Unfollowear
Imagen tomada de bodieandfou.blogspot.com
Yo no sé si los palabros harán que un día, al entrar en esta casa digital, todo se haya convertido en una Babel imposible y necesite un gobernador de líneas y párrafos. La semántica es algo más que una adolescente caprichosa aunque, a veces, la imagine así, compulsiva y llena de piercings, dándole la vuelta a pilas de camisetas y zapatos, en la Bershka que podrían ser los discursos más genéricos y también en ese lenguaje que vamos acotando y haciendo nuestro. Comparo y distingo amigos y compañeros por su manera de hablar, por algunas expresiones que los individualizan de forma mucho más humana que un DNI. Y del mismo modo que voy aprendiéndolos a ellos a lo largo de la vida-sus idas y vueltas, sus altos y bajos, alegrías y no tantas-adapto y me apodero de gran parte de su ingenio, haciendo gala de la bulimia de la cita más propia de otros pagos. «Aprendérselos» es mucho más que anotar en un cuaderno lo que tenemos de ellos o no, como aquellos álbumes lejanos de la infancia. Esa colección que prometía un extraño Nirvana al abrir los sobres de cromos: hacías una pulcra lista con los números, cambiabas los repes en el recreo, tachabas, yo me equivocaba siempre y me volvía sin los que no tenía y con montones de repetidos en el bolsillo de la falda del uniforme. En todos los caminos he ido olvidando cromos y listas, algunos de ellos se han ido ya para siempre, otros simplemente están ocultos por otra vida propia o alguna que las invade de más aunque, bien es cierto, que sarna con gusto no pica. O eso, al menos, dicen los que saben más de la vida que esta mentecata.
Nuestras vidas digitales, y vamos ya al tomate, han reinventado los contactos, los amigos, los recuerdos de otras relaciones e, incluso, la presión para «aceptar» a los amigos de otros o, también, saber o no de lo que sucede en los ámbitos ajenos. Soy partidaria de cerrar los álbumes de fotos y no volver a abrirlos si las cosas se ponen feas; es más, el digitalismo me ha ayudado a borrar algunos y que las sonrisas de ciertos meses de primavera sean eso : «recuerdos de abrazos en la playa en primavera».También es una forma de idealización selectiva. Creo que, del mismo modo que poco a poco se va haciendo una selección no sé si exactamente natural, en la que la desidia, la irrupción de nuevas ilusiones (y rellenáis eso con todo lo que queráis) van delimitando e incrementando distancias físicas, debería suceder lo mismo en otras facetas paralelas. ¿Me haría yo hoy amiga en la vida «analógica» de ese compañero de clase al que conocí en BUP?¿Y si sus ideas sobre la vida, la sociedad e incluso las mujeres me resultan a día de hoy sonrojantes e incluso inadmisibles? Posiblemente, no. ¿Por qué, entonces, en los mundos digitales se siente una presión absoluta para admitir, compartir, y generar ese «buen rollete» un tanto infantil de «los amigos de mis amigas…»? Siempre me he sentido feliz de tener amigos variados, de haber conservado muchos de ellos a lo largo de los años, la voluntad de tierra quemada me enerva. Pero sí creo en ciertos lastres que hay que soltar. Y renovar, estrenar cuaderno, probar y decepcionarse. Como siempre, que, por mucho que digan, a eso no se aprende.
Creo que lo que sí debemos aprender, paseando por los bosquecillos de las redes sociales, es a «unfollowear» o a «desamigar», que no desmigar. O tener, como hemos hecho a lo largo del camino, la clara convicción de que esa es la riqueza de ese mundo. Y el hecho de que te borren de una red no implica, o sí, que te borren de otros ámbitos: es que, simplemente, en ese no interesas. Primos, tíos, hermanos incluso, no tienen por qué participar de algunas de nuestras taras y veleidades (Dios de mi existencia, tengo que hacer un blog con ese título que es megagenial) en las que muchos se sienten mucho más libres. ¿Falta de realismo? Es posible, pero no tengo por qué departir con mi madre en el muro de Facebook sobre los tuppers del fin de semana del mismo modo que, aquí en mi lugar analógico del mundo, no iría a un concierto de rock con muchos amigos a los que adoro porque, sencillamente, prefieren la Orquesta Sinfónica, porque no les gusta o no les apetece. Existen las listas de intereses, esas agendas que tenemos todos con ciertos teléfonos: a quién llamo si me siento así, con quién iría a esto porque le iba a gustar o con la persona que quiero pasear, beber vinos y reir. También, es cierto, que existe el «síndrome de la gratificación inmediata» o el que podíamos llamar el «soldado vigilante de la red»: la persona que te recrimina si no le comentas, si no le «megusteas» con cierta frecuencia o, simplemente, si no le das cariñitos digitales o les haces la ola . Creo que se está en esto para participar, es cierto, pero el grado de participación ha de ser voluntario y no exigente. Múltiples facetas tenemos todos, por fortuna, y eso y solo eso es lo que debe guiarnos, creo yo, por estos caminos. Quien se sienta pobriño y pobrecito porque no le hacen caso en un muro o no le comentan, mucho me temo que tiene que ver con otro tipo de carencias. Y sí, claro que borramos y ocultamos, faltaría más. Como ya he dicho, el desinterés es soportable, la agresividad y el boicot, no. Y, mucho menos, en algo tan efímero como un comentario, un «cómo molas» del momento o un retuit. Nada más que eso. Otra vez, y nunca mejor traído, son las famosas lágrimas en la lluvia. Por amor de Dios bendito, ¿es que nadie le va a dar un kleenex a Rutger Hauer? 🙂
Ojalá fuese tan sencillo recuperar a algunas personas que ya no están como volver a mandar una solicitud de amistad, seguirlas silenciosamente en un tuit, añadirlas a la red de Linkedin. Pensar en esas posibilidades es tan poco práctico y ajeno como mantener una mirada lánguida y en diagonal a través delcristal de una cafetería, gobernar las mareas de posibilidades que habitan, ya revueltas por mí, en el café de esta mañana y que me permiten, como casi siempre, pulsar el interruptor que enciende una cierta desmemoria. Y me propongo, como tantas otras veces, unfollowear mi propia melancolía.