Anchoas y Tigretones

Archivar para el mes “septiembre, 2011”

En un cuaderno Moleskine (14): poética bipolar

Chica con espejo 

 Alberto Vargas-Girl with a mirror (1966)(Galería de Cea en Flickr)

 

En el margen izquierdo de una hoja cualquiera:

"Me veo en el espejo esta mañana. No sé si sigo siendo una posibilidad. Soy o no soy la imagen, esa yo paralela  que se confunde al intentar palparse.  Contradicciones y certezas frente a un lavabo blanco bajo el foco que tiembla. Extendiendo la mano hacia el cristal y sintiendo el frío : es una biselada arruga en el alma de hoy. No hay piel en la mañana. Solo hay unos binomios que se llevan mal entre sí. Porque, creo haberlo leído en algún sitio, puedo ser "irritante e irrisoria, indiferente e indispensable". También irreal y en algún modo inabarcable. Y tú, que eres impaciente e inolvidable, un tanto inactivo e inquieto, deberías ver el efecto de la sombra de la mañana en este vapor, esta nube en este lugar.  Este miedo a quedarse así: incomunicado e implacable.

Pero ahora quiero ser más que un reflejo. Si todo esto es posible, claro."

 

Me acuerdo, sí o no

 zapatos de dorothy

Para Patricia Babío, que sabe hablar de estas cosas.

 

Hay una muy perseverante voluntad de estilo en el cultivo de la nostalgia. Nostalgia, melancolía, a veces confundidas con la necesaria memoria. La memoria es un patrimonio personal, único, un salvavidas, a veces una condena. Memoria como un ente infinito, poblada de pequeños átomos de recuerdos, que aparecen como muñecos con resorte a la mínima de cambio. Sí, ya sé, la famosa magdalena del francés. Los perfumes asociados a las personas, las canciones de la vida, los cajones que no volvimos a abrir. El olor de la sopa de mi casa, ese que nadie podrá recrear si no son las manos de mi madre. El crikcrik de las botas de agua en la plaza. El sonido desvencijado de la ventana del despacho al abrirse hacia afuera. La luz de tus ojos un domingo en el desayuno. La sombra en la pared del dormitorio de la ropa del día siguiente. El color de los buzones. Unos pendientes comprados en un mercadillo. El café rápido tras un encuentro inesperado. Las anécdotas de todos los viajes. La vida inserta en la vida, nada más.

Me gusta el recurso del recuerdo para tirar del hilo narrativo. Ficticio, impostado o real. En el cine sueñas que vuelves a Manderley o una bola de cristal con paisaje de nieve en su interior te lleva a acordarte del trineo y la lías parda vendiendo periódicos. La memoria como género literario que, creo, se enfrenta a la autobiografía, puede convertirse en una coartada, un manipulado ajuste de cuentas o un proceso de marketing personal. También hacemos tuneado de lo que rememoramos, es cierto. Y en esa chapa y pintura entran nuestras preferencias y miedos. Lo hace Nabokov, por ejemplo. Y también Mastroianni que recopila evocaciones encadenadas (el título ya es revelador: Me acuerdo, sí me acuerdo…) y la refrescante Kikí de Montparnasse en sus Recuerdos recobrados. Y Georges Perec, con sueños verdaderos o solamente soñados en La cámara oscura. 

Veo en la tele un anuncio de un banco de recuerdos. Supongo que es un banco sin comisiones, sin primas de riesgo ni productos engañosos. Y leo, en su página web, sobre la necesaria investigación en Alzheimer para que no se pierdan millones de momentos en la vida, que esos datos borrosos no huyan envueltos en un remolino de hojas secas. Hablaba con una amiga hace poco de las tristes rutinas de convivir con esta enfermedad, de ese sentir que el cerebro, la memoria, la cabeza de alguien a quien amas, que te educó y te enseñó tantas cosas, te mire ahora con el infantil desconcierto de quien no va a crecer nunca. De quien no sabe que está instalado en una extrañísima cápsula del tiempo. Y nuestra memoria debe ser alimentada siempre. Álbumes, películas familiares, post-its en la nevera. Aquellos diarios con cerradura y llave. Datos personales, de vidas cotidianas, tan comunes, tan únicos. Siempre debemos luchar contra el olvido. Contra cualquier clase de olvido. Viva la memoria.

Día mundial del Alzheimer: 21 de septiembre.

 

Verano de Trevor

 

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Connemara, imagen tomada de Wikimedia Commons en dominio público.

 

Hay mujeres que viven rodeadas de libros. Otras que son literatura en sí mismas. Y muchas que hilvanamos la vida teniendo algún que otro renglón  entre las manos, en las pantallas de ordenadores pequeñitos, en los papeles. Eso es una historia futura de la que ya hablaremos. También hay hombres que escriben sobre el amor que se pierde, que se tiene, que se añora porque se sabe que ya se escapa- ¿o es que nunca ha sido nuestro y no hemos sabido verlo?- y a estas alturas del milenio disparatado es, a la vez, genio y deliciosa inocencia. Leo Verano y amor de William Trevor con una mezcla de reverencia e inquietud, con la previsible nostalgia de que esas líneas que desfilan ante mí no volverán a causarme el mismo placer, la misma sorpresa y el mismo desasosiego, el mismo que destila esa calma chicha social que es un pequeño pueblo irlandés en los cincuenta. En el que Ellie encuentra un hogar a medida, apalabrado por quienes primero acogieron su orfandad de niña no querida, en el matrimonio con un viudo atormentado pero sereno. Ellie, de ojos grises y vida sin hacer y sin escribir, que desconoce a partes iguales  el amor y la necesidad de una autobiografía. Ellie, triste y conformista, que asume las tranquilas rutinas de la vida en la granja con la serenidad del que desconoce la sorpresa.  Dillahan, que la admite sosegadamente, con el agradecimiento del solitario al que, de forma inesperada, le ayudan a ordenar sus calendarios y amaneceres, aunque tenga un trastero en el que algo molesta pero él mismo haya perdido la llave no sabe dónde. Y claro, Florian, un inesperado seductor incluso para sí mismo. Florian, que siempre se marchará porque nunca podría quedarse. Y la señorita Connully proyectando una película propia, vivida muchos años atrás. Y Orpen Wren, que tendrá el papel de poner algunas cosas en su sitio, ese papel que reservamos a los niños y a los locos : el ser portavoces de un subconsciente común. Y los verdes campos de Irlanda, los perros que ladran en un patio, una taberna, las calles empedradas y las ventanas desde  las que todos observan, agazapados, el «no sucede nada» cotidiano : ese que no es otro que  el velo pintado del que nos habló, en otra ocasión, un poeta inglés.

Hay en esta novela, con lo que vamos construyendo como lectores página a página, mucho de cinematográfico. Reconstruyendo la historia de Ellie, de la señorita Connully y de Florian, una no podía dejar de pensar en David Lean y La hija de Ryan : Esa estética reposada y cargada de matices, de elementos que contienen una narración en sí mismos, de detalles que muestran el paso del tiempo, vital para dos enamorados- ¿enamorados?- que saben que tienen solo un verano por delante. De posibles tragedias que no llegan-¿ o sí?- a estallar.  Hay mucho rastro también de literatura poderosa, de las Brönte y de Jean Rhys. Y termino de leer sorprendida no solamente por lo que me han contado, sino admirada de que una novela de apenas doscientas páginas contenga tantos esbozos de buenas historias regaladas así, a propósito, con la generosidad del que le sobra el buen material. Y es que ese, y no otro, es el objetivo del escritor: ofrecer buenas historias que tengan, dentro de sí, como una matriuska, otras nuevas. Y viendo la foto de William Trevor en la solapa del libro,  de sus ochenta y tres magníficos años, me doy cuenta de que siempre hay tiempo para escribir. Siempre.

 

Lectura: Verano y amor de William Trevor. Salamandra,, 2011. Traducción de Victoria Malet.

Música que escuchaba cuando lo leía: Toda la de El país de los sueños  (ese es el podcast del programa que, el domingo pasado, sonaba cuando empecé la novela. Pero recomiendo a todos que, si no pueden escucharlo en directo, descarguen el podcast. Y, por supuesto, lean el blog) Actualización del verano de 2014: Ni el blog ni los podcasts están ya disponibles, pero la música que me acompaña ahora, en este momento, viene de la misma persona y está aquí : Koniec, diez canciones diarias. Y también en Facebook.

Dejar para septiembre

Se miraba las punteras de los zapatos Gorila del uniforme. Desgastados, como los libros de texto que heredaba de los hermanos mayores. Libros con sucesivos subrayados, corazones, pintadas de odio y amor. Solo estrenaba cuadernos, claro, porque no quedaba otro remedio. Hasta los bolis eran de propaganda, feos y vulgares, con teléfonos de droguerías y serigrafiados así, sin mimo, lejos de aquellos deseados y casi obscenos rotuladores Carioca que la miraban, desafiantes,  perfectos en sus variados colores, desde el escaparate de la papelería. Esos eran los primeros septiembres, en los que parecía que la infancia no iba a acabarse nunca y que la gente se hacía mayor porque le daba la realísima gana. Querríamos mirar por un agujero escondido y ver las posibilidades y consecuencias de crecer. Poder vernos a nosotros mismos en un salto adelante, vernos vestidas como señoras, yendo a lugares a los que iban las señoras, con la caricatura del carmín y del bolso y sin manejar conceptos de sofisticación extraña como la madurez y el envejecimiento. En esa proyección infantil, pensaba también que todo ese territorio dibujado entre septiembres y junios era el concepto de la obligación, así, rotundamente. 

Luego llegaron otras remesas de años, de vidas, y otra vez ese mes extraño que no es ni chicha ni limoná, es solo y a pesar de, el noveno del año. De jornada de reflexión, de mochila e interraíles, de estrenar aulas cerradas (¡maldito latín de segundo de filología!),de vacaciones y limpiezas generales. Y empezó a convertirse en una nebulosa de futuribles, en ese altillo o cajón de sastre donde metemos todo aquello que un día queremos ordenar o que, simplemente,no queremos ver delante. En ese cajón,  se quedaron (y siguen ahí) algunas dudas, botones sueltos de viejas gabardinas, las ganas de estudiar alemán, una posible vocación no muy clara imaginada frente a una máquina de escribir. "Dejar para septiembre" ya era un mantra, un comodín que tranquiliza en parte y que inquieta un poco al mirarlo de reojo. Un día tuvo una conversación intensa y extraña en la que, de forma inesperada, decidieron ambos interlocutores dejarse para septiembre. Vagamente, claro. A medida que iba pasando el tiempo, ella observaba la posibilidad de no presentarse al examen y se preguntaba si podría cargar con esa asignatura "llave" mucho más tiempo. En esas anda todavía. Con ese carácter indefinido entre otoño y  verano, esta convocatoria extraordinaria, este folio en blanco de posibles, le va a coger sin la matrícula hecha y con los créditos de libre configuración revolucionados. Qué poco aprenden algunas. Déjate para septiembre, bonita. Que tienes todo un año por el medio.

Leyendo: "The beats" Harvey Pekar & Ed Piskor.

Escuchando: "September song" de Sara Vaughn. Y "September in the rain"con Dinah Washington. Y Frank Sinatra con "September of my years". Y a Bryan Ferry, Green Day, Beady Belle…joer, el Spotify es una mina.

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