Pollyannismo.
Imagen tomada de retinalconfetti.blogspot.com
De repente, este es el último verano. Ya lleva una varios días sin garabatear en la pizarra digital del blog. Me gustaría no tener nada que contar, eso querría decir o bien que me aburro muchísimo o bien que el hedonismo adormilado,que así son los mejores hedonismos, me hace solo entreabrir los ojos y elogiar mi propia pereza. Ojalá fuese así. Es un último verano, de cambios que ya apuntan en algunos horizontes. Es un momento de estremecerse y de coger aire, de respirar fuerte, de desgastes más que de descansos, de pocas certezas, de misterios. De la cada vez más cansada indignación, de no poder renunciar a la mala sorpresa, a asumir que aquel «no se atreverán a tanto» es papel mojado, es un pasquín que vuela después de estar atrapado en el parabrisas. Este mes de julio, y los meses anteriores, son calendarios desamparados, en los que ya no anotas fechas porque tienes hasta miedo de que hasta los festivos, que son unos disidentes de otro color, te devuelvan una mueca desesperadamente burlona.
Yo hay días que quiero ser Pollyanna. No se rían, hablo en serio. Pollyanna, aquella criatura tan cursi pero que te ponían a veces de modelo modoso y exasperante, jugaba a lo que su padre llamaba el «juego de la alegría». Es decir: «Criatura, podrías estar mucho peor, no me seas exigente y alégrate de poder seguir aquí». Yo no sé si Pollyanna era muy conformista o abanderaba esa ataraxia que te permite pasar de todo y, de algún modo, no resultar vapuleado. A mí me gustaría estar adoctrinada, a partes iguales, por Pollyanna y por, pongamos por caso, Terminator. Es todo como muy realista, ya lo sé, pero no fastidien: por un lado estás contenta de que te jodan la vida porque, tota,l no es para tanto (mamandurrias, vaya) y por otro, los golpes te resbalan. Y aún encima te puedes pegar el lujazo de decir: «Volveré». Igual que cuando te castigaban y decías «Pues no me importa». Pero esta vez de verdad.
Nos estamos volviendo todos unos Pollyannos, qué mal queda esto, de campeonato. Y, siguiendo con los cuentecillos, las Reinas de Corazones, las Brujas del Este y los malos malosos no descansan. Porque tienen la sacrosanta paciencia de irnos desmembrando por varios frentes a la vez. De negar la mayor, de intentar convencernos de que esta Disneylandia cutre y de segunda división a la que quieren que nos mudemos, sigue siendo el mejor de los mundos posibles para nosotros. Nosotros, que no nos merecemos tanto.
Ojalá este sea el último verano del Pollyannismo. No he vivido más revoluciones que las propias y, muchas de ellas, han sido batallas poco creíbles, otras simplemente voluntariosas y la mayoría, o tempora o mores, las he perdido. Me encantaría poder decir aquello de que de mí viven dos ex exposos y tres camareros, queda super cool, pero tampoco sería verdad. Mi vida, la nuestra, la de estos niños que dan alaridos felices jugando a una especie de creativo Roland Garros en la calle, tendrá que ser la que se pueda construir sin recortar, sin ponernos unas orejas de burro y mandarnos al rincón, sin exigir un sacrificio que ya no podemos hacer. Ni contentarnos solamente con el ejercicio de la supervivencia. Yo escribo otras cosas en otro sitio y hoy, viendo el conjunto de artículos, de párrafos que ya no son míos, me he dado cuenta de lo apocalíptica que sueno muchas veces. Esos bocados de realidad que me como casi hambrienta, esa vida que veo que se escapa antes de hacer pie en el lado más extraño de una piscina llena de hojas de árbol, el desánimo, el dolor, esta sensación de vivir de permanente mudanza, sin orden, jugando a las sillas musicales y rezando por no quedarme de pie sin sitio. Conformarse: odio esa palabra.
No puedo ser agorera, ni tampoco acepto que tenga que ser feliz con menos porque no me da la gana, nunca he tenido mucho. Pero poniéndonos cínicos y dando la espalda a todo, podemos medio sonreír pensando que la culpa está en que estudio mucho, salgo poco y sufro muchísimo con Ned Stark y las cuitas de Invernalia. La culpa no es mía ni del verano, no. Solo me preparo para otro invierno de descontento. Qué quieren que le haga: winter is coming.