Otra de números y compromisos
Fotografía: «Mr. Watson, come here» de D1v1d en Flickr cc.
Cuando ponemos en marcha los cronómetros, las varas de medir el tiempo, el conjunto de días enmarcados en meses, días y años, hacemos el cómputo mental de compromisos. Siempre me ha parecido una palabra tramposa. Compromiso es algo casi obligatorio, o que tenemos que hacer porque así lo obligan nuestros tiempos, nuestros ritmos o, quizás, una asumida poética de la vida y las rutinas. Aquellas, por ejemplo, asociadas a días concretos del año. Recordar y ser la primera en llamar el día del cumpleaños de alguien a quien quieres. Estos compromisos no tienen ese matiz de resoplido como las mal entendidas cortesías, esas que limitan tan difusamente con lo hipócrita. Claro que hay reglas del juego : el mismo acto de marcar un número, teclear un mensaje, llamar a un timbre nos sitúa en el mismo ámbito del destinatario, alguien que está en tu vida por distintos motivos. Los resoplidos y las desganas vienen con aquellos números dormidos en la agenda pero que crees que debes revivir porque quizás, y solo quizás, seas necesaria en un momento. O educada. O se espera de ti. O que imagines que, si no lo haces, ese número que convive esperanzado con otros te borre y deshaga definitivamente, trasladándote del limbo al purgatorio o, ya en un plano más radical, al infierno del olvido numérico. Ser un número tiene aquí un matiz menos dramático que ser una parte, por ejemplo, de una estadística de númerología negativa : hombres y mujeres en paro, en listas de espera para una contratación, para ser atendidos por una sanidad que los diluye cada vez más. También yo he estado en agendas de números primos : «ya te llamo», y te lo crees, o bien «hazme una perdida (con perdón, matiz de la autora) y ya me quedo con tu número» . Pasa el tiempo y piensas qué voluntad de coleccionismo efímero puede llevar a apuntar, grabar, mantener durante escaso tiempo ilusiones o vínculos en forma de números. Me he sentido númera prima en varias ocasiones. ¿Por qué me llama ahora esta tía que lleva meses y meses sin simplemente levantar el teléfono para saber cómo estoy, o qué me apetece hacer o, más sencillo, me acordé hoy de ti y me apetecía escucharte? Generalmente, después de las frases hipócrita-corteses del principio cae el famoso velo pintado y los argumentos toman forma de favores, apuntes, recados, conoces a menganito, es decir, una vaga estrategia de vasos comunicantes que, por lo menos en mi ánimo, no tienen ni media galleta. Y esa línea tenue de la que ya hablaba entre quedar bien y quedar mal, entre el propio quedar, pienso que debe actuar en una única dirección que es la del «que te den». Y no ofrecer espacio al cinismo del «aquí no ha pasado nada» ni a la estrategia del número primo vengativo «espera sentada, bonita». Y recomenzar la rueda. Qué pereza. Creo que hay cosas que es mejor que nos den sueño y no que lo quiten.
Y ya lo he contado aquí alguna vez. Hay números que no son números. Son los ojos de alguien, su voz, sus días, noches, malos humores y grandes lazos. Y esos muchas veces pueden dormir aunque sea un ratito, o dos, o veinticinco. Números enteros, naturales, grandes y pequeños, divisibles por dos o por mucho más, multiplicados y elevados a millones de potencias, porque son más que límites que tienden a infinito. Y hoy dejo de pensar en teléfonos y en voces, porque creo también en los ritmos. En los de los lectores y autores, si los hay. Y estos últimos, a veces y solo a veces, son caracoles muy lentos o se quedan en modo de espera, perezosos y tranquilos, porque no hay nada que decir. O están leyendo lo que escriben otros. O también, y esto yo creo que es mucho más plausible, están enviando algún mensaje y esperando respuestas. Y eso, claro está, toma su tiempo. Aunque haya compromisos que, como decía al principio y en esto incluyo escribir posts, sean más agradables que otros.