La mañana del seis
Girl with toy car (josefnovak33, flickr creative commons)
Siempre soñó con un coche a pedales. Siempre. Se veía a sí mismo recorriendo el camino del parque, entre los parterres, el flequillo saludando al viento. Ese año había sido muy bueno. Como todos los demás. Los niños solitarios, los hijos menores, o salen mimados de solemnidad o son una sombra tibia y callada. Él era así. Aceptaba, con un ademán sumiso, las reglas de todos los juegos. «Pandas tú», le decían jugando al escondite, a la cadena, a huevo-pico-araña. No le importaba. Era mucho mejor, pensaba, ser el primero que pringa. Luego, al correr y atrapar a los más envalentonados, le quedaba el placer inmenso de todo un juego por delante con la penitencia ya cumplida. Tampoco remoloneaba en los recados caseros. Iba al pan, ayudaba a hacer paquetes y aguantaba la perorata de las clientas de la abuela en el pequeño negocio familiar. «Qué niño tan bueno». Y él bajaba la mirada, tímidamente, como si no fuese oportuno el estar allí, el reconocimiento a la discreción, al vivir de perfil. Nunca pedía nada. Pero él quería un coche de pedales. Y lo dijo una tarde de noviembre, mientras su madre calcetaba una bufanda de color imposible, de esas que haces por hacer, para que el hijo que nunca proteste se la ponga. «Voy a pedir a los Reyes un coche de pedales». Su madre lo miró a través de las gafas : «Me parece bien».
Dedicó muchos días a soñar el regalo. Sería blanco, con unas líneas rojas y hasta tendría bocina. Pasa diciembre. Y se inicia la cuenta atrás para ser un conductor de juguete. Y ser, razonablemente, un niño bueno con un coche a pedales. Y recordó muchos, muchos años lo vivo que se había sentido ante ese deseo. Y se lo contaba a su hija cuando escribía la carta a los Reyes: lo que importa, siempre, es la ilusión.
Esta historia no tiene final, ni feliz ni cruel. El seis de enero, y más en estos tiempos que corren, obligarán a muchos a apretar los dientes ante los no regalos, ante un árbol mucho más adelgazado que otros años, ante los paquetes consabidos de lo útil y no lo deseado. Y otros gritarán y se desmelenarán. También habrá quien sublime las carencias de la propia infancia colmando de ansiedades trasnochadas a quien, quizás, solo quiere jugar con la caja.
Lo que definitivamente encontró este niño bueno, tímido, tranquilo, fue un ancla para lanzar al recuerdo, una práctica tutelada de decepciones, un empujón al mundo de los adultos, donde no dejamos copas de cava bajo el árbol ni comida para los camellos. Y aprender, tristemente, que da igual a veces portarse mal o bien, que te prometan algo mucho o que te lo garanticen. Simplemente puede no suceder. Ya lo dice la canción: sin carbón no hay Reyes Magos. Es el trato. Y a seguir soñando, que, realmente es lo que es gratis. Como mi padre hace la friolera de setenta años, pongo mi coche a pedales en la carta. Y pienso que no me lo traen porque, sencillamente, los Reyes están muy ocupados y hay muchos niños en el mundo. Será eso.
Ese coche a pedales es la metáfora de cada día… Puedo asegurarte que la ilusión prevalece con el paso del tiempo, por encima del objeto deseado.
Y sí es cierto que desde que pude promoví la ilusión en mi familia y la mantengo en mi, con el mensaje de no cuánto deseas sino cómo lo deseas y que el deseo debe ir acompañado siempre de alternativas y también de la magia de soñar.
La historia se repetirá siempre… Y la magia debe de permanecer…
Con crisis o sin ella soñar nos mantiene y hemos de mantener el sueño.
Un besazo
Un neno que non molesta paréceme moito máis preocupante ca o que se move e enreda constantemente. ¡Viva a indisciplina infantil!
Bicos e ventureiro 2012
P.D.:
ventureiro -a adx. 1. Que nace e medra sen ser plantado nin sementado.