To blog or not to blog
Para Fran Lara
Las líneas en un blog puede que no sirvan de nada. ¿Es un blog un auténtico diario? ¿Es un registro de realidades o de imposturas? ¿Hay una ficción coherente, se encuentra una voz, se materializan esos dietarios, ese «diario ínfimo» del que hablaba Umberto Eco? ¿Por qué inauguramos espacios con nombres y fotografías, contestamos comentarios, desperdigamos algún que otro desencuentro, abrimos los grifos de la polémica, el canal de Panamá de la exhibición, la puerta señalada con una equis enorme de los malentendidos? No tengo una respuesta, quizás porque sí, simplemente. Los juntaletras pueden ser todos narcisistas y autocomplacientes, es posible. Las líneas escritas, sean con una pluma muy decimonónica o con la sintaxis desconocida de los htmls, está ahí para rehacerse en un nueva creación, con recepciones e interpretaciones abiertas, tantas como lectores. En lo que se escribe dentro de una pantalla, para ser leído allí, lo es quizás también para que se deconstruya con semánticas totalmente ajenas al ser recuperadas, sin contexto y de forma aleatoria, por un buscador de internet. Una vez que salen de aquí, las palabras, los sentidos, fluyen y se multiplican. O se quedan en nada si no encuentran receptores. Sobrecoge un poco pensar en la orfandad de miles de palabras hiladas sobre un lienzo digital, perdidas en una vorágine extraña, pasando por tamices y embudos, diluyéndose sin remedio, sufriendo las metamorfosis de la reinterpretación y la pérdida de sentido original (el autor, oh, el autor). Pero es un principio de la teoría literaria, y como ya he dicho muchas veces, los teóricos, qué duda cabe, se ponen más estupendos que los blogueros. Porque ellos lo valen, eso sí.
Cuando una reflexiona sobre estas cuestiones es inevitable, como parte implicada, pretender justificarse o, incluso, defenderse. ¿De qué? ¿Tenemos que establecer baremos de lo más o menos narciso, de lo más o menos autocomplaciente? ¿Más o menos que liarse en una red social a construir un personaje de vida excitante y supercool casi siempre a partir de lo que no eres tú: tus hijos, tu comida, tu viaje? ¿Es más o menos legítima tal o cuál máscara, esta o aquella construcción? ¿Eres más o menos insegura o necesitas más o menos el refrendo popular que los tuiteros de cabecera, los temidos, los odiados, los venerados, los gurús? ¿Eres una nerdy un poco trapalleira o es que no tienes dónde contar estas chorradas? Pero tú, bonita, ¿quién te crees que eres escribiendo esas cosas y dándolas al mundo? ¡Pero si no te lee nadie, si nadie te conoce! ¿Te merece la pena seguir ahí, ver cómo caen tus visitas, tus comentarios, tus menciones? Y además, si lo hicieses tan bien, escribirías otras cosas, ¿no? ¡Deja de ser una escritora de juguete y escribe una novela de una maldita vez, que te pongan bien a parir y ya verás cómo se te quitan las ganas y la tontería esta de la escriturita digitalita! (Todo este párrafo anterior yo lo imagino poniendo yo carita de Oliver Twist alargando el cuenco y pidiendo más comida, recibiendo la respuesta que todo el mundo sabe y que no vamos a repetir. Mezclando un poco, conviene poner cara de tontaina pasivo agresivo y decir, también, lo que ya todo el mundo sabe: I would prefer not to. Y sublimar la pastichada, que para eso esto es un blog).
¿A qué viene todo esto a cuento? Pues a que, pensando mucho sobre el tipo de lectura que hacemos en el mundo digital, un blog sí puede ser muchas cosas además de un pretendido y gratuito autobombo (si es que lo es, que yo, personalmente y en fase expansiva, digo que no). Nace y crece, se reproduce e, inevitablemente, muere: pero cuando a ti te da la gana, no cuando cambia la política de una plataforma o de una red (Lorena Fernández, Honorio Penadés, os devuelvo la pelota aquí :-)). Puede ser un espacio de debate, de conocimiento colectivo, de creación, de diarios y de semanales. También, es cierto, puede ser uno de los múltiples lugares en los que se refugian algunos mamporreros. Pero hay muchos más mamporros, y no gratis, en la prensa tanto del régimen como del movimiento, así, en minúsculas. Yo es que hago esto, qué le vamos a hacer. Y me paseo por los barrios digitales porque de ellos aprendo mucho, o no, simplemente me divierto, que no me parece ninguna simpleza. Y muchos, muchísimos, cuadernos de la red forman parte de mi historia, no solamente aquí, sino allí y allá, de este lado y del otro, de lo que empieza en la pantalla y en lo que termina. Y echo de menos-y esto, Fran, sabes que es para ti-la escritura de muchos blogueros a los que he leído con admiración y respeto. Y que, sin duda alguna, forman parte de mi minúscula historia en la red, a los que sigo y añoro. Y que, ojalá, vuelvan.
Hoy es 14 de abril. Viva la República Independiente de los Blogs.
No descubro nada nuevo si digo que internet ha democratizado la escritura. Ahora cualquiera puede lanzar a la cara del mundo la más peregrina ocurrencia que se le atraviese. Publicar es fácil y, prácticamente, gratuito. Lo que no anula, sino que probablemente acentúe, el miedo a la página en blanco. A ese vacío primigenio que exige invocar de la nada una nueva vida, pues escribir siempre se me ha antojado un proceso similar al embarazo y el parto, se unen las dudas de para qué hago yo esto.
La mayor parte de las veces me conformo con escribir en mi cabeza. Desarrollar una idea minuciosamente, imaginar situaciones y diálogos y llevarla a buen puerto. Sentir que he creado algo evanescente, pero valioso, hace que para mí ya haya cumplido su función. Crear es una necesidad y sacártelo de dentro, otra vez como en un parto, es aún más necesario o acabará por enfermarte. Publicarlo o no es accesorio. Responde más bien al prurito de ver tu “obra” en blanco y negro en otro sitio que no sean los mustios papeles de tu casa a pesar de que siempre cargues con la duda de que, digas lo que digas, ya lo ha dicho alguien antes y mejor.
Esa democratización de la que hablaba antes también lleva a ser aseteado por punzadas de envidia. Al ver cómo fulano, que hasta habla con faltas de ortografía, que me copia el estilo, que no dice más que bobadas, es inundado a comentarios y visitas, respondemos con una pataleta infantil olvidando que este es un mundo virtual, endogámico y viciado. Nos creemos que somos alguien en este movimiento circular de amistades y contactos cerrados. Y no, el mundo no nos debe nada, no nos merecemos más que los demás.
De la furia desbordante al hastío hay un paso muy pequeño. Del desprecio ante el nulo mérito que pensamos ver en el que cuelga una cita, una foto, la letra de una canción, de la indignación que nos produce el que un talento cegador escriba día tras día sin que nadie más parezca verlo, al cansancio y la sensación de futilidad se pasa con un displicente chasquear de dedos. Porque, al fin y al cabo, todos necesitamos que nuestro esfuerzo sea reconocido, ya sea reponiendo las estanterías de un supermercado o creando mundos alternativos. Y cuando eso no llega es sustituido por un “no me merezco esto”, “vosotros no me merecéis”. O mejor aún: “no me importa”.
Escribir sigue siendo escribirse. Para uno mismo. Construirse mundos que no existen. Aunque sea conjurarlos dentro de nuestra cabeza para, de nuevo, saciar esa necesidad simplemente inventando por puro placer, por la felicidad que nos produce. A nosotros y a nadie más. Somos contadores de historias, esa es nuestra función, las lanzamos al viento por el mero goce de ver las hojas de papel revolotear por encima de nosotros. A mí, por ahora, con eso me basta. Dicho lo cual, una vez que ya he manchado la blancura perfecta e infinita de un post como este, pienso que quizá hubiera sido mejor dejar esto dentro de mí una vez más y limitarme a decir gracias.
Yo sí que me siento ahora como dejando una rosa blanca sobre un piano blanco. Pero bueno, vamos al lío. Sí, es cierto: internet ha democratizado la escritura. También que prolifere el spam y se trata, muchas veces- y viva Perogrullo- de encontrar a lo mejor no lo que quieres, pero sí lo que necesitas (seguimos citando, as well). Yo no escribo para mí, escribo para que me lean, cosa que, como tú y yo sabemos, no sucede ni muy a menudo, ni de forma regular. Si escribiese solamente para mí seguiría llenando cuadernos, cosa que hacemos tú y yo todos los días. Yo me refiero más al «deseo de ser piel roja», al «porque me da la gana», a un punto de resistente chulería, casi macarrismo, que hace que sigamos aquí. No cambio el mundo. Simplemente hablo de él. Y me da la gana de decir que porque quiero hacer esto. Pero es que yo no sé si escribiré o no algo más. Si rellenaré espacios, si publicaré novelas, si el año que viene estaré avergonzada de haber escrito esta misma respuesta. No tengo ni idea. Y cuando digo «para que me lean» no pongo ni números ni rostro a esa posible audiencia. Sé que hay quien visita el blog regularmente porque me lo dice o porque comenta algo. Y comprendo, ya lo hemos hablado mil veces, todo lo que dices: el desánimo, la desgana, la envidia y el cabreo. Pero yo sigo mirando hacia las líneas y escuchando lo que me decís algunas personas. No sé si eso me hace mejor bloguera, escritorcilla de tres al cuarto o peor persona. No lo sé. Es lo que hace que siga aquí y eso, de momento, me llega.
Y que tenga que ponerte en una dedicatoria para que vengas aquí…anda que ya te vale, misántropo de mierda. 🙂
Quizá la recomendación de Eco («El autor debería morirse para allanar el camino al texto») sea demasiado radical, aunque en algunos casos -no el de Sigrid- nos libraría de sufrir posteriores «creaciones». En cuanto a la literatura de los blogs, no sólo es válida sino que terminará creando un género propio (quizá lo está haciendo ya) no por la alteración de contenidos sino de la función narrativa: romperá la cuarta pared o el principio de autor.
Hoy es 14 de abril, viva el décimo aniversario de la completitud del genoma humano.
Umberto Eco es un cachondo y tiene toda la razón. Pasa con algunos autores lo mismo que dice mi padre del fútbol: me encanta lo que pasa en el campo, odio todo lo que pasa fuera y que tenga que ver con entrenadores, vida social, o no, de los futbolistas, la pasta que mueve, etc. Bueno, no soy escritora, mi vida es mía y hasta ahí estoy a salvo.
Lo de la literatura en la red sí que da para mucho más, dear blogtrotter, de lo que imaginamos. ¿Equivalente a la literatura de cordel? Bua, qué va, eso sería pretencioso. ¿Un nuevo género? Mmmm, no lo tengo clear of everything. Y además…¿qué más da? (¿has notado que me estoy quitando de la Teoría Literaria con mayúsculas en las iniciales?. Lo que sí es cierto es que no queda otra que reconocer que existe.
Jo, y me encanta lo del genoma, qué buena buena fecha. ¿Serán los blogs un mapa genómico de los nuevos géneros literarios? 🙂
Lamento traer malas noticias. Intentas hacer un silogismo (diría que un FERISON: ninguna LGM es escritora, alguna vida es completamente de LGM, luego alguna LGM no corre ningún riesgo) pero, claro, las premisas son falsas y -consecuentemente- la conclusión también: sí eres escritora, tu vida no es totalmente tuya y nadie está nunca a salvo.
No debería haber hecho aquellas chuletas en clase de filosofía, no debería…ad aeternum. ¿Es nuestra vida nuestra, es de los otros, de los que nos leen? ¿Hay algo que realmente me pertenezca por derecho? ¡Sálvese quien pueda!
que bonito, por dios, lo que me habré perdidio durante todo este tiempo, tendré que ponerme al dia, pardies!
¡Robert, no puedo creerlo! ¡Pero qué alegría, cómo te he echado de menos! Espero que no tardes tanto en volver. Un beso
To blog, without any doubt, while we feel like blogging, of course.
As you like it 🙂