Anchoas y Tigretones

En un cuaderno Moleskine (15) : tiempo de cerezas

Imagen tomada de John-aïves-1946 «Le temps des cerises» (Flickr cc)

En el cuaderno, a veces, encuentro cosas como esta:

«Ella le escuchaba. Y él no paraba de hablar. Recorría los paisajes de todos aquellos meses separados, todos aquellos días, horas, minutos en los que, cada uno en su lugar del mundo, pensaban en el otro, en sus cafeteras y sus tés, en sus clases y en sus exámenes, en sus moquetas nuevas y en sus facturas.   Que, como siempre, todo entre los dos se sustentaba en paradojas. Le escuchaba y también veía la noche invadiendo la habitación de aquel hotel en invierno, frente a una playa con olas oscuras , un paseo con habitantes casi anfibios.  Y un faro que  los iluminaba con un rayo de luz periódico y lejano. A él le caía esa luz sobre la frente mientras hablaba, y ella veía iluminarse de nuevo sus ojos reconociendo en él las mismas ausencias que ella también sentía, la mordedura de la nostalgia al recorrer las calles que los habían acogido, las películas que vieron en una vieja tele acurrucados en un sofá, las cervezas en los bares  que ya eran de los dos, el mundo enmarcado en puñados de días  en calendarios.   Ella pensó en sí misma  aquel verano en la playa, cerrando los ojos al sol atlántico y quitándose de la cabeza el plantarse de golpe en otro lugar , con una maleta y decir «aquí estoy».  Y ahora escuchaba  todo el amor contenido en unos labios y el discurso  del tiempo que habían perdido, o quizás no, lo habían ganado, como las cerezas que aguardan sabiamente a madurar. Y se lo dijo. Y hablaron mucho, mucho más.  Ella, que era tan melancólica, se emocionó al reconocer detalles que él se apresuraba a compartir. Y él, que era tan pragmático, se sorprendió gratamente cuando ella tomo papel y lápiz y empezó a diseñar un itinerario.  Tomaron impulso y decidieron seguir.

Lo de menos, aunque les duela tanto, y les dolerá mucho tiempo, es que no sigan transitando juntos. Lo de más es que, para siempre, se tendrán y se tienen como sólidos puntales. Porque  hay que recordar el tiempo de las cerezas.  Por breve y por hermoso. »

Y mientras leo esta nota del Moleskine, la voz intensa  de Yves Montand cantando Le temps des cerises  llena esta habitación, que no es de hotel, de una extraña y dulce melancolía.

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