Anchoas y Tigretones

Archivo para el día “abril 28, 2013”

En un cuaderno Moleskine (26): murciélagos y pajaritos

Leo en el cuaderno:

«No, lo de hoy no son desvaríos teóricos. Lo de hoy es un poco lo de siempre, lo de nunca. Pocas conclusiones, mucho retazo y apunte, ese calor de la línea que te lleva a seguir hacia adelante, sentirte un poco hamster en tu jaula de círculos viciosamente concéntricos, en esa nada desaprendida, en el devenir plegado como papiroflexia que hace coincidir lunes, martes, la x en el medio, el jueves, el viernes y la tregua de un fin de semana que es más bien una excusa para no rellenar los cacitos de plástico del alpiste y el agua.  Leo cosas, fumo cigarros, tomo autobuses y cambio bombonas de butano.  Dos días a la semana castigo mis grasas con un ejercicio medido y metódico, de cincuenta minutos. Cocino y friego platos. Amo en alto y en silencio. Y, sobre todo, cierro los ojos para escuchar una voz que es para mí la única. Enlato recuerdos y congelo lentejas cocinadas lentamente. Y leo cosas. Sobre todo, leo lo que no leo, lo que no está en algunos textos, están por encima, por debajo o en el post-it de las neveras de otros. Lo que lees de soslayo, lo submarino, hace que entres mucho más de golpe en una casa que es la tuya.

Yo he empezado a leer a Robert Stone, Hijos de la luz. Y me quedo quietecita, como haciendo unos deberes urgentes de melancólico recuerdo angelino, de alcohol y alguna que otra lisergia diferente, pero también de amores sepultados, de un dramatismo vehemente a veces y contenido otros, de olor a habitación cerrada y resacas con sol abrasador afuera (¿hay algo más horriblemente incómodo que estar pasado de vueltas queriendo no salir de tu habitación y saber que el mundo rueda bajo un sol de justicia en un indefinido «ahí afuera»?).  Y amores, y cosas que no cuento porque ojalá leáis esta novela y ojalá os deslicéis por esta prosa. Y llego a un momento en que Walker (que me encanta ese nombre, pardiez) habla del juego de Murciélagos y Pajaritos, al que jugaba con alguien que es, creo, el auténtico personaje de la novela, esta que leo y que aún no he terminado.  Si aguantas con la cabeza intacta, sin derrumbarte, una mala noche hasta que canten los pájaros, eso es Pajaritos. Si no, es Murciélagos. Básicamente es así, aguantar sin que te pete la cabeza. Nosotros, de niños, teníamos un juego al que llamábamos «Lo peor». Se trataba de ir diciendo barbaridades, una tras otra, a cuál más escatológica y cruel, crueldad infantil, amoralidad baja en calorías y en años, hasta que a alguien le atacaba  no sé si decir la sensatez o el pánico, el susto o el temor a algún improbable castigo divino, o, incluso, el miedo al propio yo. Y esto, el miedo al yo, el reivindicarte como bomba de relojería-pero sin performance Bukowski- es lo que más me gusta de lo que leo de Stone. El saber que uno puede venir ya extraviado de fábrica, que tu capacidad de joderte la vida es autónoma y real, pero que a veces ya has pasado, aceleradísimo,  algo más que una noche viajera.  Yo estoy pasando una época en que pido pajaritos, pero todo a mi alrededor pide murciélagos.  Y casi me dan ganas de balancearme cabeza abajo en una cueva.

Pero hemos comenzado diciendo que leemos un poquito en diagonal y es cierto: somos de paratextos o de cosas que no están dentro. Y mi escasa disciplina como lectora hace que nunca lea antes las reseñas ni nada de nada, me voy al tomate directamente y lo demás ya vendrá en otro momento. Y claro, a mí Stone me recordaba a alguien sin recordármelo. Y esta vaga idea estuvo flotando en mi lectura un rato, sin más, hasta que cierro de golpe el libro y, buscando algo para señalar me digo: la solapa, la solapa siempre está ahí. Y voilà, la música del azar azaroso. Robert Stone fue alumno de Wallace Stegner en Stanford. Stegner, delicado e incisivo como una lámina de cristal, exquisito y melancólico, exacto, certero y con un torbellino contenido en su prosa. Tan diferentes y tan cercanos.  No sé cómo serán las escuelas de escritura creativa. No tengo ni idea de las influencias o de las recetas. Pero es extraordinario que se me parezcan tanto, sin parecerse en nada, dos autores tan diferentes.  Como los murciélagos y los pajaritos, por ejemplo.»

Robert Stone Hijos de la luz .Traducción de Inga Pellisa. Libros del Silencio, 2013

Wallace Stegner En lugar seguro .Traducción de Fernando González. Libros del Asteroide, 2009.

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