Anchoas y Tigretones

1 de diciembre, mudanzas y acarreos

Fotografía de Jenny Cestnik (jcestnik) «Advent calendar» tomada en su tienda de golosinas  favorita, Rodger’s chocolates of Canada, y compartida con licencia Creative Commons en Flickr

Todos los días 1 de diciembre me acuerdo de los calendarios de Adviento. Me los traía mi madre a finales de noviembre, eran una ilusión fugaz y absurda, una alegría más que se sumaba a la preparación del concurso de villancicos del cole, las castañas asadas y los turrones primerizos, el frío en la nariz pegada a los escaparates que visitarían los Reyes. A principios de diciembre brillaban mucho más las guirnaldas. Porque diciembre es ese principio y ese final. Hay un horizonte de luces poblado por improbables vacaciones, consumismos y paparotas a punta pala, amigos que vuelven de lugares que en el mapa siempre son más exóticos y apetecibles que cuando tú misma los pisas. Otros que no están o quizás nunca estuvieron. Quién sabe.

Yo siempre hacía trampa. No esperaba día a día a ir levantando las tapitas que me descubrían  una pastora con cestita y delantal, una ovejita perdida, una pandereta o un bastón de caramelo de rayas rojas y blancas (¿alguna vez alguien ha comido uno de esos? Yo sueño a partes iguales con esos bastones y con las fuentes de chocolate fondant de Willy Wonka. Y con cosas mucho peores, pero vamos a dejarlo). El caso era adelantarse, buscar, adivinar. Sabía en el fondo que lo único que había eran dibujos, tiernos, dulces, efímeros. Que se desvanecían en mi memoria una vez vistos por primera vez y propiciaban la bulimia ansiosa del día siguiente. Como el arrugado papel de regalo de un cumpleaños. Ya no sirve, a por otro a ver si es mejor.

Hace mucho tiempo que no tengo calendario de Adviento. Creo que porque ya recuerdo las fechas sin necesitar chuleta. Hoy, 1 de diciembre, es el día mundial contra el SIDA. En diciembre tuve esas imposibles vacaciones: En Porto, en Madrid, en los bosques de Asturias. Compartí con mi familia las fiestas. Jugué a la lotería. Y terminé años con uvas y champanes, con Martes y 13  y con esperanzas. Nunca he odiado la Navidad. Quizás he esperado mucho más de ella, es posible. O porque siempre he querido saber más o adelantarme. O tener certezas positivas y no escuchar los cantos agoreros. Y quiero conservar cierto grado de inocencia para mirar al mundo, para esperar debajo de las ventanitas algo mejor cada día. Ahora me resulta difícil con la que cae y con la que dicen que va a caer. Lo dicen  esos agoreros, los mercaderes y los tertulianos de sofá fijo. Quizás para tenernos tan acojonados que aceptemos sin rechistar un recorte más, un puesto de trabajo menos, una subida de precios más inadmisible e inexplicable que la anterior. Y mientras sorbamos anestesia (el que pueda, el que tenga tarjeta sanitaria, claro está) podamos pensar en qué momento entregamos parte de nuestra confianza o nuestra desidia a qué representantes, a qué medio de gobierno, a qué sociedad que construimos. Y todo esto suena a cristiana de guitarrita, ya lo sé. Pero es que lo público, que es deficitario, se está disolviendo como si nada. Y los derechos también. Y vamos a necesitar un gran embudo si queremos tragar algunos posibles dibujitos que se adivinan bajo esas ventanitas del 2012. Porque los que las están dibujando son los que hacen las leyes. Y, en consecuencia, la trampa. Si es que parecemos gilipollas: Humpty-Dumpty ya lo sabía.

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3 pensamientos en “1 de diciembre, mudanzas y acarreos

  1. Hi, this is a comment.
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  2. Pois feliz inauguración da nova casa, e ánimo e paciencia para acostumarse aos novos modos. Non lle custará tanto, verá (quen llo di xa pasou por moitos traslados e mudanzas, forzosas e voluntarias, e aínda así sobreviviu.)
    Vou agregar o novo enderezo á columna de Ithaca.

  3. Outro que vai mudar o enderezo.
    Tiveches ( e tivemos ) a sorte de conservar todo o anterior. Ata a chica lectora e marca da casa.

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