En un cuaderno Moleskine (25): en el crudo invierno
Pain in my heart by lonelyplanetgirl.deviantart.com
En la agenda del 2013, al principio, en ese lugar reservado para las vacunas y las recetas, leo:
«Despreciábamos el invierno. Sí, y no porque no nos gustase caminar bajo una lluvia persistente, con el viento de cara, saltando de charco en charco y tirando porque nos tocaba. Despreciábamos el invierno por todo aquello que tenía de bagaje íntimo y absurdo, de equipaje sentimental, tan de Chopin en Mallorca, tan de lugares sin mapas ni herramientas. Despreciábamos el invierno porque no nos permitía tender puentes sobre ríos helados, aquellos que veíamos en el cine y que, un buen día de sinceridades y taquicardias, decidimos despejar para siempre. Tú habías construido tu fuerte de Comansi a un lado, te vestías de vaquero con chapa de sheriff y pistolas. Yo te daba la espalda como todas aquellas reinas altivas y fuertes a las que nunca encerraría un Barba Azul. Entre castillos y fuertes, negando la cercanía y observándonos de refilón, pasamos el primer invierno. Despreciándolo : el desorden orgánico es el del verano, es la anarquía infinita que preludia el orden de cajones en septiembre, las novedades y los horarios. No era el caso. Yo quería escurrirme entre aquellas líneas que escribías sin parar, las que te venían a la cabeza -como contabas en esas largas cartas, entregadas y displicentes que tenías a bien dirigirme- en cualquier momento y sin buscarlas: llevabas una chistera llena de historias, las guardabas, me contabas un poco, yo me moría de envidia. Quería poder inventar todo, mirar la nieve derritiéndose sobre el puente, así, en el invierno y comerme a bocados la narrativa, ser capaz de dibujar tantos mundos que no me cupiesen los planetas, saber que eran empíricos y absolutos, únicos y plurales, de ti y de mí. Mucho tiempo después, casi en verano, tú me confesabas las ganas que tenías de mudarte a mis sílabas, de hacerme muchas trampas al Scrabble, de, quizás, comer una y contar veinte, o al revés ; que los factores y productos nos importaron siempre poco, nosotros tan de palabras y versos, tan de la literaria música de Philip Larkin. Y enredándonos en líneas infinitas fuimos dejando pasar las estaciones, oscilando entre avanzar y replegarnos, queriendo tener más cuanto menos podíamos darnos. Yo, que te exigía tanto. Tú, que no soltabas lastre. Yo, que te echaba de menos, aún antes de aprenderte. Tú, que me dabas todo lo que no veía. Nosotros, que podíamos dibujarnos de memoria y con ojos cerrados, tanto era lo que teníamos, tan vacíos los bolsillos del futuro.
Mucho antes de atravesar el umbral la casa ya era tuya. Yo ya estaba en los recuerdos de lo que no había sucedido. Tú también, saltando entre pluscuamperfectos e hipótesis. Cuando intercambiamos miradas partíamos ya de unas tablas previas a la partida. Para qué negarse. Para qué huirse si te enredabas en las ganas de todo y yo en las de nada. Apartando el realismo, los tableros, las fichas y las posibilidades de jugadas, decidimos quedarnos el uno en el otro. Y que la nieve, lejos, cerca, o donde quisiera quedarse, hiciese de su vida lo que le diese la gana. Y nos gustó el chapuzón inmediato en la primera piscina del verano.»