Otras vidas
Woman on the street
Imagen tomada de http://www.creativereview.co.uk/
Hablar de las vidas de los otros es entretener las esperas, hacer literatura. La idea que acaricias, cuando haces una maleta, de que llevarás un libro y leerás en la estación, concentrada y entretenida, que es algo factible. Luego siempre, y digo bien, siempre, lo que araña más las memorias es todo lo externo a esas páginas. Tuvimos una vez, hace mucho tiempo, un juego genial que compartíamos con la mitad de la Humanidad aunque para ti y para mí éramos solamente nosotros: inventarse vidas. La mujer que llevaba bolsas de un supermercado vasco y que, sabíamos, nos constaba, que tenía un mundo paralelo de corcheas y pentagramas, anidado en su ficticia vida de violonchelista rusa. También nos hacía gracia aquel profesor al que inventamos una anodina vida en Frankfurt de vendedor de salchichas, con su bata blanca, sus números anotados en un pulcro cuaderno en el bolsillo, su sonrisa de subir verja por la mañana y el buen oído del que escucha el caer de las monedas en la caja registradora. O aquel físico insigne al que dotamos de una beca de gimnasia en un soleado campus californiano donde se reveló como un genio matemático, no sin antes superar los problemas de una infancia desestructurada en un pueblo impronunciable de Ohio. Todo era siempre muy de la vida de los otros, la curiosidad de las mujeres de Barba Azul y de Lot, los lienzos en blanco de esas biografías tan olvidadas como olvidables. Y yo subrayo aquellas líneas de Paul de Man en las que hablaba de la desfiguración de la autobiografía, las subrayo sabiendo que ya las he subrayado antes, en otra vida de capítulo lejano. Cuando los días, o eso creo, no se plagiaban entre sí.
Sería cojonudo un granhermanismo que nos permitiese enarbolar esas biografías y ponernos ahí, en esa piel, en esa tesitura, aún sabiendo que el desdoblamiento es parte simplemente de una ficción. Lo sé: la decepción ante las vidas idealizadas es la misma que sentía la protagonista de «La rosa púrpura de El Cairo» ante el champán que no era más que gaseosa, con un galán que llevaba dinero de mentira. Aún así, el instinto del actor, la avidez por carnavalear y dotarnos de capacidad de juego es superior a todo. Querer ser otros da vértigo, la remota posibilidad de serlo es un absoluto flipe.
Pero este poder ser los otros implica también una ruleta de que no te toque lo que más mola, es darse la vuelta y pasearse por donde el carnaval es un día más sin nada más. Es posible que seamos incapaces de agotar el desconcierto, el asombro, de domar y meter bajo la mesa camilla la indignación. En esta carrera enloquecida de disparates, todo está más que paseado por los espejos del callejón del Gato, superando el concepto de esperpento. No es posible hacer una crónica del dolor del día a día, de la tristeza y el desamparo. Porque se superan, sin más, como las hojas del calendario, como los meses de los cursos que parecían eternos, como los cuadernos que comienzas tan inmaculados e inertes, tan ajenos aún a la realidad cotidiana. Decía una amiga hace muy poco que estrenar un cuaderno era un acto de ruptura pudorosa, de sentir miedo por no saber si lo que escribimos estará a la altura de esa pulcritud del principio. Yo, que soy tan coleccionista de cuadernos como de frases ajenas, me pregunto si realmente tendremos ese mismo sentimento sobre esta rota cotidianidad más adelante, cuando acabemos o nos acaben nuestro cuaderno del 2013. Si seremos capaces de ponernos, de una vez por todas, en esa vida de los otros los que aún nos hemos zafado de la bestia, los que hemos, por ahora, resistido ese embestir de lo terrible, los que aún vemos detrás de las cortinas cómo se llevan a los demás, cómo ya no nos queda nada en los bolsillos y parecía increíble porque éramos príncipes de Maine y reyes de Nueva Inglaterra. Eramos todo y no éramos nada.
Y mientras estas líneas salen de un teclado, escucho que una pareja de ancianos se ha suicidado justo antes de que los desahuciasen. Y yo me pregunto si la historia futura no nos desahuciará a nosotros que, tan tibios y blandos, consentimos compartir la merienda con el horror. O si se acabará la anestesia de la media queja, del comentario en el bar o en el descanso del trabajo. Porque este horror implacable y vacío es nuestro. No es una vida fingida. Es, quizás, lo que te espera y ya está llegando.
Llega un momento en que lo vivido ya no nos permite ser inocentes o, como dijo Wolfe, resulta imposible volver a casa. A partir de ese momento o la ideología se vuelve proyecto o los años pasan sin sentido. Lo que no es posible, por mucho que intenten convencernos, es dejar de sufrir como el primer día si se toma el primer camino.
No entanto, nunca tivemos tantos recursos para facermos un mundo habitable. Quizabes, recoñecendo a vida tal como aparece, e inventado desde ela as que queiramos.
Bicos
Me impacta ver retaciños de vida que conozco convertidos en página de blog! Me encanta poder reconocer realidades en lo escrito, un poco como al revés que inventar vidas a la gente que vemos pasar. Una experiencia que mola tanto porque sin darte cuenta puedes sentirte protagonista de la vida de los demás 😉