay que ver cómo envejecen nuestras palabras en esto de los blogues) quiero precisar que si le daba a usted la razón algo debí hacer mal porque lo que yo quería era discutir violentamente. Que se sepa.