En un cuaderno Moleskine (21): en agosto
Agosto protector, un mes de treinta y un domingos, o un domingo de treinta y un días, como dice Anna Pestonit…
Párrafo garabateado en el cuaderno, con manchas de helado y esperando la llegada de los siempre impuntuales amigos:
«Agosto es un mes tan ajeno como un monstruo domesticado. Alguien decía que si los deseos se cumplen hay un astro que se apaga. Es posible. También que el mundo se acabe agostando en sí mismo, ofreciendo, es un decir, un panorama de posibilidades infinitas pero que quedan al margen porque sí, por manía de Bartleby, por la pura desidia revolucionaria de no preferir o de no comenzar. Un agosto urbano es encontrar la complicidad ausente de las medias jornadas, de los rótulos que anuncian todo lo que se posterga, lo que se avanza, lo que se diluye. Agosto en las ciudades es, a veces, una inmersión en la supervivencia de las noches de terraza, de las conversaciones que se inician con una voluntad de aplazamiento, son los cinco minutos previos a que suene el despertador, son, también, las siestas cómodas y anteriores a poner una lavadora, a escribir un post. Son los créditos y trailers de películas que no verás, que se anuncian antes de la que tú quieres ver, pero que, en esa oscuridad tan acogedora del cine, posas en la retina por si acaso, por si alguna vez verás todo eso, llenando ese contenedor virtual de posibilidades. En este mes, todo aquello que te rodea y que suena a festivo porque sí, todas las músicas nocturnas en las playas, todas las arenas que se van dispersando entre el salón y la cocina, los billetes de huidas que imprimes y sitúas en la entrada para no olvidar que habrá finalmente una salida, todo eso, es en realidad una performance de Godots y persianas bajadas, una piscina de nadadores solitarios, un trayecto en autobús en un lugar desconocido. Llegas al final de ese viaje y aceptas como normal el desconcierto de no conocer ni siquiera la ortografía que puebla los indicadores de carreteras. Agosto crea, casi siempre, una ciudad surreal y salvaje de puestos de churros y algodones de azúcar, de niños chillones y padres agotados de ocio, de sorpresas ya conocidas, de rosas que son rosas y nada más. Agosto agotado, enfermo de luz y lleno de risas enlatadas, de negar los horarios y espiar setiembre. Ferragosto en el que ves unas Perseidas y crees que sí, que un antes es posible y un después es necesario. Agosto imprescindible de sandalias y voluntades nuevas, algunas han sido un chollo de rebajas. De pensar en cuántas veces soñamos que esa voz nos regalaba la brisa de junio entre edificios y casetas de novedades editoriales. Agosto de despedidas y abandonos, de seguir guardando el fuerte, de Pavese y Dyer, de vidas pobres y pobres vidas, de verbenas que se oyen a lo lejos y de olimpiadas en la tele, agosto, eres un cuadro de De Chirico y un muñeco que toca el saxofón en una tómbola. Agosto, eres kitsch, qué le vamos a hacer. «