La primavera extraña
Norman Rockwell (1894-1978). Girl at Mirror, 1954. Colección permanente del Norman Rockwell Museum.
Había momentos magníficos en aquellas tardes extrañas de marzo. Estar en el sofá, con la vieja camiseta de los Sex Pistols, con Coca-Cola y pistachos, en modo multitarea, zapeando del Spotify a los mundos en papel de Eudora Welty, de las fotos guardadas en el ordenador a la voz en directo del teléfono. Era un día de descanso, como tantos otros, como los que podía pasar recorriendo calles ajenas o llenando de amor tu almohada, ahora que te la habías llevado tan lejos. Las primeras semanas de marzo siempre traían unos puntos suspensivos regalados por lo inesperado, el sol escondido, el sol implacable, los despistados narcisos del parque, las sillas un poco chirriantes de las terrazas. Y también, recordar, que, pese a haber hecho el firme propósito de usar aquella bellísima agenda e ir anotando todo, en hacer un mashup de futuribles y no cumplidos, la tenía sin estrenar. Había algo de rebeldía en esa pereza: que la vida viniese como tuviese que venir, con su exacto componente de lucha y reinvindicación. Con su trabajo, que tanto costaba mantener. Con el constante aprendizaje, que tanto estimulaba. Con el amor si salía bien y si no, pues carretera y manta. Con los amigos, las cervezas, las malas noticias y las buenas, las madres que son de otra forma, los hijos que no se sabe cómo son o cómo serán. Con los malabarismos y la libertad de elección : quiero ser esto, lo otro, no me convence, lo dejo, lo retomo. Elegir. Qué buena palabra: con «ojalá» eran de sus favoritas.
Y por tanto y por tan poco, no quería hacer calendarios, ni agendas, solamente cumpleaños. En los que eres tú y celebras que, sí, eres parte de algo, pero eres más que una estadística, que una silueta. Y que todo es consecuencia de muchos años de pioneras que, como ella en algunos aspectos, no fueron siempre bien recibidas, valoradas, comprendidas. De mujeres que aún se partían el espinazo por cuatro duros y por reclamar el mismo salario que el de al lado. Y precisamente, asumiendo todo eso, no sabía si tenía que aplaudir con las orejas cada vez que aparecía una nueva conductora de autobús en el periódico por eso, por ser conductora. Y a lo mejor, quizás solamente a lo mejor, habría que asumir que la diferencia es la normalidad, y que la paradoja de las celebraciones puede llegar a ser una forma sofisticada de condescendencia. Que sí, es posible sea o haya sido necesario festejar y hacer visible, pero a la que hay que, pensaba, darle la naturalidad de eludir las citas y los juegos florales. A cambio de la buena memoria y el auténtico camino a la igualdad: la ya mentada libertad de elegir.
Como decía una amiga suya ayer: soy mujer, soy trabajadora…¿y?. Hay tardes de primavera que contienen los mismos segundos, minutos y horas que otras tardes de primaveras precedentes. Y son radicalmente distintas y extrañas las unas para las otras. Aunque estén habitadas, en la perspectiva y el recuerdo, de una implícita hermandad. Y quizás esto es lo que debería escribir en esa agenda, de una vez por todas, la mujer que aún no la ha estrenado. Abrir el cuaderno y garabatear: seré igual o distinta a las anteriores y haré lo que me dé la realísima gana. Y sublimar así algunos tópicos.
Sobre la bien adjetivada «paradoja de las celebraciones que puede llegar a ser una forma sofisticada de condescendencia» siempre he querido decir mucho y no me he atrevido por miedo al qué dirán. Bueno, al qué interpretarán, que no es lo mismo. No me gustaría que hubiera un día del hombre, o del trabajador de bibliotecas, o del… El secreto de la igualdad (de derechos, de oportunidades, de respeto, no igualdad porque sí) está dentro de cada uno y es donde hay que construirlo. Es un camino laaaargo pero seguro si ponemos todo de nuestra parte.
PD: no sé por qué en unas personas ha dado un resultado inmediato y en otras no. En casa a ninguno nos cuesta trabajo no identificar conductas o capacidades según sea hombre o mujer de quien estemos hablando (me siento inmodestamente orgulloso de eso); sin embargo, amigos que considero bien formados todavía comentan si era conductor o conductora, etc. Que nos quedan muchos años y mucho que pulir, vamos.
Boing!
nesa eterna procura dunha mesma pasamos a vida coa teima de non chegar a atoparnos a tempo, o tempo, unha dimensión que cicais deberiamos de desmitificar, porque o temos concebido dun xeito que imprime a angustia dunha persecución policíaca, cicais é mellor deixalo un pouco de lado e celebrarnos a cada instante…sigues escribindo como esa choiva que suaviza contornos e nos esperta da preguiza de reflexionar…bicos Lo.
@Pedro: En esa ambigüedad del celebrar sí o no es en lo que nos movemos ahora. No dudo, en absoluto, que dar visibilidad y relevancia (esto me ha quedado muy «recuperación de la información») sea importante, meritorio y un gran trabajo. Solo creo, como tú bien dices, que quizás ya estemos en un momento en el que, si no es innecesario, sí lo es redundante. Y es cierto que queda mucho por hacer. Y que no me gustaría que todos estos logros, estos ahíncos, quedasen solamente en performance. Como tantas otras veces en otros ámbitos.
@Gutted Man: Flash, bam, alakazam, wonderful you came by.
@ana: as miñas liñas sempre son túas e xa o sabes. Efectivamente, coma ben dis ti, que sempre o dis todo mellor que ninguén, hai que desmitificar e non caer nesa trampa de estármonos cuestionando constantemente, máis do necesario e san. Gústame moito esa angustia da persecución policíaca: sempre o dis todo mellor que ninguén, demo! 🙂
Se cos avances que se van producindo conseguimos tamén dinamitar a vella mentira de que só o traballo remunerado nos dá licenza para vivir, xa o aplauso coas orellas pode converterse en atronadora ovación.
Bicos