
Vintage postcard children w/snowman Imagen de chicks57 en Flickrcc
Muchas veces una se sienta aquí, delante de esta pantalla, y no sabe por dónde le van a llevar las teclas. Yo hoy debería escribir algo sobre la Navidad, poner cara de pastorcita de Ferrándiz y hablar de todo eso, del ángel que gana sus alas, de los reencuentros, de nieve artificial y del consumismo mitigado por las agencias de valoración. Pero yo, que he sido y sigo siendo de las de pandereta y villancico, siento estas Navidades como de cartón piedra, como si estuviesen subvencionadas. Me parece que el paso y el peso de los años, y también la presbicia, hacen que vea un inmenso parque temático borroso, lejano, como de marca blanca. Quizás lo que sucede es que, simplemente, estamos desdibujados en este parque infantil. Sí, quizás la Navidad es algo que se celebra y disfruta cuando se es niño, que genera las primeras melancolías, las primeras desilusiones del seis de enero (sigo sin perdonar el juego de Anatomía humana) y que se retroalimenta durante los once meses siguientes. Tengo recuerdos más nítidos de algunas Nochebuenas lejanas que de, por ejemplo, el desayuno de hoy. ¿Qué pulso era capaz de detectar que hacía que, ya al despertarme con el soniquete de los niños de san Ildefonso en la vieja radio de la cocina, inaugurase un período de alegría congénita? ¿Cómo es posible que recuerde perfectamente el año que, con el apoyo de mi padre, tiramos más de cincuenta globos por la ventana de mi casa sobre los atribulados transeúntes? ¿Y el año que le robé caramelos de la saca al rey Mago ? ¿Qué hace que recuerde todas las canciones, casi por orden, de la comilona del 1 de enero en casa de mis tías, rodeada de primos y casi sin poder moverme en aquel diminuto salón? Sí, es cierto, tenía una familia a la que acudir, un lugar al que llegar, pero ¿por qué todo esos días me parecía mucho más luminoso? Hasta los dibujos animados eran mucho más bonitos. Y algunas películas del cine también. Luego, paradójicamente, llega a tu vida el blanco y negro. Y las vacaciones parecen, son, mucho más cortas. No crees que el turrón sepa tan bien. Te empalaga y da ardor de estómago.Y no le ves sentido a esas bandejas rebosantes de polvorones y de mantecados. Si es que todavía las hay. O si hay, mejor dicho, alguien que las prepare.
Y te das cuenta, quizás, que lo que sucede es que hay que volver a la Navidad fijada en la memoria, o en la memoria de otros, para volver a sentirla. Buscando material para escribir un post sobre literatura navideña me encontré con este magnífico artículo que os enlazo aquí, de Alicia Guerrero Yeste en Koult! sobre Libros de Navidad. Yo no puedo escribir nada mejor que ese párrafo final (casi como el tamborilero: “nada mejor hay que te pueda ofreceeer…”). La Navidad, es cierto, fue alguna vez. Y quizás sea, no lo sé. Y volvamos a la realidad de todos los días buscando a esos niños tiernos, desamparados, dulces y melancólicos que pueblan su literatura. Sintiendo esos hilos empáticos, invisibles y salvadores que nos recuerdan todo aquello que sentimos en algún momento. Antes de hacernos viejos y tener que dar explicaciones al espíritu de las Navidades futuras.