Fragmentos, biografías, adioses.
Muchas veces se sienta una ante la pantalla y no sabe ni por dónde empezar ni por dónde le van a llevar estas letras, esta sintaxis, este orden improbable, huérfano ya desde un principio. Si escribiese un diario, si llevase cuenta y no razón porque casi nada la tiene ya, de las horas previas, las veloces y que no pude alcanzar, podría rellenar un inventario. Pero nunca he sido capaz de ordenar vidas, acontecimientos, armarios en las casas del verano. El tiempo nace tocado de muerte, enfermo crónico de juventud sin derecho a disfrute, resignado a una convalecencia de mantita en las piernas y de dulce mirada de tísica. Qué más da que hayas estudiado o reconozcas que hay que coger pronto las rosas, que así pasa la gloria del mundo, que la voracidad de los relojes y calendarios puede atraparte como si vivieses en un capítulo de serie española que recrea lo que tú ya viviste y que a veces reconoces, tan sesgado, tan auténtico, tan desde otro lado de la calle. Qué más dan los álbumes que guardan las fotografías de las excursiones a Malpica, las cajas desterradas con adornos de Navidad, las llamadas en agosto por tu santo que casi nadie sabe que tienes, los zapatos de tacón que te dejaba ponerte para jugar y que arrastrabas por las baldosas del pasillo, aquella habitación en la que quedó solitaria para siempre una jaula que, muchos, muchísimos años antes, tuvo un pájaro sin nombre. Y encontrarte ahora un cuaderno con apuntes de viajes, con citas de una escritora española, con el orden pulcro de una mesilla de noche. Todo eso ya da igual porque, precisamente, es lo que importa, lo que yo me llevo, lo que ahora puedo escribir y ya no borro.
Ojalá hubiese un modo de saber si todos esos objetos quedan para siempre unidos por una extraña ley de la física, o algo comprobable bajo un microscopio, algo de lo que tirar para beberte de golpe la melancolía. Me temo que, por el momento, es algo que no podremos comprobar y esa es la razón de algunos panegíricos, de buenas escenas de cine, de algún que otro post en un blog perdido, de fragmentos inexcusables en la literatura. En un mundo mucho más prosaico, que es el de esta señora que escribe, es, sencillamente, asumir también que hay una edad en la que tu posibilidad de ir a bodas disminuye y aumenta la de ir a funerales. Menos la duquesa de Alba, que esa sí que se lo ha montado bien.