Inventarios (4)
Para Pilarinking, que me regala tantas líneas.
Un buen día, ella decidió hacer inventario de escondites. Pensó que, quizás, ahora que ya no los necesitaba, podía regalar ese Avalon particular. Quizás era buena idea dibujar un mapa. Abrió una botella de champán y así, a morro, comenzó a brindar por ellos mentalmente. Estaba el rincón del gimnasio, tan esquivo de la luz, tan acogedor de la timidez de la camiseta y el pantalón corto. Aquel otro ángulo, lejos de la elasticidad de las melenas rubias y los pantalones pitillo, un país sin conquistar en aquella discoteca que tanto molaba. También fue su territorio, su dorada medianía, el siempre coqueto y protector penúltimo pupitre de la fila. Ese que, como los hermanos a medio camino entre la primogenitura y el resultado de una siesta tardía, campan por sus respetos ante la la indiferencia familiar. Se acordó también, cómo no, de la nunca bien ponderada fila cuatro del cine, esa en la que podías alimentar tu frikismo cinéfilo tapada hasta el cuello con la trenka y la bufanda. Hizo su particular homenaje a todos aquellos probadores, baldas de biblioteca, mesas de cafetería y cabinas telefónicas que le habían permitido ser invisible cuando lo había querido. Aquel don del miedo, o de la prudencia, que le regaló tiempo para observar, para crecer y para alimentarse de ruido ajeno. Y claro, un buen día, los rincones se le quedaron pequeños. Y oscuros. Pensó que no estaría mal salir de los refugios invernales para sentir la nieve derretida bajo las botas. Y se adelantó en la fila de clase. También saltó al potro en gimnasia. Y se aventuró a ocupar el asiento de las más populares en el autobús. Lo de la discoteca fue más complicado porque en realidad le quitaron el sitio. Decidió que no estaría mal conservar lo mejor de los dos mundos y establecer un equilibrio entre singulares y plurales. Salió a la calle, tiró la botella al contenedor del vidrio y contestó sus llamadas perdidas de móvil.
Quizabes se decatase de que non podemos ocultarnos da nosa propia mirada.
Bicos
Con todos y cada uno de esos escondites se construyó un «rincón propio» en el que recogerse, contemplar, meditar y hacerse invisible, y al cual acude frecuentemente (más por miedo que por prudencia), porque entre singulares y plurales el equilibrio es inestable y porque siempre fue lenta en asimilar el «ruido» ajeno… necesitaba tiempo… «a modiño», especialmente cuando se sentía abrumada.
En ocasiones, sigue bebiendo a morro.
Eso he oído
Ui, cando abrimos unha botella de champán ás soas e por riba a bebemos a morro, mal imos.